[1] Lo confieso, es justo y necesario que lo haga: cuando Fernando Romero Romero me habló del trabajo que nos convoca en estas páginas, yo sabía que el suyo iba a ser un ejercicio académico atento al más profundo compromiso con su militancia ciudadana, bien documentado y estructurado, y de fácil lectura; pero desconocía que me iba a quedar corto en estas valoraciones y que mis certezas eran excesivamente parcas, pues las virtudes enumeradas se muestran acrecentadas en el volumen que tienes en tus manos.
Como el punto de partida ya era magnífico, recibí con profundo honor e inmensa gratitud el que depositase su confianza en un servidor para que llevase a cabo la edición del libro; mas ahora, tras la experiencia vivida en el ejercicio de trasladar su original a las formas que contemplas, ese honor y esa gratitud, como sus virtudes, también han crecido considerablemente.
¿Qué tienes frente a ti? En resumen: el resultado de un extraordinario trabajo de recopilación documental que era, es y será necesario emular porque en este momento, en este instante en el que te escribo, es y será necesario difundir y conocer el contenido que nos ofrece este libro. La razón principal de esta obligación intelectual, al margen de las ya enumeradas en las reconocidas como virtudes de esta publicación, hay que situarla en el enfoque que asume nuestro autor a la hora de abordar unas circunstancias concretas de la dictadura franquista: la influencia del régimen en el municipalismo; más en concreto, en Agüimes.
El estudio de este periodo de la historia de España, tan crucial como vivo,[2] debe ir dejando de lado las cuestiones eminentemente militares y políticas de altos vuelos para volverse, con un nuevo enfoque, más cercano a la realidad que vivieron nuestros padres y abuelos. Ellos son los que permiten que el tema siga vigente, latiendo en nuestros corazones, y que no se abandone ni se olvide, como muchos pretenden, hasta que no se resuelvan los deleznables desaguisados que trajeron consigo los infames años en los que Francisco Franco fue Jefe del Estado. Mientras ellos sigan, nosotros seguiremos; y cuando todo esté como legalmente debe estar, aunque la ley sea insuficiente,[3] entonces ya cabrá ver los terribles acontecimientos de la guerra como un hecho, de alguna manera, terminado.
Como la cuestión no debe olvidarse porque afecta a personas tan cercanas a nosotros como son nuestros ascendientes, conviene que sus descendientes la aborden; entre otros espacios, en el ámbito educativo. Es aquí donde este deber se vuelve incuestionable. Lamentablemente, a día de hoy, tras constatar en las aulas la percepción que tiene el alumnado sobre la etapa que nos ocupa, este deber adquiere matices de inaplazable urgencia; sobre todo cuando se conjugan problemas económicos, laborales y sociales, tanto personales como familiares, y se tiene la percepción de que estas cuestiones son ajenas a los representantes públicos. Esbozo a continuación una situación que viví en el aula y que reflejé posteriormente en un artículo. La reproducción de los dos primeros párrafos del texto servirá para que te hagas una idea del tema:
«Que gobierne uno solo», dijo quien no viene al caso identificar más allá de los límites imprecisos de su condición estudiantil; e insistió en que lo mejor era que uno tomase las decisiones y todos a obedecer: «A ver, tú tienes tanto, pues te quito tanto para repartir a tantos…».
Habíamos estado analizando un texto que terminó expandiéndose de manera socrática hacia temas como los partidos políticos, las elecciones, la división de poderes y, con el transcurso del debate, de manera ineludible, hacia lo que se denomina en la actualidad bajo el término genérico de crisis económica. Fue entonces cuando X, un buen chaval, un muy buen chaval, intervino para expresar lo reproducido. Tras escucharlo con detenimiento, sentí un intenso escalofrío: había sido testigo de lo que siempre he temido que ocurra si seguimos desmontando la llamada democracia con los martillazos de la desconfianza generalizada, el silencio cómplice, la desinformación interesada, los juegos de la retórica que libran a los culpables y sacuden sin piedad las conciencias y los ánimos de los que merecen ser reconocidos como los justos… «Que venga uno, profe, y que sea el que diga: “se hace esto, esto y esto, y punto”», sentenció mi discente. Fue entonces cuando vi cómo las tenebrosas sombras del fascismo, falangismo, nacionalsocialismo… sobrevolaban el aula. Me di cuenta de que nadie se había percatado de ellas, salvo quien esto te cuenta. […][4]
¿Por qué un alumno, un chico excelente como persona, puede llegar a plantear como solución a un problema de representatividad política la implantación de una dictadura? Solo se me ocurre una respuesta a esta pregunta: porque desconoce la naturaleza de lo que propone.
