[1] Quienes pertenecemos a la generación formada bajo la Ley General de Educación de 1970 y centramos nuestros estudios superiores en carreras de índole lingüística para luego ubicarnos como docentes de Secundaria, recordamos con suma veneración bibliográfica los magníficos libros de texto de Lengua y Literatura españolas del Ciclo superior de la Educación General Básica (E.G.B.) y del Bachillerato Unificado Polivalente (B.U.P.) que firmaban Fernando Lázaro Carreter y Vicente Tusón Valls. Frente a los muchos nombres que circularon en las cubiertas de mis tomos escolares, los nombres de Carreter y Tusón lograron hacerse un hueco en el exiguo bagaje de referencias librescas que logré atesorar durante esos años.
Con el tiempo, en las aulas universitarias, creo que lo llegué a saber casi todo del primer autor: era siempre una cita ineludible y una referencia indiscutible. No ocurrió lo mismo con el segundo, que pasó bastante inadvertido durante mi periodo de instrucción filológica, quizás porque la dimensión de don Fernando era mucha dimensión. Más tarde, cuando inicié la fase de preparación didáctica, la situación comenzó a equilibrarse: vislumbraba con mayor nitidez la figura de Tusón, aunque todavía era imposible no captar la presencia del que fuera Director de la Real Academia.
De la tenuidad al destello permanente solo hizo falta adentrarme de lleno en la educación como enseñante. Una vez dentro del sistema, percibí que de los dos célebres autores era la sombra de don Vicente la que más cobijaba porque atisbé en su obra las pautas de un magisterio riguroso y efectivo, forjado sobre el docere et delectare, que no terminaba de hallar en los cada vez más viejos manuales y monografías especializados con los que edifiqué mi formación teórica en letras españolas.
He vuelto estos días a pensar en Tusón, en ese hombre que conocí en octubre de 1997 al hilo de un curso que impartió en el Colegio Oficial de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras y en Ciencias de Las Palmas. Lo he hecho mientras componía estas palabras que preludian la magnífica colección de artículos lingüísticos que el profesor Guerra Aguiar ha publicado desde el año 2001 en el periódico La Provincia/DLP y que ahora recopila la editorial Anroart en esta excelente edición.
No he podido evitar vincularlos; al fin y al cabo, es imposible no hacerlo si nos atenemos a la encomiable contribución de ambos a la enseñanza de la Lengua y Literatura españolas en sus institutos de Enseñanzas Medias durante muchos lustros. Un aporte este que, a nuestro juicio, merece ser resaltado especialmente porque se ha fundado sobre pilares ajenos a la influencia directa de los centros de enseñanza superior; y en un país como España, donde la enseñanza universitaria está sobrevalorada, a pesar de sus resultados, y se concede con suma facilidad al profesorado que la ejerce la condición de autoridad del conocimiento sin tener en cuenta para ello el trabajo silencioso, constante, efectivo, preciso y plagado de dificultades administrativas que han realizado y realizan muchos docentes de Secundaria. Sirvan los citados maestros como ejemplos sobresalientes de lo que señalo.
Durante más de treinta años, el profesor Guerra Aguiar ha desarrollado una admirable tarea académica que hoy en día es reconocida por colegas y antiguos alumnos. Ha sido un trabajo sin grandes aspavientos y sin propagandas que inclinasen a pensar en el deseo de una notoriedad gratuita. Frente a los que buscan en la docencia la plataforma de arranque para otros fines o un medio de subsistencia que malinterpretan o desarrollan con mentalidad mercantil, el profesor Guerra Aguiar ha sido un ejemplo de coherencia con su inclinación y precisión en su ejercicio.
Los textos que contiene este volumen son una buena prueba de lo apuntado. Aunque la actual forma en artículos data de la primera década de nuestro siglo, lo cierto es que estamos ante un grupo heterogéneo de añejas y novedosas muestras de anotaciones pedagógicas que surgieron en muchas ocasiones como reflexiones a partir de sus experiencias en el aula y que, en no pocos casos, se compusieron como material escolar para que su alumnado accediese al dominio de nuestra lengua desde una perspectiva diferente: la del texto grato a la lectura; anecdótico en sus niveles superficiales, pero con una profunda carga de contenido formativo que, de una manera u otra, terminaba depositándose con la suavidad de las adhesiones involuntarias en el lugar de la razón donde germinan las palabras, los verbos… El mundo, en suma.
