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ETA como desconcertante pretexto

I

La aborrecible, detestable, odiosa, repudiable, repugnante, repulsiva, despreciable, deleznable, atroz, execrable, vituperable, condenable, deplorable, censurable, incalificable, intolerable, horrible y maldita banda terrorista ETA se disolvió hace una década, año arriba, año abajo. Hace diez años, el conjunto de individuos que consideraba conveniente quitar la vida a determinados ciudadanos porque así podían conseguir aquello que deseaban (la independencia de un pequeño territorio de uno mayor llamado España, así como la obtención de otros beneficios) concluyó que el procedimiento seguido hasta ese momento (el aborrecible, detestable, odioso, repudiable, repugnante, repulsivo, despreciable, deleznable, atroz, execrable, vituperable, condenable, deplorable, censurable, incalificable, intolerable, horrible y maldito procedimiento) no era el adecuado para lograr sus propósitos. Dejaron de matar y prácticamente todos los que habían empuñado armas desaparecieron del panorama. Unos siguen en las cárceles (donde deben estar si así lo exige la vigente ley); otros, en vaya uno a saber qué sitios tras las reinserciones de estos y las huidas de aquellos; y un pequeño porcentaje, resueltas las deudas de sangre (las aborrecibles, detestables, odiosas, repudiables, repugnantes, repulsivas, despreciables, deleznables, atroces, execrables, vituperables, condenables, deplorables, censurables, incalificables, intolerables, horribles y malditas deudas de sangre) por vía judicial —como tiene que ser en un Estado de derecho—, entró en política. Ahí se unieron a muchos que creían en las mismas ideas que ellos, aunque no estuvieran de acuerdo con el método que emplearon para defenderlas y conseguir sus propósitos.

El querer separarse de España no es un delito; matar a personas, sí. Extorsionar, secuestrar, hacer la vida imposible o daño físico, moral, psicológico… sí son, en cambio, delitos (muy graves todos, gravísimos) y quienes los cometen deben (y deberían) pagar duramente por ello. Eso está claro. Pero el deseo de no formar parte de España no puede ser una causa penal. Es eso, no más: un simple anhelo, una aspiración, una postura con la que cabe o no estar de acuerdo. Poco más. Yo, por ejemplo, estoy en contra de la independencia del País Vasco porque, como español, a mí me enorgullece considerar que lo euscaldún (su cultura, su idiosincrasia, sus particularidades como pueblo) forma parte de la patria y, en consecuencia, de la identidad que reconozco como propias. Nada de lo vasco me es ni me debería ser ajeno, pues contribuye, como lo hace cualquier otra región de España, a dar brillo a mi condición de español, de ahí que no quiera renunciar al lustre que me proporciona. ¿Se entiende por dónde voy?

Sigo. No hay etarras en tanto que no existe ETA. Habrá, eso sí, proetarras, que son los tipos aborrecibles, detestables, odiosos, repudiables, repugnantes, repulsivos, despreciables, deleznables, atroces, execrables, vituperables, condenables, deplorables, censurables, incalificables, intolerables, horribles y malditos que siguen defendiendo el asesinato como procedimiento para conseguir los logros, pero basta con que no lleven a cabo la defensa de sus ideas provocando el mal, el dolor, la impotencia, el desespero, la ira… de antaño para que sus posiciones queden en el marco de las baladronadas de naturaleza inmoral. En esto, proetarras, grupos de comunismo-extremo y de extrema-derecha (falangistas, fascistas, nazis…) van a la par. Que vociferen cuanto quieran; mientras no vayan más allá de los ladridos, perfecto. El problema sería que unos y otros deseen volver a sembrar ese paralizante miedo que nos gustaría pensar que ya está desterrado y que forma parte de un trágico pasado del que solo han de hablar los más rigurosos conocedores de los acontecimientos, bien porque los han estudiado a conciencia, bien porque tristemente han sido testigos y/o víctimas de ellos.

Contemplo a la denominada izquierda “abertzale”, a ese grupo que diariamente es asaetado por un sector ideológico nacional con los calificativos de “etarras” y “proetarras”, y la imagen que ha logrado transmitirme (desconozco el grado de precisión o de desajuste que poseo) es la de un colectivo que, en la actualidad, sostiene una parte de su quehacer político defendiendo un ideal y descartando que, para su consecución, haya que seguir los criminales pasos de aquellos que tanto mal, dolor, impotencia, desespero, ira… han causado a los vascos y, por extensión, a los españoles. Sostener un anhelo, repito, no es delito; imponerlo atentando contra la libertad y los derechos individuales y colectivos, sí. La misma validez moral tiene el sueño de una república vasca independiente como el de una España sin comunidades autónomas. Lo que no es aceptable es que las violencias física y psicológica se interpongan en el propósito de alcanzar lo deseado.