Aunque nuestro presente administrativo sea distinto, tanto Fernando como un servidor somos docentes, lo que nos ha permitido ser testigos de un hecho que no puedo calificar de otro modo que preocupante y, a la vez, intolerable: el que nuestros alumnos vean la Guerra Civil española, la posguerra y el periodo totalitarista encabezado por Franco como unos acontecimientos sumamente lejanos en el tiempo y, consecuentemente, alejados de su percepción emocional. Para ellos (si no todos, para no ser injusto, sí para un elevado porcentaje), se trata de “algo” que sucedió hace mucho, como la Guerra de la Independencia contra las tropas napoleónicas, por ejemplarizar la desconexión que percibo. No se detienen a considerar que esos yayos que visitan los domingos y esos mayores que están cerca de ellos (familiares, vecinos y transeúntes) fueron, en el peor de los casos, víctimas del atroz periodo; en el mejor, padecieron de este sus consignas junto con los miedos, las arbitrariedades que derivaban en injusticias y una manera de ver la vida asentada sobre el instinto de supervivencia.
Esos aludidos escolares tienen que engancharse con este episodio de nuestra historia nacional y los docentes, entre otros colectivos, hemos de asumir la importancia de este enganche. Para ello, no solo hemos de acudir a las fuentes habituales (libros, prensa, soportes multimedia), sino que, como en el caso que nos ocupa, bastaría con sacarlos a la calle, pasear con ellos, llevarlos a las plazas, a las sedes de los ayuntamientos… La historia del franquismo también se estudia fuera de las aulas; y el mejor ejemplo de esta afirmación lo tienes en este libro: cualquier agüimense puede conocer de qué manera influyó el régimen en su municipio gracias al trabajo de Fernando Romero; o, dicho de otro modo: cualquier hijo de Agüimes tiene en las páginas de este volumen una historia municipal que puede verificar sin problemas por ser cercana y objetiva.
La importancia de esta labor de conexión pensada para los escolares se convierte en un acto de justicia inaplazable porque pasan los años y las leyes de la naturaleza van silenciando a los testigos de la contienda militar y con ellos, poco a poco, a los de la posguerra; a medio plazo, los que vivieron el tardofranquismo también se irán. Lo que es aceptable para la razón biológica no lo puede ser para la humana ni para la búsqueda de esa perenne reclamación de justicia, verdad y reparación.
Si no se hace nada que lo remedie, faltan dos décadas para que, con el centenario, supuren de nuevo con virulencia las cicatrices que el franquismo y el falso y desmadejado “pasar página” de la Transición cerraron con más mala voluntad que impericia, con más mala conciencia que generosidad. Faltan dos décadas para recordar el asalto a la legalidad que jamás debió haberse realizado y que lastró el progreso de nuestro país durante buena parte del siglo XX. Faltan dos décadas y queda todavía tanto por hacer.
Tenemos una Ley de Memoria Histórica que muchas autoridades ningunean, aunque en el corazón de los damnificados se oiga con claridad el grito de «justicia, por el amor de Dios; justicia». Es una ley insuficiente, enfadosamente insuficiente, pero es un primer paso firme hacia la restauración de un equilibrio que los fundamentos del franquismo se encargaron de dinamitar. Sí, faltan dos décadas para el primer siglo del comienzo de la Guerra Civil española; “una batallita del abuelo”, según los déspotas; un “lejano cuento”, a juicio de los ignorantes, que todavía se unta con impotencia y rabia en el corazón donde habita la paz, la libertad y, cómo no, la justicia. «Por el amor de Dios, justicia», gritan las cunetas, los osarios y los archivos. Ellos piden; justicia, verdad y reparación reclamamos nosotros.
