Movement VI [27 de octubre de 2009, 11.00 horas]

En la soledad no se encuentra más que lo que a la soledad se lleva [Juan Ramón Jiménez]

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1 | Y los días continuaron como siempre, entre silencios y palabras; y de entre esas, muchas como estas…

[So, so you think you can tell | Heaven from Hell, | Blue skys from pain. | Can you tell a green field …][1]

«[…] Sí, hubo muchos errores. Cuando se hacen muchas cosas existen muchos errores. El que no hace nada, evidentemente, no se equivoca. El hacer muchas cosas motiva muchos errores. Uno de los errores, porque nosotros llevábamos los tomates bien, porque, claro, era dedicarse a una cosa sola, fue dedicarnos a otros productos. Es como yo, ahora, que tengo pintura. Dios me libre de poner aquí otra cosa: otra cosa es garbanzos, otra cosa puede ser aceite de coches… Acabaría porque no domino nada de lo que tengo. ¿Por qué? Porque mi línea está trazada de cara a la pintura. Y tengo que aprender mucho de la pintura. No sé nada de pintura. Sé lo que me dicen y lo que leo de vez en cuando, y aprendo mucho del que viene de la calle: del pintor…; del profesional yo aprendo mucho. Repito, ese fue uno de los errores posiblemente nuestros, abarcar tanto… […] Un año hicimos mucho tomate, más que don Juliano Bonny, empaquetamos más tomates que Bonny. […] A veces, el dinero no es bueno, no por el dinero que hicimos, no, sino por la cantidad de gustos que nos motivó a salirnos fuera de todo aquello: “Hemos hecho tanto de tomate, ¿por qué no hacemos tanto de pepino?”. Respuesta: “Pues vamos a hacer pepinos”. Pero mi padre no hacía pepino porque no fue pionero en el pepino ni nadie conocía nada del pepino. Teníamos que tener gente que conociera de pepino que a la postre, como era un cultivo nuevo, porque aquí sólo lo hacía Leopoldo Massieu, entonces, don Leopoldo Massieu y ya no me acuerdo más… Me parece que Gómez, el de Salinetas, también hacía pepinos… Pero muy pocos. Y don Juan… también hacía pepinos, o sea, eran tres en la isla que hacían pepinos y que llevaban cuatro o cinco años, no llevaban más tampoco; o sea, que la experiencia tampoco es que fuera muy larga, como ocurría con el tomate, que lleva aquí desde que Franco era cabo, por decirlo de alguna forma. El tomate lleva aquí toda la vida. Mi padre era un gran conocedor de tomate, pero no conocía el pepino y ahí fue donde empezamos un poco a fracasar: fue malo cambiarnos o ir a por pepinos y pimientos. Vino un año malo de pepinos; luego, otro año malo de pepinos… y, entonces, las cuatro pesetas que salían de los tomates se invertían en pepinos, y como aquello no daba porque no lo conocíamos, pues, se estaba perdiendo. A su vez pasamos a pimientos y llegamos a plantar papas. Curiosamente, exportamos tunos, hicimos dos o tres de tunos… Le preguntaba a mi hermano por qué exportábamos tunos y él me dijo que había un inglés que vino con él en su día, le gustaron los tunos y le mandó dos partidas de tunos por avión. O sea, se hicieron cosas que a lo mejor no estaban dentro de lo que nosotros teníamos que hacer. Eso pienso yo […] También hubo un poco de capricho… Pues si no había ningún problema, ¿por qué crearlo? Si tenías unas tierras en el Caracol, otras en Las Puntillas, en el Carrizal, en Ojos de Garza y llegábamos incluso a Maspalomas, Arguineguín… ¿cómo se puede, que fue lo que hicimos, ir a Tamaraceite a plantar judías? Esto es cambiar todo. Tú no puedes estar en Vecindario pensando que tienes que cruzar Las Palmas y subir por Las Torres para