Reconozco que he sido muy reiterativo hasta ahora en mi discurso (reiterativo, reiterativo…) porque no quiero que se produzcan equívocos, malas interpretaciones, conclusiones desvirtuadas, deducciones extraviadas, suposiciones desnortadas, etc., sobre la posición que tengo, por una parte, acerca de la aborrecible, detestable, odiosa, repudiable, repugnante, repulsiva, despreciable, deleznable, atroz, execrable, vituperable, condenable, deplorable, censurable, incalificable, intolerable, horrible y maldita banda terrorista ETA y, por la otra, sobre quienes pudieran compartir con ellos la idea (que no el procedimiento) de una república euscalduna o, como aspiración más factible, la posibilidad de una mayor autonomía y, en consecuencia, de una menor dependencia de España.

II

De un modo legal, una confluencia de partidos vascos que defienden la independencia de su territorio ha obtenido representación parlamentaria bajo la denominación de EH Bildu. Los mismos que podían haber votado a opciones contrarias depositaron su voto favorable a esta opción. ¿Podían no haberlo hecho? Sí. ¿Lo hicieron? No. ¿Podían haber mostrado su desagrado con la circunstancia de que el coordinador de la referida formación sea Arnaldo Otegi, quien fue miembro de la banda terrorista ETA cuando era joven? Sí, podían haberlo hecho. Es más, creo que él debería haber abandonado la política tras su decisiva contribución con el fin de la violencia etarra. Cumplida la misión pacificadora, entiendo que lo que le tocaba realizar era dar un paso atrás, asumir las versiones que la historia quiera conservar sobre él y no tener más presencia mediática ni militante para no condicionar así a quienes defienden similares posiciones, aunque no los crueles procedimientos que en su juventud consideró admisibles. Mas mi opinión en esto importa poco. Muchos vascos quizás piensen como yo y, aun así, votaron favorablemente a la coalición.

Sea como fuere, con los doscientos y pico mil votos obtenidos en las últimas elecciones, los representantes de EH Bildu han llegado al Congreso y, sin renunciar a su pensamiento ni a sus principios, han gestionado su participación de una manera bastante curiosa: en vez de votar en contra de todo lo que puede llegar a ser bueno para los que no formamos parte de su órbita (es lo que sus oponentes esperan de ellos en su condición de “antiespañoles”, como los denominan), en vez de actuar así, han decidido lo mejor para sus compatriotas, que, aunque piensen que son solo los vascos, en el fondo no dejamos de ser todos los españoles. Han sido consecuentes con las circunstancias históricas que nos han tocado vivir y, por eso, las gubernamentales medidas anticrisis y de apoyo para procurar paliar las enormes dificultades que atravesamos han recibido su refrendo sin que ello suponga una renuncia a su deseo de conseguir en algún momento sus fines políticos, que espero que no logren si traen consigo la independencia del País Vasco.

Podría decir que no entiendo el sentido de Estado “español” de EH Bildu tan consecuente, tan proclive a pensar en el bien común; también que detrás de la cruz se halla el diablo de torticeras voluntades, que «vaya uno a saber qué beneficios bajo la mesa habrán obtenido», que…, en fin, mil y una posibles soluciones a mi desconocimiento. Pero estoy por concluir que me equivocaría en todas las tentativas que buscara yéndome más allá de la lógica. Siguiendo el principio de la navaja de Ockham, la respuesta está en lo más simple dada la actual coyuntura, en lo que tiene sentido, es razonable, justo y dice muy bien de ellos; o sea, que en circunstancias excepcionales hacen falta medidas excepcionales y posiciones excepcionales, y mientras la independencia no sea una realidad y la gestión del día a día del pueblo no recaiga en manos de un poder ejecutivo diferente al actual, muchos vascos y muchas vascas perderían los beneficios que pueden obtener de las resoluciones aprobadas en el Congreso si prospera la negativa a implementarlas. Por no perjudicar a los suyos, nos favorecen a todos.

