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Lorca, antológico y zerpiano

La voz “antología” me gusta. Está asociada a “exquisita selección” y, por ello, en cierta medida, a “convite”, otra palabra que me encanta por su relación con “generosidad” y, por tanto, con “afecto”. Los significados connotativos señalados me agradan, y mucho, porque se vinculan con la compañía teatral del IES José Zerpa, lo que de algún modo supone que lo estén también con el nombrado instituto de secundaria santaluceño, pues no hay en la actualidad ninguna representación de lo que es el espíritu de la comunidad escolar de este centro que supere la fortaleza distintiva que atesora su grupo dramático, que anualmente, a partir de la puesta en escena de una obra, nos reúne para afianzar nuestros lazos como colectivo educativo, social, cultural y cuanto sea necesario que se tenga que ser para contribuir desde el lugar que nos corresponde a que sea posible un mundo mejor.

Este tipo de conclusiones semántico-sentimentales, como la que en esta ocasión ha fraguado, me resulta inevitable con cada convocatoria, cada llamada, cada invitación a encontrarnos en el Teatro Víctor Jara para, como una piña, ver y vernos, contemplar y contemplarnos, pensar y pensarnos; y este año no iba a ser menos, sobre todo porque nos reunió un maravilloso florilegio titulado Quererte como te quiero, una selección y adaptación de otra compilación: Heridas. Las mujeres de Lorca (2018), el primer proyecto de Youkali Escena. Fue el pasado 23 de abril y, como siempre, sucedió gracias a las directrices de esas dos colosales joyas que habitan en nuestros corazones al frente de la dirección: Susana Hidalgo Ferreras y Patricia Hernández Curbelo.

Qué afortunados somos. Qué suerte hallarnos en el punto exacto del espacio y el tiempo, y bajo las mismas coordenadas culturales, para dar con ellas y, de su mano, dejar que nos conduzcan, cual mentoras, a ese fascinante universo de las artes escénicas, en general, y de Lorca, el gran Lorca, en particular, pues ha sido el granadino una constante inspiración para Susana y Patricia, estas dos inmensas fuerzas de la naturaleza que han honrado al de Fuente Vaqueros, a través de la compañía zerpiana, en varias representaciones: Vida, pasión y muerte de un poeta; Lorquianas; La zapatera prodigiosa; Yerma y La casa de Bernarda Alba.

En este sentido, qué ventura el poder reencontrarnos en esta ocasión con sublimes y bien compuestos instantes de Mariana Pineda (1927), Bodas de sangre (1933), Yerma (1934), Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores (1935) y La casa de Bernarda Alba (1936); con momentos purificadores protagonizados por heroínas en los que confluyen los amores y deseos contrariados, dolorosos, desgarradores junto con unas penetrantes, vehementes, desesperantes ansias de libertad; con pedazos de esa historia real —envuelta entre pulsiones líricas y dramáticas— de nuestras madres, abuelas, bisabuelas, tatarabuelas…, que, por el mero hecho de ser mujeres, vivieron presionadas para ser y hacer lo que otros querían que fueran e hicieran.

Por eso, necesitamos a Lorca, para recordar, para conocer, para valorar, para sentir, para zozobrar, para sufrir, incluso; también para gozar, para llenarnos de esperanza, para amar la vida con intensidad, con convicción, conscientes de lo relevantes que son todas y cada una de las horas que tenemos. Por eso, qué gran labor pedagógica la de nuestras queridas directoras cuando deciden volver a Federico para lograr, a través de él, recrear nuevamente sensaciones propias, pasajes de una sociedad y una cultura a la que no podemos renunciar porque es la que nos pertenece, la que nos identifica.