ir a Tamaraceite, junto al cementerio, porque has plantado judías allí. Son cosas de capricho… Claro, son formas de pensar diferentes. Tampoco tú puedes decirle que está equivocado él, ni él te puede decir que estás equivocado tú: “¿Vamos a hacerlo? Vamos a hacerlo…”. Pero fríamente, una vez hecho, dices “bueno, cómo es posible que yo esté ahora en el Carrizal y tenga que ir a Las Torres”. O sea, que estaba la gente en el Carrizal por la mañana, a las doce estás en Vecindario y a la una en Maspalomas. Lo que no tiene sentido es estar en el Carrizal y tener que girar, volver para el norte para ir a Las Palmas, cruzar toda Las Palmas, con el tráfico que había, para irte a Las Torres, para luego bajar otra vez a Ingenio. Claro, allí no había gente para trabajar, por lo que teníamos que llevarla de aquí para allá en camiones y bajarla después por la tarde. Y llevar luego a dos personas para a regar ahí. Entonces, claro, todo esto está fuera de sitio. O sea, lo que no se puede es ir a Barcelona para ir a Madrid. Estar en Tirajana a las once y no poder terminar el trabajo porque quedaste a la una en Las Torres con el del agua; para que luego, entre que bajas y no bajas, te den las dos o las tres, termines comiendo a las cuatro y ya casi no tengas tiempo para ir a Vecindario ni nada… no podía darnos buenos resultados […] También creo que fue un fallo el que se asumiesen funciones dentro de la empresa que no habían sido las habituales. Cada uno tenía una función. Yo, por ejemplo, tenía la cosa agrícola porque… no sé por qué me la dieron, sería porque estaba desde los siete años metido en eso o porque me gustaba; de hecho, me gusta… Domingo estaba… Es como la política: la cartera de Interior es de interior, la cartera de Defensa es de defensa; o sea, cada uno teníamos una cartera… Domingo estaba en el muelle con sus grandes problemas. Primero, porque teníamos una oficina llena de tomates y no teníamos cupo. Había que buscar cupo. Yo llegué en una ocasión a cambiar cupo por agua; o sea, yo daba cupo, daba tomates, para que me dieran agua para poder regar los tomateros. Domingo hacía una función: poder embarcar tomates. Y Carmelo hacía otra muy importante: venderlos. Claro, cuando ya quitas a toda esa gente de sus lugares y los metes a todos en el mismo sitio, como así ocurrió, pues las cosas fueron mal, pues había que arrimar el hombro para empujar, pero para empujar tienes que saber empujar. Aquí todos empujaban; pero, quizás, no sabían cómo empujar; y, claro, pasaba lo que pasaba. Domingo, por su carácter, por su manera de ser, no debía estar en la finca con los trabajadores, no porque fuera malo, no porque fuera una mala persona, que no lo era, sino porque a veces… Veía un trabajador sentado y a lo mejor le había mandado el encargado a sentarse porque estaba cansado y Domingo le hacía levantar porque no sabía aquello de qué iba. En vez de preguntarle al encargado, le decía “pues, levántate de ahí, coño, que estás sentado”. Era un pronto muy rápido. Entonces, claro, no valía para estar ahí: su trabajo estaba en el muelle, allí hizo un muy buen trabajo… Y Carmelo, porque Carmelo era demasiado inglés. Piensa que Carmelo estuvo veinte años en Inglaterra. En veinte años en Inglaterra se aprenden muchas cosas: aprendes las costumbres, la manera de ser… Y la costumbre era a base de flema, de dejar pasar… Eso aquí no terminó de funcionar. Hizo un gran trabajo en Inglaterra, sin duda alguna. La empresa funcionó bien cuando cada uno hizo la tarea asignada; pero cuando eso dejó de ser así… […]».

