PRETEXTO
Todos nacemos en un determinado momento histórico de la humanidad fijado por los ejes espaciales (dónde) y temporales (cuándo), y en un entorno que posee unas particularidades que nos condicionarán, en unos casos, durante muchos años de nuestra vida; en otros, durante toda nuestra existencia. Por ejemplo, nunca dejaremos de pertenecer a la raza que tenemos ni dejaremos de tener la morfología que nos caracteriza, aunque no falten quienes hacen lo posible por alterarla. Con el tiempo, podemos evolucionar en cuestiones tales como la cultura, la condición social, la ideología, el credo, la lengua…, aunque nunca durante una buena parte de nuestros primeros años, pues estamos supeditados a lo que determinan quienes nos tutelan.
Estas particularidades vienen condicionadas por circunstancias exógenas. Veamos un ejemplo: no es lo mismo nacer en la España del siglo XXI que en la del siglo XVI. El analfabetismo en el siglo XXI es una rareza; en el siglo XVI, lo habitual. Lo mismo ocurre con el credo: ser católico en la España del siglo XVI estaba bien visto y, hasta cierto punto, era recomendable para la supervivencia; en la actualidad, proclamar que se es católico produce bastante indiferencia, pues no supone beneficio alguno en cuestiones judiciales, civiles, etc.
¿Adónde quiero llegar con lo expuesto? Pues a destacar la importancia de los marcos histórico y cultural en la configuración de una obra literaria. Nos es admisible concebir la composición de un buen poema como si fuese el resultado de un ejercicio más propio de magos que de escritores geniales: «Nada por aquí, nada por allá… y voilà: ha nacido una poesía trascendente». Me ciño a lo literario porque es lo que ahora nos ocupa; lo mismo cabría exponer para las creaciones plásticas, musicales, etc.
Las diferentes piezas que contiene esta antología son lo que son y tienen la importancia que tienen porque cada una vio la luz bajo unas condiciones muy específicas y en un momento muy concreto del tramo que representan la cultura y la historia de Europa durante los últimos siete siglos (no cuento, por ahora, las referencias prehispánicas ni grecolatinas que se muestran en la tabla de contenidos). Si alteramos esta confluencia ambiental y temporal, quizás estas joyas no serían tal y como las conocemos o no se recibirían con la admiración con la que siempre acogemos su lectura, conocimiento y difusión.
TEXTO
Las etapas históricas son compartimentos temporales que los especialistas utilizan para situar los acontecimientos que se han desarrollado a lo largo de un periodo concreto en un limitado espacio geográfico.
Quienes hacen uso de este procedimiento clasificatorio son conscientes de la imposibilidad o, para no ser muy taxativo, de las dificultades que surgen cuando se pretende fijar el año de comienzo y el de finalización de una época determinada. Por eso, reconocen la necesidad de ser flexibles a la hora de situar las fronteras que dividen estos bloques de tiempo y, al mismo tiempo, la idoneidad de atribuir a un suceso significativo por su relevancia la causa del cambio. Hablo de hechos transformadores de la realidad, momentos que marcan un antes y un después irreversible en la conciencia de las sociedades; o sea: una vez dados, no es posible que no se sigan dando. En este sentido, son como minúsculos big bang.
La división más superficial de los periodos históricos de la humanidad es la siguiente:
big bang: invención de la escritura (3500 a.C.)
Conviene recordar que la invención de la escritura marca el final de la Prehistoria y el comienzo de la Historia. El interés de este recuerdo hay situarlo en el propósito histórico que guía esta escritura.
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Edad Antigua (del siglo XXXVI a.C. al siglo V d.C.)
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big bang: fin del Imperio Romano de Occidente (476)
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Edad Media (del siglo V al siglo XV)
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big bang: descubrimiento europeo de América (1492)
Considero fundamental el gentilicio en el enunciado porque América ya existía cuando llegó Colón. El espacio americano tenía entidad y vida propias, civilizaciones propias, una historia y una cultura propias… Colón no fue el primero en pisar el continente, sino el primer europeo que demostró empíricamente que se podía recorrer el Océano Atlántico de Este a Oeste y encontrar tierra firme. Ni siquiera le corresponde al almirante el mérito de probar la esfericidad terrestre, pues ese reconocimiento le corresponde a Juan Sebastián Elcano (y a su diezmada expedición) desde 1522.
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Edad Moderna (del siglo XVI al siglo XVIII)
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big bang: Revolución francesa (1789)
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Edad Contemporánea (del siglo XIX al siglo XX)
Las etapas históricas mantienen un estrecho vínculo con las denominadas etapas culturales. Para el caso que nos ocupa en este volumen, ambas se formulan en clave europea y siempre sobre la base de un acuerdo científico en sus líneas generales con el que coincido.
Reconozco que no tengo tan clara la inclusión del siglo XXI en el bloque correspondiente a la Edad Contemporánea. Desde mi punto de vista, creo que ahora mismo estamos en una nueva etapa; un nuevo periodo que, a falta de una denominación oficial, he considerado adecuado identificar como Edad Digital. A mi juicio, la tecnología electrónica y lo que representa Internet como espacio de información y comunicación han transformado profundamente o, para ser más contundente en mi postura, de manera radical nuestra concepción del mundo y cómo interactuamos con nuestro entorno social.
El big bang que dio paso a la nueva era lo ubico el día 6 de agosto de 1991, cuando la red mundial de Internet se hizo pública. Reconozco en este acto, con la lógica flexibilidad que demandan las ciencias históricas, las cualidades intrínsecas a un fenómeno transformador y, por tanto, la necesidad de visualizarlo como una frontera entre dos etapas: por una parte, porque, una vez dado, hay una clara conciencia colectiva de un antes y un después; por otro lado, porque, una vez asentado, no puede dejar de darse, es irreversible e inevitable.
No podemos “desescribir” para retroceder a la Prehistoria; tampoco volver al Imperio Romano de Occidente original para deambular por la Antigüedad ni que se produzca el “no-descubrimiento” europeo de América para seguir viendo el Océano Atlántico como un mar tenebroso e inexplorado; o volver al absolutismo haciendo una “involución francesa”. ¿Es posible concebir el siglo XXI sin Internet? ¿Es factible que la humanidad recupere el estado previo al surgimiento de la red informática mundial?