III

Todo lo expuesto me lleva a considerar un dislate la postura de los que, erre que erre, se empeñan en dañarnos a nosotros en su interés por acabar con el actual Gobierno y utilizan, como arma arrojadiza para justificar su manera de proceder, el comodín de la aborrecible, detestable, odiosa, repudiable, repugnante, repulsiva, despreciable, deleznable, atroz, execrable, vituperable, condenable, deplorable, censurable, incalificable, intolerable, horrible y maldita banda terrorista ETA. Es absurdo sostener una posición política apelando constantemente a esta organización, nombrándola una y otra vez, reiterando el mal que hizo y que todos conocemos porque quienes defendían el ya mentado procedimiento (etarras y proetarras) no forman parte del actual desarrollo de la política nacional. No los detecto en ese grupo de izquierda “abertzale” presente en la cámara baja con el que comparto muchas ideas y con el que disiento en no pocas.

No tiene sentido, repito, porque es introducir en los asuntos que han de discutirse y acordarse un elemento que no encaja con el tema para el que se busca una solución. Es como si para decidir el tipo de vehículo que me conviene adquirir en función de los gastos de mantenimiento que me generará su uso alguien inserta en la elección una información relativa a la cantidad de piezas de fruta que debe una persona comer al día. El sema ‘consumo’ es tan sutil y ambiguo en ambos casos que, repito, no tiene sentido plantearlo en el debate salvo que se tenga la firme convicción (como ocurre con la constante apelación a la aborrecible, detestable, odiosa, repudiable, repugnante, repulsiva, despreciable, deleznable, atroz, execrable, vituperable, condenable, deplorable, censurable, incalificable, intolerable, horrible y maldita banda terrorista ETA) de que el destinatario del mensaje es alguien con escasísima cultura, pobre bagaje intelectual, notable incapacidad crítica, parco en el conocimiento de la historia reciente de nuestro país y fácil de manipular. Solo así se entiende el propósito de quienes son perseverantes en esperar que, tras decir la palabra ETA, se oigan ladridos y saliven de odio sus interlocutores. Estamos ante un caso claro de condicionamiento como los que estudiaba el fisiólogo ruso Iván Pávlov. Esta situación, aplicada a los humanos, trae consigo el advenimiento de las dictaduras, sean de la ideología que sean.

Insisto: no tiene sentido. Quienes poseen una noción mínima de los hechos entienden a la perfección que por un lado va el tener un anhelo común y, por el otro, el apoyar a personas que consideran que la mejor manera de defender una idea compartida es a través de la violencia. Muchos de los que utilizan el ataque contra ETA como base argumental tienen plena conciencia de la diferencia; de ahí que me resulte inevitable pensar que es la maldad, el provocar daños, el generar odios, el agitar el ánimo para que este se vuelva violento… lo que les mueve a sostener esta afirmación y, con ella, oponerse sin más a las medidas que a todos (incluidos a ellos mismos y a sus seguidores) les benefician.

No capto la lógica de esta manera de hacer política. Decir que no a todo apelando fundamentalmente a un pacto del Gobierno con etarras (o proetarras) e independentistas catalanes. Negarse a apoyar lo que nos viene bien porque sí. No lo entiendo. Es tan estúpido como pensar que todos los que han votado en contra de las medidas anticrisis propuestas por el ejecutivo están en la misma línea ideológica que Vox. ¿Situaríamos en idéntico plano a este partido y a ERC, por ejemplo? No. El sentido común dicta que no es razonable equipararlos. Lo que es bueno para todos debería recibir el consenso de todos.

Voy a poner un ejemplo para que se capte mejor mi postura y, con ella, la que, a mi juicio, creo que ha de darse en el actual panorama político: yo estoy a muchísimos años luz de las posiciones que defiende Vox en casi todos los asuntos y de las actitudes que muestran sus dirigentes cuando las manifiestan, pues entiendo que la zafiedad, la jactancia, el despotismo… que despliegan por activa y por pasiva hacia muchos temas y colectivos son absolutamente contrarios a mi manera de entender la política, la convivencia entre los ciudadanos y mi convicción sobre la necesidad de estar todos unidos para salir juntos y reforzados de los baches que surjan de un modo inesperado (una pandemia, una guerra, etc.). Pero si como representante público yo me encontrara en la tesitura de manifestarme ante una proposición de este grupo político en la que, por ejemplo, se hable de aumentar las pensiones de nuestros jubilados, yo votaría a favor de lo que proponen sin dudarlo. ¿Cómo me voy a negar a ello? ¿El votar a favor me convierte en un afín de Vox? No, por supuesto que no. Es fácil de entender, ¿verdad? El que EH Bildu apoye medidas que auxilien a los españoles, pregunto, ¿justifica el que muchos partidos voten en contra de ellas?