[From a cold steel rail? | A smile from a veil? | Do you think you can tell?]

«[…] Si nos hubiésemos centrado en los tomates, pienso que sí, que sí hubiese seguido la empresa. Aunque esto es muy relativo, es como pensar que como te quedaste sin frenos te podías haber matado o pensar… Yo creo que las cosas están marcadas, no que las marca uno, aunque… En fin, esto era una cosa que estaba marcada a romperse o a seguir… ¿El problema fue la falta de miembros de la empresa? Pues, no, porque había bastantes miembros. ¿Por falta de infraestructuras? No, porque hay infraestructuras. ¿Por qué se sabe esto? Porque hay otras que empezaron más tarde y están hoy. No sé cómo estarán, pero están. Claro, en las caras no se ven lo que hay en los corazones: a lo mejor en los corazones están hechos polvo, ¿no?, pero están ahí como empresas. Supongo que si están es porque están ganando, porque están trabajando o porque lo hacen mejor que bien. Es como el estudiante. Hombre, ¿cómo es posible que estudiando todos los estudiantes aprueben cinco y suspendan diez? Porque unos lo han hecho mejor y otros no lo han hecho, unos se han esforzado y otros no se han esforzado. Yo creo que no lo hicimos bien, aunque no se pueda culpar a nadie en concreto por ello. […] Yo en la carretera he visto accidentes tontos. Yo, como que siempre he estado en la carretera, hasta hace dos años, he visto accidentes tontos con muertos. Y he visto un accidente terrible, con el coche dando cuatro vueltas de campana, y salir el conductor casi con el cigarro en la boca. Es decir, no estaba el accidente para él. No estaba el momento. Igual mañana muere bajando las escaleras. El tiempo está marcado y no hay que echarle la culpa a nada ni a nadie. Lo que está claro es que hay que seguir. Si tú ahora estás recordando que pudieras haber tenido…, que pudieras haber hecho…, pues, no. Aquello fue una etapa de la vida. Aquella época ha pasado y ahora estamos en otra época, en otro mundo y en otra forma de actuar de la gente… Con mucha más preparación, porque la preparación no solo te la da el trabajo, sino los años. De ahí está el dicho “el diablo sabe más por viejo que por diablo”. […] Tengo amistad con un buen político que me dice un día “yo soy farmacéutico, Victoriano -fue a raíz de las elecciones-; soy farmacéutico, tú me conoces a mí de muchos años, pero he aprendido más en la calle en diez años que en todo lo que estudié en mi vida en Farmacia”. Porque es en la calle donde se ve y se aprende a juzgar y a que te juzguen. Nadie es quien para juzgar a nadie, no somos quien para hacer un juicio de valor a ninguna persona, pero el aprendizaje que obtienes es bueno y te abre las puertas para continuar. […] Yo creo que la persona que está automatizada, no tiene… no tiene espíritu. Yo creo que hay que ser un poco ambicioso. El conformismo en una persona no es bueno porque aquello te puede fallar y entonces no estás capacitado para nada más. Vender cuatro latas de pintura no significa nada si luego se las tengo que pagar al proveedor y quedarme el beneficio de la venta, pero es un reto más que tengo, un reto que puedo salvarlo. No es sólo el abrir a las siete y cerrar a las ocho de la noche, no depende de mí solo, depende del que pueda venir a comprar y yo pueda venderle. El reto me lo tengo yo que marcar, lo que es ponerme ahí. Que mañana hay que poner otra cosa, se pone otra cosa. […] Al hombre que está automatizado por la máquina de escribir sólo le cambian la máquina de escribir manual por la eléctrica, pero sigue escribiendo en una máquina. Sí, evidentemente que tiene un sueldo que no le falla, pero está sistemáticamente postrado al sueldo y de ahí no puede salir. Que mañana o pasado esa empresa, que ojalá no, como está ocurriendo, como ha ocurrido aquí y en mil y una empresas, cierra y él se va al paro, sí, gana cuarenta mil pesetas de paro, pero dónde va a ir a trabajar si no ha hecho más que cambiar de máquina y cambiar de modelo de teléfono porque las facturas que le han puesto durante veinte años han sido las mismas: han cambiado las líneas de la factura, si acaso, o la firma del director, pero lo demás es todo lo mismo. Esa rutina es tan mala como el mucho trabajo. Es una cosa que yo entiendo. Eso creo yo […]».

[And did they get you to trade | Your heros for ghosts? | Hot ashes for trees? | Hot air for a cool breeze? | Cold comfort for change?…]

