Archivo de la etiqueta: Demonios cervantinos

Decálogo sobre Cervantes

1º. Cervantes es el autor del Quijote. Cervantes es, de alguna manera, el Quijote. Y el Quijote lo es todo en la literatura universal.

2º. Cervantes nos muestra que las fronteras entre la veracidad y la verosimilitud no son tajantes: cuenta como historia lo que es literatura y hace de la literatura un abrumador ejercicio de historia. Esto le permite que sus registros no se adscriban exclusivamente ni a un campo ni al otro.

3º. En Cervantes no importa lo que se cuenta, el fin del relato en sí, sino cómo se cuenta. Esta es una virtud atribuible solo a los clásicos. Lo de menos es cómo termina una composición, lo que importa es la composición en sí misma. Por eso, Cervantes es un autor que perfectamente puede ser leído abriendo los libros que contienen sus obras por cualquier página.

4º. Cervantes es un artesano de la palabra, sabe hacer un uso del idioma preciso. Ojo, no debe confundirse el uso preciso con el correcto manejo gramatical y ortográfico siguiendo la actual normativa. Cervantes es un comunicador nato, alguien capaz de transmitir cualquier historia de la manera más asequible. De hecho, podríamos leer sin problemas de comprensión notables cualquier obra suya escrita en el español original, ya sea del siglo XVI o XVII.

5º. En Cervantes se encierra un pequeño gran filósofo. Sus obras están repletas de sentencias y pensamientos que en muchos casos no son citas extraídas de otros autores, sino cosecha propia. Su experiencia vital le permite hacia el final de su vida, cuando se concentra la mayoría de su producción literaria, convertirse en un fiel consejero-docente del lector cuando aborda, por boca de sus personajes, numerosos temas relacionados con cuestiones tan variopintas como la literatura, la milicia, los hijos, el gobierno de las naciones, etc.

6º. Su capacidad para manejar el idioma con desparpajo y su experiencia vital, repleta de sinsabores, le llevan en ocasiones a adoptar una postura en su escritura en la que predomina la vis cómica, en sus vertientes irónicas. En sus textos, la comicidad está presente de una manera u otra, ora de manera evidente, ora encubierta dentro de una suerte de texto aparentemente neutro.

7º. De la fusión de vida y literatura ya expuesta, aparece un recurso cervantino muy notable: la presencia del autor dentro de lo que se narra, por un lado, y, por el otro, la capacidad del autor para reírse de sí mismo, que entronca con lo apuntado con anterioridad sobre el humor.

8º. Pero no dejemos de lado algo importante: con su ironía, su desparpajo, su espíritu filósofo y didáctico… a cuestas, Cervantes también arrastra demonios e ir a la caza de ellos es un ejercicio lector apasionante. Cuando Cervantes aborda un tema concreto, el lector que sabe de su vida es incapaz de no fijar la pregunta clave en estos casos: ¿Por qué? ¿Por qué aborda este tema? ¿Por qué ha pastoreado al rebaño de personajes para llevarlos hasta el punto de tratar de tal o cual tema?

9º. Cervantes es inmensamente humano, brutalmente humano. No se escuda en los artificios literarios para aislarse de los lectores y mostrarles, como si fuera una película, una serie de secuencias literarias con vistas al mayor o menor entretenimiento, sino que “escupe” en su escritura lo bueno y lo malo que tiene, lo que le angustia y le alegra, las risas y las penas… Es demasiado cercano, está demasiado próximo a nuestras pulsiones existenciales.

10º. Aunque lo haya situado al final, lo más importante para responder a por qué leer a tal o cual lector literario, (Cervantes en el caso que nos ocupa) se encuentra en una realidad incuestionable: porque es entretenido, porque su lectura nos evade y nos hace disfrutar el tiempo que le hemos dedicado. Y Cervantes es insuperable en este tipo de realidad.

Demonios cervantinos