Curioso caso aquel que proviene de una afección mental que aqueja a muchos de los que trabajan y han trabajado conmigo, y que se manifiesta con el convencimiento de que intereses que no tengo me mueven a ser como soy y a la realización de las cosas tal y como las hago. Siento que todo, de una manera u otra, se prejuzga y aunque los antiguos enfermos han constatado en el presente que errados estaban, que lo que yo hacía lo hacía sin aspirar a más de lo que entonces yo era; los actuales, afectados por el mismo mal, piensan, de nuevo erróneamente, que aspiro a tener algo que ellos no quieren, no pueden o no deben tener. Si en mi vejez nada sobresaliente he hecho y sigo siendo el mismo mediocre de siempre, ¿por qué persistir en esta convicción que no tiene respaldo testimonial alguno? ¿Envidia?, como algunos dicen en su propósito de salir en mi defensa. ¿Envidia?, replico extrañado. Si así fuera, declaro que ya no hablamos de afección, sino de enfermedad mental de una incuestionable gravedad.