«[…] Yo he trabajado mucho de noche. […], estuve veintidós meses sin dormir de noche, veintidós meses de noche son muchas noches esas. […] Clemente suele pasar por aquí. Casualmente, el hermano, que murió en un accidente de coche en el puente de los cacharros antes de mi hermano, está enterrado junto él. […] Clemente era chófer nuestro. Teníamos un camión que compramos de segunda mano. Se lo compramos al padre de Andrés, Andrés Hernández, el médico de cabecera nuestro, que está siempre a Ca’Machín, el rubio, a ese le compramos el camión, un Gran Canaria 9.062 que nos costó 127 mil pesetas. El primero que condujo el camión ese fue Clemente. Y en ese camión íbamos Clemente y yo para Las Palmas con ochocientos cestos, que es lo que hacía el camión. Hubo una época en la que estuvimos veintidós meses sin dormir de noche. Después, por la mañana, llegábamos y cargábamos las cajas vacías en los cultivos. Por la tarde, me acostaba después de comer hasta las seis. […] Recuerdo que un día llegábamos del muelle. Sé que llegamos muy tarde -yo era soltero- y recuerdo que mi padre esperaba a que yo llegara del muelle para ver cómo había ido todo. Llegábamos siempre a eso de las cuatro de la mañana. Imagínate tú llegar del muelle a las cuatro de la mañana para después volver a trabajar… Y recuerdo que una vez mi padre, que siempre estaba pendiente a la puerta de casa, en Los Picachos, me preguntó: [P] “Qué, ¿cómo fue eso, mi hijo? [H] Ah, pues bien, todo bien. [P] “Y, ¿qué hora es? [H] “Pues son las cuatro”. [P] “No, qué va, tienes el reloj mal. Son las dos nada más”. Eso de decirme a mí que no eran las cuatro cuando era en verdad las cuatro (la picaresca de él) y decirme las dos era para que, al segundo día, cuando él se levantaba, que se levantaba a las seis y media, a las siete, que es el mismo día, a la postre, decir “hombre, si te acostaste a las dos cómo vas a estar cansado”. Eso me ocurrió muchas veces. Yo lo tomé siempre como una picaresca, como lo que era. No lo tuve a mal. […] Un día fui, no de juerga, fui a una verbena. Fuimos Constantino…, no me acuerdo mucho, Constantino, Antonio, ah, y también fue este chico, este…, bueno, éramos cuatro o cinco, Gilberto, sí, ese, fuimos a una verbena a las Medianías. Eran las doce y media e íbamos caminando para Telde. Era un domingo. Recuerdo que abro la puerta y, no sé si era por la cerveza o porque traía una copa de más, no creo, me acuerdo perfectamente, mi padre enciende la luz: [P] “¿Qué hora es?”. [H] “La una”. [P] “Cómo va a ser la una, si son por lo menos las cinco de la mañana y mañana tienes que ir a trabajar”. Y le digo: “Es que usted, cuando llego a las cuatro, llego a las dos porque mañana tengo que trabajar. Hoy, que en realidad llego a la una, usted me dice que son las cinco de la mañana. Es la una, mire usted”. Y jamás me dijo nunca nada. Ni que eran las cuatro, ni que era la una. […] Esto por contarlo como una anécdota más […]».

[And did you exchange | A walk on part in the war | For a lead role in a cage?]

«[…] ¿Salidas…? Sí, hubo salidas. Eso tampoco era tan malo porque también teníamos una libertad relativa. Había más limpieza, pienso, que hoy en la juventud. Había más limpieza en el sentido de que hoy te encuentras con más problemas o te puedes encontrar con muchos más problemas que antes. Antes era más sana la gente. Tú dejabas la furgoneta en el casino cargada de azufre, la llave puesta, todo ahí; hoy pierdes la furgoneta, pierdes la llave y no encuentras nunca nada. Había más confianza. Incluso, el tío dejaba la cartera, se le caía la cartera, se la daban, tenía las mismas perras que tenía… Hoy tiene que estar un poco… Hoy le quitan la cartera y no le quitan el bolsillo porque no pueden. Tienes que estar con cuatro ojos. ¿Por qué? Porque estamos viendo el peligro todos los días. Ni digo que la juventud de antes sea muy mala ni la de hoy sea más buena, ni al revés. En fin, creo que los tiempos han cambiado, hay más libertades… Pero esas libertades que tenemos hoy hay que saber aprovecharlas. No son libertades para hacer daño, porque hoy están dando la libertad para hacer daño. No se aprovecha la libertad para poder conversar; para sacarle el fruto que tiene y que no tenía antes. […] Antes mi padre te castigaba cuando tenías veintidós años. Hoy no se puede castigar o no se debe castigar. […] Si tienes ese campo por delante para que estudies, esa libertad para que tú puedas crecer un poco, para que tú puedas opinar desde un partido político o lo que fuera, y tú no sabes hacer uso de ella porque tú crees que esa libertad es para…, entonces no haces que la libertad sea constructiva, sino destructiva, que es lo que está pasando hoy, que la libertad es más destructiva que constructiva. Yo no quiero que esto sea un libertinaje, como lo es porque se está empleando mal los derechos de la libertad. […] El trabajador lo emplea mal porque abusa de la empresa. ¿Por qué? Porque como tiene unos derechos, pues trabaja a empujones; al estudiante pues le pasa igual; al profesor, como tiene unos derechos, pues también… Se está haciendo un mal uso de las libertades. […] Está el poder judicial que está ahí para protegerte, no para tú ir contra el poder judicial. El poder judicial nunca intenta ir contra el ciudadano, ni los jueces ni los magistrados. Quiere que todo vaya lo mejor que pueda. Hombre, en un rebaño de ovejas aparece una oveja mala, pero no se puede hacer una generalización de eso: ni todas las mujeres son ruines ni todos los hombres son maricas, por decirlo de alguna forma, ¿me entiendes? No se puede generalizar. Yo creo que tenemos unas libertades y que tenemos que hacer un buen uso de ellas. Que en principio tenemos que estudiar qué libertades son las que tenemos y hasta dónde podemos llegar con ellas, que para eso existen unos estatutos y tenemos unos profesores, los tiene también la iglesia, que nos tienen que marcar las pautas… Nos tienen que educar para saber usar nuestras libertades […]».

