Cómo a nuestro parecer cualquier tiempo pasado…

«Aquello funcionó, señor. Créame que sí, que aquello no era tan malo. Recuerdo que entrábamos y salíamos del instituto con absoluta libertad. Catorce años tenían los más chicos. Recuerdo que alguno, por eso del día de nacimiento y no sé qué, llegó a entrar en BUP con trece. El caso es que entrábamos y salíamos del instituto; y aquello, comparado con lo que hay hoy en día, tenía su lógica: si éramos capaces de estar en la calle cuando no íbamos a estudiar, que hablen los parques y los descampados, ¿por qué no íbamos a entrar y salir cuando quisiéramos?

»No creo que hubiese más absentismo entonces que ahora. Recuerdo que aquel remoto primero de BUP tenía tanto alumnado que llegó a haber un primero K y, si me apura, hasta un primero L, por lo menos. Yo estaba en primero H. Dos turnos y los pasillos, en los cambios de hora, que parecían un zoco, atestados de vida. Estoy por pensar que fue entonces cuando me enganché al turno de tarde que, si por mí fuera, no me lo arrancaría nunca más de mi horario.

»Pero a lo que vamos: que ahora, con tanto control en los centros, ni se ha conseguido reducir el absentismo ni el consumo de, ni las precocidades, ni nada por el estilo. No creo que tener a los críos encerrados sirva de mucho; no, al menos, a ciertas edades, ¿no le parece? Van y vienen caminando de sus casas, las tardes las pasan tirados por ahí, los fines de semana mudan de un lugar a otro, ¿y somos nosotros quienes hemos de encerrarlos de lunes a viernes en un edificio durante seis horas? No sé. Algo no tiene mucho sentido, ¿no le parece? Por algo lo llaman “cárcel”; lo que nos convierte, sin comerlo ni beberlo, en carceleros».