Otro ejemplo: me encantaría encontrarme en una disyuntiva donde, por un lado, haya un informe gubernamental con una serie de propuestas que, aparentemente, se han elaborado con conocimiento de causa y, por el otro, una réplica a estas proposiciones compuesta por argumentos sólidos, convincentes, bien documentados, bien contrastados, bien expuestos, bien defendidos. Yo quisiera oír a la responsable o el responsable del principal partido de la oposición exponer en el Congreso algo así:

«Señor presidente, vamos a votar que no a la bajada de 20 céntimos del carburante porque la solución que sugiere conllevará que el índice XXX aumente y, en consecuencia, que los tipos de interés de XXX se eleven. No lo decimos nosotros. Hay una extensa literatura macroeconómica sobre los efectos perjudiciales de medidas como esta. XXX, XXX o XXX, sin ir más lejos, sostienen que si se disparan estos tipos de interés entonces XXX. Ello, señor presidente, implica que XXX disminuya el porcentaje de beneficios de XXX y, en consecuencia, habrá colectivos, como el de XXX y el de XXX, que se verían afectados. Creemos que la reducción de 20 céntimos que quiere implantar es un fallo estratégico. Proponemos, señor presidente, que analice un plan alternativo: que no baje el carburante, pero que, a cambio, se aumente el tipo XXX en los sectores XXX para que así puedan beneficiarse los siguientes colectivos: XXX, XXX y XXX. A nuestro juicio, es lo justo. Estos aportan al PIB XXX y es importante protegerlos, señor presidente, porque desde hace una década han visto disminuida su capacidad de ingresos, como se demuestra en el informe XXX, emitido por la autoridad financiera XXX. En cualquier caso, por favor, demore la votación y volvamos a revisar los números que nos hicieron llegar hace XXX tiempo. Muchas gracias por su atención».

Un discurso así traslada rigor, exactitud, precisión, persuasión, argumentación, solidez intelectual, educación, corrección parlamentaria… Frente a esta exposición, que estoy convencido de que son capaces de hacer los representantes de las fuerzas políticas contrarias al Gobierno, nos encontramos con el abecé de la estulticia y de la pobreza retórica: ETA arriba, ETA abajo, bilduetarras por aquí, bolivarianos por allá, filocomunistas por un lado, socialismo por otro lado; todo regado de un desatinado concepto de lo que es la libertad y un penoso estrechamiento de miras… Es estúpida, demencial, inapropiada esta manera de exponer las ideas, de defenderlas, de pretender crear un marco serio y coherente donde fluya un debate rico en pensamientos y eficaz de cara al diagnóstico de las necesidades que nos acucian y el trazado de soluciones que mejoren nuestro día a día. Solo alguien que desprecia abiertamente a sus interlocutores, que tiene hacia ellos una muy penosa consideración, es capaz de componer discursos tan disparatados como los que llevo escuchando y leyendo desde hace ya un tiempo.

Cuando las causas son justas y beneficiosas, lo que toca es arrimar el hombro y solidarizarse con ellas. Que baje la luz y los carburantes, que haya un fondo para apoyar a quienes más lo necesitan, que se consiga aliviar las penalidades de muchos… está muy por encima de los tacticismos o de los réditos que se aspira a conseguir agitando los avisperos de la ignorancia y la maledicencia, de la tergiversación y de la abyecta mentira.

Espero y deseo que el mal que desprenden todos estos odiadores y odiadoras profesionales, estos goebbelianos emuladores, desaparezca cuanto antes. Solo así será posible fundar sobre el diálogo entre diferentes un Estado sólido y lleno de esperanzas de cara al futuro, lo gobierne quien lo gobierne, ya sea un partido o una coalición de izquierdas, ya sea un partido o una coalición de derechas, como ocurrió durante la Segunda República, cuando hubo un bienio progresista y otro conservador, y la democracia presente en todo momento; a pesar de las odiadoras y odiadores de turno que consiguieron al final lo que con tanto ahínco buscaron: la guerra y la división entre los españoles.