[How I wish, how I wish you were here. | We’re just two lost souls | Swimming in a fish bowl, | Year after year…]

«[…] el juez se equivoca, claro que se puede equivocar; que la policía se equivoca, claro que se equivoca; que el gobierno se equivoca, claro que se equivoca… Pero, cuántas cosas hace el gobierno, cuántas cosas quedan pendientes por hacer, cuánto tiene que lidiar contra una oposición, contra unos sindicatos, contra unas reivindicaciones… Coño, tiene que equivocarse, se equivoca por las muchas cosas que hace. El gobierno no funcionaría si no hiciera nada. Mas el pueblo nunca está conforme. Si plantan árboles porque están mal plantados; si no planta árboles, “¿por qué no se plantan árboles?”; si los riega, el camión que está regando los árboles está molestando; y si no riegas, “joder, no pasa el camión”. Yo creo que hay que ser flexibles y saber tolerar porque si las cosas no están bien y nosotros las ponemos más difíciles… […] Es lo que ocurre ahora mismo en Canarias con arreglo a la Península. Nosotros difícilmente podemos salir de donde estamos si no nos unimos un poco más: olvidando las luchas entre islas, olvidando partidos políticos… Tenemos que hacernos una piña y luchar para que estemos siempre donde nos corresponde… ¿Cómo nos vamos a escuchar si no nos entendemos? No nos entendemos y, además, no sabemos de la realidad, o no saben de la realidad nuestros políticos. ¿Por qué? Pues, porque el de Sanidad es un señor que es Ingeniero Agrícola y el de Cultura debe ser un señor que tenga unas bases de cultura que ahora no las tiene… Tenemos que elegir a los mejores. Ahora mismo, estamos equivocados. Esto no se puede llevar de esta forma. Tenemos unos privilegios que los hemos perdido o los vamos a perder, los vamos a perder como esto siga así. Unos privilegios por ser islas, nada más. El problema es que no estamos en ningún sitio. Ahora mismo no estamos ni en Europa. ¿Por qué? Porque no nos defendemos a nosotros mismos; porque no hacemos el uso debido de nuestros derechos ni hacemos por estar más unidos; porque aquí se mira más por los cambios personales que por los cambios del pueblo. Los mandatarios quieren más estar en el sillón que buscar la solución a los problemas. […] Es que las culturas son bajas… Yo creo que el pueblo todavía no tiene la suficiente cultura para exponer sus quejas como debe ser. Y entonces, claro, cuando se van a la plaza de San Juan a quejarse porque cortaron, por ejemplo, los árboles, nadie se pregunta “¿por qué se cortaron los árboles?”. Digo yo: “¿Por qué no fueron antes a un botánico para ver si es verdad…?”. Todo eso que se hace así, se asume mal y ya se hace una manifestación como el que se hace un bocadillo, sin bases ningunas. No, no. ¿Por qué se hace la manifestación? Hombre, por esto, esto, esto y esto. ¿Es lógica la manifestación? Sí. Pues, adelante. Ahora mismo se estaba luchando, antes de las elecciones, que si el hipermercado sirve, que si el hipermercado no. Pregunto yo: ¿Qué molesta el hipermercado al pueblo de Telde? Yo creo que nada; al contrario, es más vida para Telde. Pienso que generará puestos de trabajo para hacerlo y habrá mucha gente de Telde que irá a trabajar al hipermercado […]».

[Running over the same old ground. | What have we found? | The same old fears. | Wish you were here]

