17|INERCIA|18

Lunes: X tiene 17 años. No puede salir del instituto durante el recreo ni en los cambios de hora; en suma, cuando le apetezca. Veinticuatro horas después, martes: X cumple 18 años. Ya puede salir del centro cuando quiera. Ayer era menor; hoy, adulto. Si ayer cualquier comportamiento contrario al orden merecía un llamamiento de atención a las familias; hoy, no. Ahora es responsable de lo que haga. Puede ir a votar. Puede firmar cualquier documento. Responde por sí mismo ante los agentes judiciales. Si tuviera dinero, podría comprarse un coche, una casa, un paquete de políticos corruptos, etc. Puede ir a la cárcel. Ayer, no. Ayer no podía comprar tabaco ni alcohol; hoy, sí. No puede, no debe, tiene prohibido…, ya me entiendes. Quien era dependiente ayer, hoy es autónomo. Decide, hace, no hace, no decide a su libre antojo, aunque viva con sus ascendientes, estos se desgañiten con el «mientras vivas bajo mi techo…» y dependa de ellos para su supervivencia. Da igual. La última palabra es la suya. Es normal que lo piense: ya es adulto. La sociedad así lo reconoce. Que ha llegado a la plenitud de crecimiento y desarrollo, se anota en una acepción del DRAE; en otra, se lee: llegado a cierto grado de perfección, cultivado, experimentado.

Ayer, no; hoy, sí. No ha tenido que pasar ninguna prueba de madurez. No ha tenido que superar ningún proceso formativo. No ha tenido que demostrar nada ni hacer nada especial que lo capacite para recibir el reconocimiento de “adulto”. Solo ha tenido que dejar pasar el tiempo. Nada más.

Simplemente, dejar pasar el tiempo.

Eso es suficiente.