«Quiero que lo escribas así, como te digo: “Ahora no me puedo limpiar el culo”. Olvídate del decoro. Quiero que lo escribas tal y como te lo estoy contando. Por favor, no omitas nada. Escribe que me tienen que dar de comer y de beber; y que me tienen que limpiar la cara, las manos, todo… y el culo, y lo que está abajo y no es el culo. Y que me han de rascar. Y que vivo con un permanente olor a excremento, a sudor, a…, no sé; y que en mi aliento solo puedo percibir el sabor metálico de los medicamentos. Escríbelo sin dejar nada atrás. Y que me cansa que tengan que moverme de lado en la cama para que no me llague; y oír esa calidez en las palabras de quienes vienen a verme que encierra un “pobre”, y un “qué desgracia la suya”, y un “ojalá yo no viva jamás esta situación”. Escríbelo así, tal y como te lo digo. No omitas nada. Que quede claro que prefiero creer que todo esto es una desgracia, una contingencia no prevista, una mala carta del destino que el azar me dejó que sacara del mazo; porque si he de creer que esto es una prueba de tu dios, si he de aceptar sin más que existe un dios que consiente este sufrimiento, por muchas atenciones que me pongas para paliarlo o enmarcarlo, pues la mierda, el sudor y el mal aliento no desaparecen, ni la sensación de impotencia, entonces sí que me volvería loco de rabia, y de ira y de maldiciones hacia ti, hacia tu dios y hacia cuantos, como tú, lo siguen, lo veneran y hacen lo posible por intervenir en la vida de los demás. ¿Estás escribiendo lo que te digo? Porque tú, que me vienes con tus oraciones, estarías dando por buena y aceptable esta situación; estarías conchabado con tu dios, le permitirías que me haya hecho esto. Harías lo mismo que los políticos que dan por buenas las acciones terroristas de sus afines. Si tu dios consiente esto y/o tiene algo que ver con esto, tu dios es un terrorista. Me convierte en víctima para sembrar el terror en mis semejantes. Y si no quieres tener nada que ver con esta situación y no quieres ser cómplice de mi sufrimiento, déjame en paz, déjame creer que, en esta partida por la supervivencia, he perdido. Ayúdame olvidándote de mí y permitiendo que otros me ayuden. Sálvate tú de lo que coño tengas que salvarte y no intervengas en lo que no te atañe. Escríbelo así, por favor. No omitas nada. ¿Está? Pues bien, ahora lárgate».
Y así lo hice. No omití nada.