2 | Domingo, 1 de noviembre. Día de Todos los Santos. Festivo. En aquella cápsula, para los tripulantes era un domingo más como otro cualquiera, como cualquier lunes o cualquier jueves; el mismo día siempre, sólo cambiaban los extraterrestres, que al ser fin de semana eran de otro planeta. A primera hora de la tarde, el hijo toma el relevo. Le da la merienda. Reconstruyen el pasado entre silencios y palabras. Algunas piezas del puzle se han caído. Al irlas a recoger, comprueba el hijo que están rotas a pesar de que el padre las unta con el adhesivo de una memoria no cuestionada. El fragmento reconstruido no encaja, pero no importa: es nuestro puzle, es nuestro tiempo, para nadie más que para nuestro solaz lo hacemos. Decimoséptima hora de la tarde. El hijo ayuda al padre a acostarse. Ve que aguanta cada vez más tiempo levantado. Eso es bueno. Acuesta al padre y él se sienta en el sillón. Quince minutos después de la decimoséptima hora, el padre está adormilado y el hijo no está mucho más despierto. Cuando falta media hora para la decimoctava hora, el padre se desvela ligeramente y mira al hijo. Dice algo que no se entiende. El hijo se levanta y se acerca hasta la cabecera de la cama. No era nada en especial. El hijo le dice que saldrá cinco minutos para echarse un café y un cigarro, y que enseguida regresa a la habitación. El padre asiente y hace un gesto como diciendo “sí, ve, ve ya y déjame dormir”. El hijo vuelve a sentarse en el sillón y comprueba cómo su padre se ha quedado dormido. Espera unos minutos. Se ha dormido. El hijo sale, llega hasta la sala de espera, saca un café y se dirige a la entrada de la clínica. Se toma el café y cuando ya apuraba el cigarro ve llegar a un muy querido amigo del padre, don Francisco Artiles. «[…] Me alegró especialmente ver a Paco. Mi padre siempre le tuvo un inmenso aprecio y creo que, de alguna manera, me inculcó a mí ese afecto. Habían sido amigos de toda la vida y eso se notaba cuando estaban juntos: tenían anécdotas para no aburrir ni al más soso de los humanos. La última vez que lo vio fue una tarde en la que saqué a mi padre a pasear. Por entonces, ya estaba bastante deteriorado y nuestros paseos eran pequeñas bocanadas de imágenes que insuflábamos en la poca claridad que le restaba. Una tarde, además de ir a otros sitios, aproveché a llevarlo a la farmacia que Paco regenta en el parque Franchy y Roca. Qué de abrazos, alegrías y algarabías se profesaron mutuamente. Paco dejó un momento la farmacia para que la gestionase su empleado y se fueron ambos a una cafetería cercana. Hablaron durante media hora o algo más. Mi padre estaba feliz. Recuerdo esa tarde con mucho cariño y por eso me contentó ver llegar a Paco. Nos saludamos afectuosamente, le puse al corriente de la situación y subimos hasta donde estaba mi padre… […]» ¿Cómo es el rostro del desconcierto? ¿El mismo que se narró en el capítulo anterior a propósito de Segismundo? No, no es lo que exactamente queremos contar. Es algo más fuerte, más duro: una madre, mientras habla con una amiga, pierde por un instante el control del cochecito de su bebé, que va cuesta abajo y sin frenos en dirección a una carretera transitada por muchos vehículos. ¿Cómo es el rostro de la madre? ¿Qué rictus moldea su faz en el instante mismo en el que percibe lo sucedido (al margen de que luego se metamorfosee en terror, angustia, desesperación…)? Pues bien, ese primer gesto fue el que se dibujó en el rostro del hijo cuando instantes antes de llegar a la habitación, desde el mismo pasillo, comprobó cómo su padre había logrado quitar la barra de seguridad de su lado izquierdo, se había incorporado y estaba sentado al borde de la cama, en la esquina más próxima a la puerta de la habitación. «[…] Se ha levantado, se ha levantado. Le dije que no debía haber hecho eso, que podía haberse caído, pero los ojos de mi padre se clavaron en Paco Artiles. Enseguida lo reconoció y enseguida centró en él todas sus atenciones. Hasta el extremo esto fue así que le invitó a sentarse en el sillón y no dudó en dirigirse a mí, como si fuese un camarero, para que les trajese un par de whiskies y unos manises. Si aquella escena no era surrealista, poco le faltaba… Paco le dijo que no debía levantarse y enseguida engancharon una conversación que no seguí en su totalidad porque consideré oportuno ir hasta el control de enfermería a dar cuenta de la nueva: que mi padre ya tenía capacidad para levantarse, pero no tenía el suficiente orden mental como para atender a los peligros que esto le podía acarrear. Recuerdo que me atendió un enfermero que, por su dejo supuse que era italiano. No sé si me entendió lo que le dije, sé que delante de mí, por insistencia mía, lo anotó en la hoja de seguimiento del paciente. Tres días más tarde, la Dra. Hernández haría constar por escrito, en un informe, la orden de que el paciente debía estar sujeto […]». Aunque el final fuese el que fuese y las cosas se diesen como se dieron…

4 de noviembre. 10.24 h. Informe del Segundo Frente: Control de constantes basales. Colocar colchón antiescaras. Protecciones en talones. Cambios posturales según protocolo. Sentar, colocar sujeción alrededor de la cintura para evitar caídas. Vigilar ingesta y administrar la medicación, el paciente no coordina la movilidad de las manos. Interconsulta, 24/11 a las 8.00 horas, preparar turno de noche y llevar desayuno. Llevará hoja con datos personales. Interconsulta, 25/11 a las 11.00 horas, preparar a primera hora y llevar desayuno. Llevará hoja con datos personales. Fdo. General M.J. Hernández Herrero.