Por eso, celebro que existan libros como este, libros detallistas en su contenido, fieles a su compromiso con las enumeradas reclamaciones; libros que, en su respeto por la ecuanimidad, hablan de lo bueno y de lo malo, de lo que fue un avance para la población (infraestructuras, luz, agua…) a pesar de que palabras como “libertad” y “democracia” estaban tan proscritas como vigentes otras tan terribles como “censura”, “fanatismo”, “violencia”, etc. La ventaja del estudio atómico de los acontecimientos históricos es que hay lugar para las cuestiones bondadosas, amables, aprovechables…; en suma, aquellas que no merecen ser incluidas en el vertedero mental donde situamos lo que nos repugna.
Como es lógico suponer, estas luces llaman la atención y son dignas de ser reconocidas en un periodo tan oscuro, pues suelen quedar ocultas bajo el espeso manto de los actos perniciosos del régimen, que todo lo cubría. Por eso, repito, se agradecen trabajos tan específicos como el que nos ocupa, porque nos permiten atisbar la presencia de muchos que hicieron mucho a favor de todos en Agüimes. También nos permite descubrir a no pocos que causaron grandes perjuicios a la mayoría, beneficiando a pocos, y que han logrado salir a hurtadillas de la primera fila pública que ocupaban durante el régimen. Es bueno que vuelvan al redil para que se sepa quién fue quién durante los años de la dictadura en el municipio grancanario.
Pienso en el caso del doctor Francisco Retana Bonillo, que nuestro autor aborda en el capítulo VI. Tras lo expuesto, surge la necesidad de vindicar una figura como la suya, quien, según nos cuenta el historiador, fue vilipendiada, humillada, atacada de manera inclemente, por las autoridades municipales de la época. Este libro aporta una perspectiva de lo sucedido que contribuye a la aclaración de una situación denunciable y, de paso, salvaguarda el honor y la dignidad del médico; y lo hace sin necesidad de “interpretar” los hechos, sino aportando la documentación oficial de la institución local donde se constatan los innumerables dislates del procedimiento de condena al facultativo. Una lectura somera de las actas que reproduce nuestro investigador y se hace obligado el llevarnos las manos a la cabeza ante la crueldad ejercida.
Un mérito incuestionable del libro que nos convoca es que, con la sola lectura de la documentación oficial, recogida en actas, decretos…, ya podemos hacernos una idea del daño causado por el régimen franquista. Los mismos papeles legales que usaron para dirigir con puño de hierro el país, las regiones, las provincias, los municipios, son las pruebas que incriminan al régimen en nuestra democracia. No hay que inventar ni falsear nada, basta con ir a los archivos, sentarse a leer y tener una gran fortaleza de ánimo para asimilar la cantidad de barbaridades que los historiadores e investigadores han tenido que ver reflejadas por escrito; párrafos y párrafos compuestos sin pudor, con descaro, sin pensar siquiera que la letra queda y que, quizás, en el futuro, alguien llegaría a conocer los desafueros que contienen y sus autores materiales.
Este libro se ha compuesto a partir del ADN de las poblaciones: sus archivos, el espacio que encierra la información básica que debe transmitirse de generación en generación para la toma de conciencia de una identidad que nos pertenece. Esta es la materia prima del volumen que tienes frente a ti y es el fundamento con el que ha edificado nuestro autor sus trabajos de investigación y sus publicaciones, que circundan el perímetro de la noble Agüimes, la tierra-madre del Sur, la que nos concede la conciencia de sureños.
Las virtudes expuestas al principio de esta nota del editor y lo señalado hasta este punto, más el camino personal que hemos recorrido, me llevan a ver en Fernando las hechuras propias de un cronista oficial. En este sentido, inmejorable discípulo tiene el gran Paco Tarajano y bendita sea la fortuna que protege la memoria de Agüimes, pues, entre unos y otros, y algunos más, está a salvo.
