(… impasible cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte…)
No será una Alicia Alonso, no, pero qué lindos son los sueños. Además, todo es empezar. Si con seis Mozart ya tocaba el violín… Un teatro lleno. Un público rebosante. Aplausos. Fama. «¿Es usted la madre del cisne?». «Todo se lo debo a mi madre». ¿Quién pudiera volver atrás ahora? «¿Para qué quieres perder el tiempo con eso?». Mamá nunca lo entendió. Yo no soy como mamá (un minuto). ¿Acabaré como ella? (baja la cabeza). Qué lindo aquel tutú. Lo compramos la víspera de los difuntos de… ¿Cuándo fue? Tenía ocho años. No había hecho aún la comunión y Armando ya había nacido. Tenía siete para ocho. Los cumplía al mes siguiente (se ríe, suspira, se aflige). No se me daba mal. Era un poco fuerte. Como mi padre, que en paz descanse. ¿Qué habrá sido de aquella academia? ¿Qué de mis compañeras? Ninguna fue una Alicia Alonso, pero nadie les puso ninguna puerta a sus ilusiones (un minuto). Mamá en el fondo tenía razón. Ahora llueve. Qué oscuro está. Aún no son las siete. Ya se nota el frío. Se acabó el verano. Otro verano. Y ahora el otoño. Otro otoño. Dichosas bolsas, las arrimaré a un lado. Parece que una sólo ha nacido para cargar. ¡Ay, el recibo, el recibo! (un minuto). Qué sillas tan incómodas. Me gusta la mesita. Le falta algo. Esas flores no le pegan. Qué feas son. Parecen un… qué se yo. Algo raro. No hay revistas. ¡Qué cuadro tan bonito! Casi las siete. ¿Qué estará haciendo César? (veintidós segundos y cuarenta y siete centésimas). ¿Qué se oye? ¿De qué me suena esa música? (su rostro se ilumina, luego se difumina). No me gusta que esté tantas horas fuera de casa. Esa chica no me da buena espina. No es fea. Son muy jóvenes. ¿Y si la deja embarazada? César es muy joven. ¿Cómo va a ser padre? Sin estudios, sin trabajo; sin oficio ni beneficio. Es una locura. Luego habrá que casarlo… y mantenerlos. Se liará con otra y ella… y nosotros cuidando al nieto (segundos)… o a la nieta (un minuto). ¿De qué me suena esa música? ¿No es la de las lavadoras? Sí. Es la que salió en aquella película que… Vaya, ya lo diré… El protagonista era…, sí, el que hizo… (reflexión metafísica profunda y trascendental)… No caigo. Qué embrutecida estoy. Adónde he llegado (un minuto). Espero que no le aprieten las zapatillas a Nenita. Hace frío. Una rebeca es poco. ¿Por qué no cerrarán la puerta del local? Ahí está la madre de Melany. «Hola». «Hola». «Ya se nota el frío». «Sí. Eso mismo pensaba ahora». «Cerraré la puerta». «Será lo mejor». «Espero que no le moleste…» (niega con la cabeza; afirma con la mirada). Qué desmejorada está. Dice que hace dieta. Como yo. Mucho sacrificio, pocos resultados. Total, para gustar a quienes hace tiempo que no les gustamos. Antes no era así. Jamás volverá a ser como antes (un minuto). Se cortó el pelo. No me gusta el baño de color. Me recuerda al de mi cuñada Elvira. ¿Cuándo fue? ¿Cuándo fue? En… ¡Ah, sí! En el bautizo de Rogelio. Sí. Cuando Arturo se cogió una buena. Qué bochorno. Rogelio… ¿Qué será de él? Dejó los estudios. Creo que también tiene un medio lío. Ya están en la edad. ¿Cuánto se lleva con César? Yo estaba embarazada de César y Elvira… Elvira… ¡Ah, no! Elvira no se había casado todavía. Mis suegros vivían todavía. Cuatro años. Sí. Cuando César empezó la Primaria, Rogelio tenía un año. ¿O dos? Mi suegra ya había muerto y… ¡Ah, no! Estoy confundida con Merche. No. César le lleva tres años a Rogelio y cuatro al de Merche. Sí. A Bochiche. Bochiche. ¿Cómo se puede llamar alguien así? Bochiche. Tiene nombre de bar: “El bochiche”. Ese sí que no está muy bien de la cabeza. ¿Cómo se puede llevar encima una ferretería? ¿Qué sentido tiene llevar clavos o tornillos por la cara? Las siete pasadas (19:04). Queda verdura sancochada del mediodía. Eso y un huevo frito para Arturo. Nenita y yo comeremos espinacas y César… César que se busque la vida. No agradece nada. Sólo quiere la camisa limpia y el dinero para arreglarse esa fila de hormigas paseando por el cachete (chasquido con la lengua). «¿Decía?». «Oh, no, nada… Pensaba». Claro, el padre. Mucha rienda suelta, poco control… El machito, el machito. A ver si la deja embarazada. Veremos qué cara pone el papaíto. Aunque ya me lo imagino. Seguro que le echa la culpa a