3 | Domingo, 8 de noviembre. El último fin de semana antes de la segunda caída. Otro día igual a todos los anteriores. Esa tarde, compré un par de horas de televisión para que viese el partido de fútbol que retransmitía la Televisión Canaria entre la Unión Deportiva Las Palmas y el Rayo Vallecano. A mi padre le gustaba el fútbol y pensé que mi iniciativa podía resultar de su agrado. Logré que tras la merienda caminase por la habitación hasta el sillón de su compañero de habitación porque así estaba más cerca de la televisión. Aunque algo renqueante, mi padre llegó a su destino más bien que mal, lo cual era una buena señal. Encendí la televisión y sintonicé cuantos canales estaban disponibles para ver si le atraía alguno. Al margen del propósito inicial de ponerle el fútbol, lo importante era que él se entretuviese con algo diferente. Mi padre siempre fue un buen televidente y, más que eso, un cinéfilo sin muchas exigencias, lo cual siempre me llevó a una conclusión muy relevante, a mi juicio: a mi padre le gustaba el cine, en general, y mostraba muy buena disposición para ver lo que pusiese la televisión, fuese del género que fuese. Obviamente, tenía sus preferencias: el western, el cine negro, las películas basadas en la Segunda Guerra Mundial…, pero ello, repito, no le impedía “aceptar”, por decirlo de algún modo, lo que emitiesen en televisión. Yo, en cambio, con toda mi pedantería a cuestas, me brindo a juzgar y catalogar, bajo el paraguas de un supuesto espíritu crítico moldeado por años de visionado cinematográfico, para luego condenar o encumbrar una producción fílmica. De los dos, ¿a quién realmente le gusta el cine, al que lo ve y disfruta en mayor o menor medida con lo que ve o al que está buscando fallos por todos lados para cercenar a los veinte minutos la película y sentenciarla a la más inmisericorde proscripción?[2] Empezó el partido, vio algo, miraba para otro lado y devolvía los ojos al televisor. Yo me senté frente a él, de espaldas prácticamente a la televisión, que tenía hacia mi derecha, encima de mi cabeza. Lo miraba fugazmente para que él no se percatase de que me fijaba en él: no prestaba atención al aparato; lo veía, sí, pero no lo miraba. Así hasta que se olvidó de él… «[…] y estuvo viendo lo que había tras de la ventana. La mirada se perdía a través de la calle desconocida, a través de ese mundo lejano del que ya no se sentía parte. Entre las lamas abiertas, atisbaba la entrada de la clínica, el tramo correspondiente de carretera, el cielo plomizo… Si algún retrato tiene la tristeza, aquella escena bien lo representaba: don Sandalio dormido, ajeno; mi padre sentado en el sillón de su compañero de habitación y mirando a ninguna parte; yo, frente a ellos, los contemplaba y dejaba que el brillo de la televisión diese la mota de color a ese bodegón de nubes negras que tras cubrir el entendimiento de mis acompañantes envolvía mi corazón apesadumbrándolo. Caía la tarde y en aquel universo sin estrellas sólo había un punto de luz, la televisión. Veía el rostro de mi padre y la gran pregunta que lo resignaba: “¿Qué es todo eso que hay al otro lado de la ventana?”. Y yo pensaba que al otro lado está lo que está al otro lado; yo no sé qué hay al otro lado porque, quizás, ese mundo en el fondo tampoco es el mío. Nosotros estamos aquí y ahora. Eso es lo que nos debe importar, lo que tenemos: este instante… Suspiró. Ese fue el último fin de semana en esa imposible tierra de promisión […]».