Como editor, me siento muy orgulloso de haber participado en la realización de esta publicación y de haber recibido el encargo de hacer lo propio con la edición de los restantes tomos que quedan por publicar sobre la dictadura franquista en Agüimes a través de sus documentos; los cuales, si todo sale según lo previsto, verán la luz a lo largo del año próximo.
Como ciudadano, ante todo, y, por supuesto, como editor, invito desde ya a que la iniciativa extienda sus raíces en dos planos siguiendo los parámetros asumidos por el proyecto de investigación que recoge este volumen: en el plano vertical, a mi juicio, yo situaría la historia de Agüimes del siglo XX tal y como la ha desarrollado Fernando en El Ayuntamiento de Agüimes entre dos Dictaduras, 1923-1939 (2001), en el libro que nos ocupa y en los que faltan hasta llegar al fin de la alcaldía de Antonio Morales Méndez (mayo, 2015).
En el plano horizontal, considero necesario vincular este trabajo con otros posteriores cuya elaboración, a tenor de lo expuesto en este preliminar, urge: la dictadura franquista en Ingenio y en Santa Lucía. De esta manera, podremos tener una historia de la mancomunidad, de Gran Canaria y de Canarias durante el siglo XX tan singular como efectiva con el propósito de asentar en la conciencia colectiva, a falta de dos décadas para la trágica efeméride del comienzo de la Guerra Civil, cómo nacieron las ciudades modernas que hoy contemplamos.
[1] Preliminar compuesto para la edición que realicé de La dictadura franquista en Agüimes a través de sus documentos. Tomo 1: 1939-1953 de Fernando T. Romero Romero. Beginbook Ediciones. Págs. III-XIII. ISBN: 978-84-946037-4-7; Depósito Legal: GC 806-2016.
[2] Aunque muchos se empeñen en verlo muerto, enterrado y evaporado a tenor de sus notables desdenes, falsas conmiseraciones y olvidos en forma de lacerantes “pasar página” sin más; y de una Ley de Amnistía (la 46/1977, de 15 de octubre) que se ha querido ver como una disposición que fijaba un “punto final” al franquismo cuando, en realidad, aquello era un “punto y seguido”. Todavía no estaba ni está acabada la historia…
[3] Porque pobre es la LEY 52/2007, de 26 de diciembre, por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas en favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la guerra civil y la dictadura. Recuérdense los objetos de esta Ley, enumerados en el artículo 1:
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La presente Ley tiene por objeto reconocer y ampliar derechos a favor de quienes padecieron persecución o violencia, por razones políticas, ideológicas, o de creencia religiosa, durante la Guerra Civil y la Dictadura, promover su reparación moral y la recuperación de su memoria personal y familiar, y adoptar medidas complementarias destinadas a suprimir elementos de división entre los ciudadanos, todo ello con el fin de fomentar la cohesión y solidaridad entre las diversas generaciones de españoles en torno a los principios, valores y libertades constitucionales.
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Mediante la presente Ley, como política pública, se pretende el fomento de los valores y principios democráticos, facilitando el conocimiento de los hechos y circunstancias acaecidos durante la Guerra civil y la Dictadura, y asegurando la preservación de los documentos relacionados con ese período histórico y depositados en archivos públicos.
Me conformo ahora mismo con que esta insuficiente ley se cumpla al ciento por cien y confío en que, resueltos los frentes que tiene que abordar, se formule un nuevo documento legal que permita completar definitivamente aquellas cuestiones que esta no se atreve a enunciar: inhabilitación de las organizaciones que hacen apología del franquismo, exhumaciones de oficio por parte de las autoridades y no de las familias, declaración de nulidad de las sentencias de los tribunales franquistas por delitos que en la actualidad no se reconocen (ideología, libertad de expresión…), etc.
[4] El fragmento se halla entre las páginas 93 y 94 del artículo “La del caudillaje sombra siniestra”, publicado en mi libro: El príncipe debe reinar y otros textos políticos [Mercurio Editorial, 2013].