ella por buscona. Aunque no sé si darle la razón. Qué falditas se gasta la niña. Para eso que vaya en bragas. O en tanga. César es muy joven. Las mujeres a su edad somos más maduras. Los chicos sólo van a eso (“tan callando”). Y pensar que hasta ayer una lo vestía y calzaba. Tanto esfuerzo para esto (un minuto). ¿Habrá llegado ya a casa Arturo? Hoy es jueves. ¿Jueves? Sí. Seguro que llega tarde. Menudo golfo. Una encerrada en casa y él… sin llamar ni dar señales de vida. Luego se ofenden si les llamas la atención (somnoliento silencio solitario). Es el Lago de los cisnes. Sí. Es de… Bueno, ¿cómo se llama? Sí… Es ruso. Vaya, cómo se anula una entre platos y fregonas. No es justo. Deberían darnos un sueldo. Hacer camas, limpiar la mierda de otros, tener la comida a punto, la ropa… Luego se te ponen chulos. Cría cuervos… Cuida cuervos. No es justo que estés toda la vida dependiendo del sueldo de tu marido, se muere y te ves con una mano delante y otra detrás. Y, claro, como él es el que ha cotizado y tú, para los de arriba, has sido una mantenida. Pues eso. Arturo se muere y qué me queda… Nada: una hipoteca, dos hijos menores y muchos problemas para ponerme a trabajar ahora a mi edad, sin estudios, oficio ni beneficio (un minuto; soporífera sombra…). Ahora hace calor. Tengo sueño. ¿Dostoievski? Sí, me suena. Es de Dostoievski. Seguro. Bueno, y si no lo es… bah, a las lechugas muy poco les importa esa cuestión. Aquí la burra. Y yo que tenía mi trabajito y mi dinero. Debía haber esperado un poco. Qué prisas. Total, para llegar a la cárcel más pronto. Pero mamá: «Es un buen chico, aprovecha». Mucho zumo, mucha vida sana, muchas atenciones al principio, pero luego… (“cuán presto se va el placer”). Ajos, cebolla, leche, lejía… ¡Qué memoria más… joder! Ajos, cebollas, leche, pilas para la radio… Mañana haré macarrones. Arturo no viene a comer. A César le gustan. Abriré una lata de atún y sancocharé un huevo. Mierda, hoy cenan huevo. Bueno… Queso rallado. El supermercado abre hasta las nueve. ¿Qué más falta? ¡Los zapatos! Se me olvidaron. Mañana los cojo antes de ir a buscar a Nenita. ¿Habrá podido con los tacones? (un minuto). Qué guapa es la profesora de Nenita. ¿De qué se alimentará esa mujer? «Espere que le doy el recibo del mes pasado». «Estaba por recordárselo». Nunca sonríe. Jamás mira a la cara. ¿Por qué llevará siempre cuello alto? Lleva anillo de casada. No creo que el marido… No, no será eso (se agarra el cuello). Sería horrible. Qué miedo. ¿Y si Arturo, cualquier día…? ¿Qué sería de mí? ¿Cómo lo denunciaría? ¡Qué vergüenza! Tendría que callar… hasta que ocurra lo irremediable. Entonces… Dios mío, que me quede como estoy (“cómo a nuestro parecer, cualquier tiempo pasado fue mejor”). «Aquí tiene». «Gracias». ¡Ahí está Nenita! ¡Qué grande está María! Ya es toda una señorita. Hasta la comunión duran los Reyes, luego… Adiós a la inocencia. A los nueve, a los diez, a los once… Luego vendrán los amigos. Y las noches sin dormir. Y los temores. Y la primera vez. Ahora empiezan muchas primeras veces… (suspira). Siete y cuarto. Ahora salen… Ya salen. Un día menos (“nuestras vidas son los ríos, que van a dar a la mar”). «Hasta el jueves». «Hasta el jueves».
(A mujer sentada que piensa impasible cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte veo a través de los cristales tibios de un otoño que se desmiga en sus labios de suspiros vagos e impolutos bajo la mirada plomiza que deposita en cada ronda de recuerdos imprecisos pintados con el vapor de las desesperanzas mundanas que jamás valdrán para llevarla a la mentirosa felicidad tantas veces anhelada como prohibida por un tiempo que hace tiempo se encargó de cerrar frente a sí las puertas azules con llaves de frustraciones e imperfectas muestras de sendas erradas en los pasos cansinos que sin voluntad marcan los frutos de la permanencia terrenal y en las difusas acciones que día tras día se diluyen en la monotonía de los actos y en la confirmación de que nada es imprescindible, de que los arrabales de las quimeras se doblan de pereza en los atardeceres de este final de estío en el que veo cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte en cada esquina de los sueños y recuerdos espolvoreados de una mujer sentada que piensa impasible).