4 | Miércoles, 11 de noviembre. 8.00 horas. El hijo llega a la habitación y se encuentra a su padre sentado en el borde de la cama, cerca de la puerta, sin la protección –que había logrado quitar- y pulsando el interruptor de la luz: encendiendo y apagando, encendiendo y apagando… Lo acuesta y afianza la barra de protección. Le pide que espere, que enseguida vendrá el desayuno. Se dirige al control de enfermería y da cuenta de lo que ha visto. La enfermera no sabe qué responder. A las nueve y pico, la Dra. Hernández es puesta al corriente por la enfermera y por el hijo, quien insiste en la necesidad de que el padre esté amarrado o bien afianzadas las protecciones que deben impedir su caída. La doctora afirma que volverá a recalcar las órdenes que ella mismo dio por escrito en el informe del 4 de noviembre.

5 | Al día siguiente…: «El paciente estaba desayunando y tiró la bandeja. Al ir a buscarle otra, el paciente se levantó y se cayó de la cama». Lo que tanto temí, terminó ocurriendo…

6 | Noviembre, 12, jueves, hora décima. Me he levantado relativamente temprano. Anoche trabajé hasta tarde. Me sirvo un café y mientras espero a que el ordenador esté operativo enciendo un cigarro. El día en Vecindario promete estar bien: ni mucho calor, ni mucho frío. Suena el teléfono. Es mi madre: «Han llamado de la Clínica. Tu padre se ha vuelto a caer. Se lo llevan al Hospital Insular». La tranquilizo: «Yo me encargaré de hacer las gestiones. Te mantendré informada».

12 de noviembre. Segundo Informe del Segundo Frente: TA: 120/70. En el día de hoy sufre caída accidental estando desayunando, presentando deformidad de MII y rotación externa. Se realiza placa, observando fractura, desplazamiento y acabalgamiento de la misma. Se inmoviliza y se administra analgesia y relajante muscular. Se coordina traslado con el 112 a su hospital de referencia.

Llamo a La Paloma y pido hablar con la doctora Hernández. La recepcionista trata de localizarla mientras me informa de lo que ha sucedido. Seguro que fue la misma versión que le dio a mi madre. No recuerdo ahora si hablé o no con la doctora Hernández; para el caso, poco importa… Lo importante ahora era estar en el Hospital Insular y saber cómo está el paciente. Como aventuraba que la jornada iba a ser larga, cogí una mochila y la cargué con tabaco, un libro (el Mal de escuela de Pennac que no logro digerir todavía), el móvil y algo de abrigo. Salí hacia el Hospital. Media hora más tarde, quizás algo más, estaba en la ventanilla de Urgencias preguntando por mi padre. Todavía no ha llegado, espere. Espero. Informo a mi madre por teléfono. Espero. Pasan veinte minutos, veinte horas, veinte años… Pregunto. Espere. Espero. Trato de leer. No me concentro. Llamo a La Paloma. Ya está en camino. Espero, sigo esperando. Me reprimo de seguir preguntando en la ventanilla. No se ha oído por los altavoces lo de familiares de… Me doy un paseo y llego hasta la librería del Hospital. Miro libros. Grata sorpresa: Pregúntale al economista camuflado de Tim Harford[3]. Lo compro y lo guardo en la mochila. Me dirijo, ahora sí, con decisión, a la ventanilla de Urgencias. Pregunto por mi padre. No, no ha llegado todavía. ¿Desde dónde coño lo traen? ¿De Sebastopol? Si viene, ¿entra por esta puerta o por otra diferente? Por esta, por esta, me responde.

11.45. Hora de activación de la Emergencia. Traslado despacio al Hospital Insular. Fractura desplazada de fémur izquierdo. Exploración inicial: 12 horas. TA: 120/70. Activado el monitor E.C.G./02, el inmovilizador espinal y el colchón de Vacío. Este último, se subraya.

Exitus


[1] Pink Floyd, “Wish You Were Here” del disco Wish You Were Here. Reino Unido, Harvest Records / EMI, 1975. Letra obtenida en: www.pink-floyd-lyrics.com.

[2] Recuerdo su pequeña videoteca de películas en formato Video Home System (VHS) y tengo muy presente aquellos títulos que en alguna ocasión compartimos y que él no dudaba en volver a ver si se terciaba la ocasión. A saber: Air Force One (1997), Apolo 13 (1995), Casablanca (1942), El Halcón Maltés (1941), Gigante (1956), La gran evasión (1962), La Milla Verde (1999), Los Puentes de Madison (1995), Quiz Show (1994), entre muchos otros.

[3] Madrid: Ediciones Temas de Hoy, 2009. En agosto, en Fuerteventura, me había leído con muchísimo gusto El economista camuflado (del mismo autor e idéntica editorial; 8ª edición: diciembre, 2008), de ahí lo de grata sorpresa.