Distribuido en tres grandes bloques temáticos y ordenado cronológicamente, el contenido de Voces de nuestra lengua (en torno al castellano o español) es una parte del preciado tesoro que han recibido las numerosas promociones estudiantiles del profesor Guerra Aguiar; un tesoro que les ha permitido conocer y disfrutar del envés de una moneda cuyo haz, por lo general, suele corporeizarse en la rutina de una enseñanza del idioma cargada de monotonía y abstracción. Ellos, en cambio, han tenido el privilegio de acceder a la otra cara de la pieza, a la prueba fehaciente de que el magisterio lingüístico puede ser hermoso, a esa otra manera de aprehender la lengua materna para hacer con ella el mejor de los usos posibles. Quizás sea esa otra manera de abordar la materia lo que ahora llaman técnicamente “adaptación”; yo lo llamo genialidad.
Por suerte para quienes no estuvimos en las aulas del profesor Guerra Aguiar, aquellas citadas muestras salieron de su perímetro escolar y bajo la forma de artículos periodísticos comenzaron a fecundar el ánimo intelectual de cuantos hemos venido siguiendo y admirando al maestro durante los dos últimos lustros. Es justo, pues, en este punto, expresar, como no puede ser de otro modo, mi particular gratitud al periódico La Provincia/DLP y, por lógica extensión, al que fuera su director, Ángel Tristán Pimienta, quien, gracias a su perspicacia y generosidad, no dudó nunca en tener siempre un hueco preferente para que sus lectores accediesen a las atinadas observaciones del preceptor. En un complicado periodo empresarial como el que desde hace unos años vive la prensa, donde la política y el espíritu de lonja ocupan porcentajes muy elevados de páginas y horas audiovisuales, el que un responsable periodístico concediese y conceda, como ocurre actualmente, un valioso espacio para que vean la luz los escritos de nuestro profesor merece cuanto menos un reconocimiento por mi parte que no puedo, debo ni quiero pasar por alto.
El mismo agradecimiento cabría extender a la editorial Anroart, pues, gracias a esta edición, tenemos revisados y actualizados en un solo tomo el equivalente a casi medio centenar de periódicos dispersos en el tramo de diez años. A ello cabe añadir otro valor que, probablemente, sea mucho más gratificante para los muchos bibliófilos, lectores, críticos y editores que en el orbe somos: el hecho de que este libro representa en sí mismo la respuesta a la pregunta: ¿Qué le pedimos a un libro?
Espero, con su contestación, acreditar la función mediadora que me corresponde tras haber asumido el inmenso honor de dar forma y contenido a este preliminar: a un libro le pedimos ante todo que nos entretenga, que la trayectoria que va a suponer el proceso lector sea diáfana a los sentidos del placer intelectual. Le reclamamos, además, que atesore cierto mérito formativo. Dado que la cualificación del conocimiento es una suerte incierta, porque no podemos deducir qué grado de validez tiene lo que nos es desconocido, añadamos a las solicitudes de placer lector e instrucción la garantía de que es verificable y contrastable su utilidad instructiva. Para un libro como el nuestro, pocos avales de calidad mejores puede haber que el representado por la Fundación del Español Urgente (FUNDÉU), asesorada por la Real Academia Española, que se hace eco de varios artículos del profesor Guerra Aguiar, o, cómo no, la atención que cientos de profesores en todo el mundo prestan a estos artículos que hoy nos convocan por ser una indudable referencia para su trabajo y preparación académicos.
En resumen, a un libro le que pedimos que sea como el que tiene usted entre sus manos.
[1] Prólogo a Voces de nuestra lengua de Nicolás Guerra Aguiar (Anroart Ediciones, 2010).