Y por eso, asimismo, qué fortuna la de las admirables actrices que han dado forma a este Quererte como te quiero: Claudia Medina, Zahia Armas, María González, Carla Casalla, Dulce Rodríguez, Nahuel Zurita, Leyla Eliette, Rubén Elías y Marta Moreno, alumnas que, a pesar de sus numerosas actividades académicas (clases, exámenes, trabajos, etc.) y personales, han buscado tiempo de donde casi no lo había para invertirlo, con talento e ilusión, en disfrutar del arte escénico y aprender de lo mucho y muy bueno que ofrecen, por una parte, el poeta asesinado en 1936 (representado en esta ocasión de un modo magistral por la profesora Arianna Cabrera Sánchez) y, bajo su sombra, por otra, Susana y Patricia, dos de las más leales conocedoras del alma lírica y dramática de quien fue arrancado de la vida en Víznar, de la sensible cadencia anímica de sus versos, de los gritos silenciosos de sus heroínas.

Con semejantes referencias, cómo no iban a contagiarse de emoción e intensidad las jóvenes y magníficas intérpretes nombradas, cómo no iban a sucumbir en el torbellino de sensaciones que constituye el teatro lorquiano en su conjunto. Aún resuena en mi memoria un tan feliz como prodigioso descubrimiento de la noche del estreno, un hallazgo del que no fui consciente hasta el día siguiente, cuando comencé a esbozar este escueto apunte que ahora comparto contigo. Te cuento: como sucede en la primera función de cualquier espectáculo, tuvo que haber en la que nos ocupa —entre bastidores y camerinos— nervios, tensión, temor a olvidar el texto, miedo a tropezarse con vaya uno a saber qué, pavor a…, en fin, una serie de inquietudes y recreaciones de tragedias propias de los actuantes en estas circunstancias. Por eso, al principio, en las escenas iniciales, me pareció detectar que faltaba comodidad, naturalidad, sosiego… en quienes intervenían sobre las tablas. Normal. Comprensible. Razonable. Mas en un determinado momento, percibí algo mágico, maravilloso, impresionante: las actrices de cada obra antologada comenzaron a crecerse más y más, a mostrar una profundidad interpretativa, una intensidad tal que me fascinó. Era como si el duende lorquiano las hubiese poseído y de lo más hondo del talento de cada una fluyera una singular energía que todo lo inundaba y que empujaba a la felicidad y admiración absolutas por hallarnos nuevamente delante de entrañables pedacitos de la mejor literatura hispánica, de tesoros envueltos con pericia y buen hacer tras los personajes de Madre, Mariana, doña Rosita, Yerma, Bernarda…

Recreo esas sensaciones mientras compongo estas notas y no puedo evitar que mi impulso sea repetir la misma fórmula expresiva o similar que ya he utilizado en otras partes de este texto: qué afortunados somos (como comunidad educativa) por disponer de esta magnífica oportunidad (como es la que nos ofrece la compañía teatral del IES José Zerpa) para afianzar nuestros lazos; qué regalo tan grande y valioso contar —para solaz de nuestro ánimo y entendimiento— con el arte, la poesía, el movimiento armonioso, la música y esa fraternidad de la que uno en ocasiones se olvida y que surge en momentos tan sublimes como estos de naturaleza artística que ahora te cuento.

Escribo para dejar constancia de que estuve ahí, el 23 de abril, a las 20 horas, en el Víctor Jara; y de que vi lo que vi, contemplé lo que contemplé, pensé lo que pensé y sentí lo que sentí; y de que me caló muy hondo ese sentimiento de pertenencia a la comunidad educativa del IES José Zerpa, con la que me siento profundamente identificado; y de que quisiera componer crónicas como esta durante muchos años más, pues eso significa que continúa dando lo mejor de sí la compañía teatral y, con ello, que seguiríamos deleitándonos con la magia de sus dos directoras, Susana y Patricia. Escribo porque sé que la palabra es lo que quedará cuando ya no estemos y hay historias, acontecimientos, hechos, instantes… que no pueden descuidarse ni eliminarse sin más si se vivieron y, si se desconocen, que deben comunicarse, compartirse, transferirse… con el mismo afecto y, por tanto, con la misma generosidad con la que se convida a alguien a que disfrute con nosotros de una exquisita selección. ¿Entiendes ahora por qué la voz “antología” me gusta tanto?