[1] [I] Yo conozco un viejo palacio con nombre de perlas. Allí, en los atardeceres del estío, bailan fundidos en un abrazo las nubes de los oropeles, los recuerdos de una tierra cuyos amantes yacen en el nombre de los cipreses, en las marcas de los robles, en las hojas secas donde se revolcaron en la borrosa primavera occidental que cualquier otoño atisba tan sepia, tan lejana, tan imposible, con la voz de los sueños, esos que son los versos de una canción sin fin, los ecos de nuestras palabras, las sombras de nuestras acciones y, posiblemente, la realidad que vivimos y compartimos. Con esos sueños eternos que son las letras de un mensaje, las ondas de tu alegría, la paz de nuestros besos; y el testimonio de la historia, la justicia, la vida… La voz de los miércoles, la arena de las diez. Los sueños… Los sueños son esa hermosa cosa que todos llaman eternidad y que tú sólo reconoces llamándolos por su nombre: Ínsula Barataria…, sin duda, los mejores años de nuestra vida.
[II] Este es un programa independiente hasta donde puede serlo. Nos debemos a una tradición que adoramos y a unas ideas que defendemos y que no pretendemos imponer, sólo ofrecerlas, mostrarlas tal cual son, sentirnos orgullosos de ellas y luchar por su pervivencia sin tener que destruir las de nadie: porque creemos en la libertad y en la subjetividad, en la pluralidad y en el presente; porque hacemos lo que queremos y les ofrecemos todos los atajos que conocemos para que ustedes hagan lo mismo; porque estamos convencidos de que no hace falta estropear las flores del vecino para que las tuyas estén más hermosas.
No somos objetivos. No pretendemos serlo. Cuanto aquí se dice, se hace, se enseña y se ejerce no es más que el resultado consciente de nuestro impulso interno. Somos dos, pero nos sentimos legión; dos, pero como si fuésemos mil… Tenemos fuerza y ganas de sembrar la discordia donde existan acuerdos hipócritas y falsos; queremos generar violencia discursiva ante la pasividad meliflua de consentidores que hacen del ensañamiento silencioso su arma más letal; nos hemos propuesto declarar la guerra a los que desconocen y zahieren los ideales supremos de la estética, regidos bajo el principio aquél que, sintetizado, nos viene a decir que los frutos hermosos del arte y la cultura se han de transmitir con la misma amabilidad y cortesía como se reciben y como fueron concebidos.
Es posible que éste sea el programa más visceral, directo y comprometido de la radiodifusión mundial, sobre todo porque no estamos dispuestos a dar margaritas a los cerdos. Creemos firmemente que la muerte está en cada esquina y que cada minuto puede ser el último minuto; creemos que el pensamiento humano tiende a degenerarse conforme se cuestiona y replantea el falso orden cósmico que le envuelve y que le han impuesto; creemos que los espíritus más nobles se pueden pervertir hasta los extremos más encantadoramente irreverentes y que el hombre, con todas sus miserias y bajezas a cuesta, siempre podrá hacer de Dios lo que quiera.
Tenemos fuerzas suficientes para remar nuestro barco rumbo al Punto de Inflexión, el horizonte donde ha de comenzar el Nuevo Orden que te proponemos: un sistema ideal de convivencia donde todo el mundo asuma que con su quehacer diario puede ser la palanca que mueva al más insignificante de los átomo, la penumbra en la oscuridad, la gota en el océano, el gramo en la tonelada, el punto en las rayas, el paso en el kilómetro, el segundo en los siglos y, en suma, la esencia en las presencias.
[III] Sábado, 18 de agosto de 2001. Doce en punto del mediodía. Hace un año, yo tenía que haber estado aquí, pero no estuve. Como el mismo Judas, había besado en la mejilla del Mesías y, sin darme cuenta, lo vendí a los romanos para que lo ajusticiasen. Aquellos romanos fueron ustedes; aquel Mesías, mi hermano.
Ahora, un año después, he llegado a la conclusión de que del mismo modo que el cristianismo necesitó a un Judas para su razón de ser; por aquí tuvo que haber otro que traicionase todo lo que se había construido para que las cosas ya no volviesen a ser como antes. Los caminos que van del infierno al cielo suelen ser siempre duros, pero las recompensas son tan hermosas que bien merece la pena que se recorran.
Eso es lo que vamos a hacer en las próximas veinticuatro horas. No sabemos cómo las vamos a concluir; sí, al menos, la conclusión que de ellas obtendremos y que no ha de ser otra cosa que la reafirmación de nuestro único dogma de fe: que estos son los mejores años de nuestra vida.
Así, pues, hermano, ayúdame a bajar de mi horca particular que yo te ayudaré a desenclavarte de tu cruz. Cumplamos con el destino de una resurrección que no será nunca para el perdón de ningún pecado, sino para nuestra supervivencia en el imaginario mundo en el que nadie conoce nuestra felicidad: la Ínsula Barataria. Comenzamos…
[IV] Terwill Ozota dixit: Ciudadanos, porque os quiero os hablo, y bastaría esta sola inclinación de mi ánimo para que el vuestro se torne en la mayor de las atenciones hacia mí, la primera de vuestras diligencias y el más firme seguimiento.
Se cuenta que en el principio fue la tormenta, que luego vino la procesión de bandazos en el Océano de Ningunaparte y que por último, en la hora de las nostalgias, arribamos a la isla. Pisamos entonces tierra y cubrimos nuestro agotamiento con las pieles de una pantera, un león y una loba. Comenzamos luego a correr tierra adentro.
Durante días, en el fragor de la supervivencia, habíamos perdido el rumbo. No sabíamos dónde estábamos, adónde nos llevaba la tormenta ni qué orilla nos habría de recibir. No obstante, al pisar la isla nos dimos cuenta de que el azar o nuestros deseos nos habían conducido precisamente al destino de nuestra partida.
Reconocimos en las cumbres centrales de la isla el éxito de nuestra misión y mientras sorteábamos los obstáculos de una carrera alocada comprendimos que la tormenta, en el fondo, había sido nuestra aliada: lapólica cumbre, la baquiana, la fuente de Castalia. La agitación de una frenética huida se mezclaba con la emoción del reencuentro. Corrimos hasta quedar exhaustos.
En la hora de las rondas, llegamos hasta la fuente, pero no hubo agua para saciar nuestra sed ni paraje donde descansar. Todo aquello que la leyenda vistió de frondosidad ahora era decadencia, sequedad y soledad. La tormenta había arreciado sobre nuestros sueños y ahora sólo nos quedaba la conciencia de que algo había cambiado, de que nuestro Parnaso particular ya no era como nos lo habíamos imaginado.
Con nuestras pieles hicimos la hoguera que palió el frío de nuestra desilusión. Miré a mis compañeros y les hice una señal. De repente, nos dimos cuenta de que aquel lugar, aquella isla, era el premio de una vieja promesa cumplida. He aquí, pues, mis ciudadanos, el reino sobre el que cimentamos el nuevo orden. Así llamamos a nuestro refugio Ínsula Barataria.
Así pasó el primer día, el primero del resto de nuestras vidas.
[1] Ínsula Barataria: programa radiofónico que se emitía en Canal Telde todos los miércoles, de 22.00 a 23.00 horas durante el período comprendido entre diciembre de 1999 y agosto de 2001. Dicho espacio estaba realizado por Juan Miguel Ramírez Benítez y Victoriano Santana Sanjurjo.