¿Qué hay de lo nuestro?

Reconozco que al principio había pensado en abordar el tema con cierto cinismo, un tanto de sarcasmo y una pizca de retazos irónicos que debían caer espolvoreados sobre las conclusiones. Mas luego me di cuenta de que el tema arrastraba consigo tanta literatura, tanta fábula y ficción a la vez, que añadir más condimento iba necesariamente a estropear la irritante circunstancia del asunto.

Más tarde quise ir a la yugular, como se dice: sin piedad, con ira, sin prudencia, con malestar, sin mesura, con violencia; pero me contuve porque un ápice de luz me hizo atisbar que así muy poco era lo que podía obtener más allá de una silenciosa defensa numantina de los agredidos y los vítores desmedidos de los enemigos de los atacados, quienes, por otro lado, están cortados por el mismo patrón que estos.

Por eso sólo me voy a limitar a preguntar sobre la cuestión que tanta zozobra me causa a tenor de lo que ya empieza a ser moneda de uso habitual: la presencia de representantes públicos inmersos en batallas de índole personal o política que nada tienen que ver con el desempeño de la función para la que han sido elegidos y por la que cobran un estipendio procedente de los impuestos de los ciudadanos.

Si los políticos son seres humanos y los humanos necesitan descansar, los políticos necesitan descansar. Si para descansar es necesario no-trabajar, los políticos necesitan no-trabajar. Si para no-trabajar es necesario estar un mínimo de horas inactivo (durmiendo, haciendo equis cosas no relacionadas con el trabajo, etc.), los políticos, que sabemos ya que necesitan no-trabajar, necesitan estar un mínimo de horas inactivos. Las horas en las que no están inactivos, están activos (es obvio). Entonces, pregunto: ¿Cómo es posible que el mayor porcentaje de tiempo laboral  (de tiempo activo) de un político se ocupe en asuntos que nada tienen que ver en sentido estricto con su trabajo? ¿Por qué pierden nuestros representantes tanto tiempo en hablar y gestionar temas que sólo les incumben a ellos desde el punto de vista personal o de la formación política a la que le deben su razón de ser?

Cada vez que uno de ellos en horas de trabajo llama por teléfono (que casi siempre es corporativo, por supuesto) para hablar con alguien de su agrupación política con el fin de abordar cuestiones exclusivas de la formación que los vincula; cada vez que coge un medio de transporte (en horas laborales) para ir a una reunión de la comisión equis de su partido; cada vez que hace uso de los medios de la institución para la que trabaja (repito, para la que trabaja) con el propósito de atender a tareas personales que nada tienen que ver con las labores que le corresponde, cada vez que esto es así, pregunto, ¿no está, por decirlo de algún modo, estafando a los ciudadanos porque utiliza un tiempo y unos recursos que deberían ser empleados en un servicio público para atender a cuestiones que sólo le benefician a él y a los suyos? Pregunto…

Cada vez que un representante (en-ho-ras-de-tra-ba-jo) se dedica a realizar declaraciones a la prensa, a la militancia, a Dios sabe quién… para dar cuenta de temas que sólo le corresponden a él (enarbolar inocencias cuestionables, enfangar al adversario, destruir la imagen del contrario, etc.), cada vez que esto es así, repito, ¿no está, por decirlo de algún modo, engañando a los ciudadanos ya que estos le pagan por unas horas de trabajo que no está realizando? Pregunto…

Si el encargado de hacer una gestión compleja como es la representación de los intereses ciudadanos dedica la mayor parte de su tiempo a atender las cuestiones particulares y las de un colectivo privado (porque un partido político es un colectivo privado), ¿en manos de quién queda el trabajo por el que cobra el representante público? ¿En manos de sus asesores? Y si estos “vasallos” tienen (como lo tienen) el mismo interés por el trabajo que su “señor”, pregunto de nuevo, ¿en manos de quién queda el trabajo necesario para que el día a día de la ciudadanía vaya como es menester? Pregunto; que conste que pregunto, ¿vale?

Moiras Chacaritas