Yo he visto a poetas vender sus versos en la gran feria por céntimos que mejor hubiera sido tirarlos a las alcantarillas que invertirlos en la vanidad de estos mercaderes. Yo he visto a juglares crear cenáculos para que pudiesen ser escuchados, pagar dinero por vino con el que deleitar a invitados condenados a escuchar sus palabras. Yo he visto cabalgar sobre torpes mulas a vates que proclamaban a los cuatro vientos montar sobre corceles para llegar cuanto antes a los rincones donde son esperados como benefactores gracias a su verbo tosco y desaliñado. Yo soy uno de ellos, por eso los conozco y por eso sé cómo hablan y cómo se mueven; por eso percibo el fétido aroma de su podredumbre. Yo estuve con ellos en la plaza y vendí por monedas que nunca me dieron versos imposibles; yo me ahorqué en todas las encinas que hallé en mi huida y ahora, en mi purgatorio, reconozco mi delito con mi confesión.
Callémonos ya, pues, que va siendo hora de que la luz quebrante de una vez para siempre las tinieblas.