Movement VIII [16 de noviembre de 2009, 06.00 horas]

La muerte es una quimera, pues cuando yo estoy, ella no está; y cuando ella está, yo no. [Epicuro de Samos]

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L’Arena, 0mn0s0ms[1]

06.00 h. | Suena el despertador. Me levanto. Enciendo el ordenador. Descorro la cortina del despacho y abro la ventana. Voy al baño; luego, a la cocina. Caliento en el microondas el café. Me ducho mientras tanto. Me visto. Saco el café del microondas. Dos cucharadas de azúcar. Busco algo que masticar. Lo encuentro. Llevo el desayuno al despacho. Veo el escritorio de mi sistema operativo. Pulso sobre el icono de Firefox, mi navegador de Internet. Se carga la página principal (sadalone.org). Desayuno mientras leo la prensa digital del día: Teldeactualidad, Canarias Ahora, Canarias 7, La Provincia, El País, El Mundo

07.10 h. | Reviso las tropecientas cuentas de correo electrónico que gestiono. No hay nada de especial relevancia. Decido que atenderé los mensajes esta noche, cuando llegue del instituto. Hoy no he quedado para cenar con mi compañera. Sale con su madre a visitar por la tarde a un familiar. Reviso la agenda: hospital por la mañana, instituto por la tarde, por la noche… Pues por la noche, lo de siempre: asuntos del instituto y dedicar un tiempito, si hay ganas, a mis particulares temas editoriales. Llevo la taza del desayuno al fregadero. Realizo los aseos pertinentes antes de salir. Cojo mis enseres de viandante. Salgo de casa. Me dirijo al aparcamiento. Entro en el coche. Salgo del garaje. Mientras se abre la puerta, pongo la radio. No me apetece oír noticias. Pulso el reproductor de cedés…

07.40 h. | En ruta hacia Las Palmas de Gran Canaria. Hay tráfico denso en los puntos habituales: salida de la zona industrial de Arinaga, zona del aeropuerto, altura de Ikea, cruce de Melenara, zona de Alcampo, salida de La Estrella, zona de la Potabilizadora, entrada en la capital… Decido ir por Lady Harimaguada para ver si tengo suerte y puedo dejar el coche en algún aparcamiento de tierra. Hoy voy a estar muchas horas en el hospital y si me puedo ahorrar algo de dinero, pues mejor, ¿no? Logro mi propósito. Aparco en un descampado de mala muerte. Pienso: «Si lo que me ahorro de estacionamiento luego lo tengo que invertir en el arreglo de amortiguadores, mal negocio hemos hecho». Recorro el tramo que hay hasta el hospital. Me dirijo a uno de los ascensores exteriores. Subo hasta la novena planta. Me dirijo a la habitación 956…

08.30 h. | El hijo apareció en la habitación y vio que su padre estaba despierto. Este lo saludó con alegría y en un tono buen humorado pasaron las primeras palabras de la mañana. El paciente quería comer, pero había una orden médica taxativa que especificaba sin atisbo de dudas que el paciente debía estar en ayunas. Hablaron sobre cómo había pasado la noche, qué iba a pasar después, pusieron la televisión y esperaron a que viniesen a buscarlo.

09.10 h. | El hijo se encontró con una conocida que tenía a su padre ingresado en otra habitación de la misma planta. Estuvieron hablando en el umbral de la 956 mientras la señora del servicio de limpieza entró a realizar sus funciones y una enfermera vino a ver al paciente y confirmar que la operación se haría ese día.

09.30 h. | Al rato llegó el yerno y los tres, entre una cosa y otra, trataron de que el tiempo de espera se hiciese lo más ligero posible.

11.00 h. | Una celadora vino a buscar al paciente. Dispuso los aparejos pertinentes y se emprendió así el camino por la milla verde. El yerno, el hijo, la celadora y el paciente fueron hablando a medida que bajaban hasta el quirófano. “Señora, qué bien lleva usted este coche”, le dijo el paciente. Las últimas palabras entre el padre y el hijo fueron la invitación de este último a que cuando todo acabase se iban a echar juntos un cigarro, como siempre se decían y como desde hacía cincuenta y cinco días no había podido ser. El padre levantó el brazo derecho en señal de saludo… Esa es la última imagen, lo último que me quedó de él: su brazo en alto mientras se alejaba de Juanmi y de mí y lo entraban en la zona de quirófanos. Qué inquietud, qué desasosiego causa saber que ahí y así se zanjó nuestro contacto vital para siempre: no porque hubiese una manera idónea de que ese adiós tuviese que ser de una manera y no de otra, no, sino porque se me acumulan de una manera atroz los muchos momentos que pude estar con él y no estuve. Pienso en ellos y en cómo la muerte, la única soberana sobre todas las cosas, decide a su manera cuándo detener los relojes de arena sin atender a ningún guion ni a final alguno apoteósico sobre el escenario de este gran teatro que es la vida.

11.15 h. | El equipo médico se reúne con Juanmi y conmigo en un pequeño cuarto. Están el cirujano, el traumatólogo que atendió en urgencias a mi padre el jueves, la anestesista y… ¿había otro especialista médico? Ahora no lo recuerdo. Nos hablaron de lo que iban a realizar y de que la operación duraría no menos de dos horas: «Vamos a ver qué panorama nos encontramos». Les deseamos mucha suerte y nos vamos a la cafetería del hospital. Allí estamos hablando un buen rato.

Parte de guerra. Informe prebélico: COT. General de División Rodríguez Hernández. Fractura de cadera izquierda complicada. Reducción más osteosíntesis. Urgente. Peso: 60 kilos, aproximadamente. Tratamiento médico actual: ver hoja de tratamiento; Risperdal (¿?), Insdel (¿?) y Nimotop. No se marcan las casillas antiagregantes ni anticuagulantes. Revisión de datos objetivos (12-11): Hb., 10,5; Hto., 32,4; Plaq., 238.000; T.P., 11,4; APTT. r 0,90 / 100%; Glucemia 106; Urea /Creat., 40 / 0,7; Na+ / K+, Ø; Escala tipo Mallampati: I; Riesgo Anestésico (ASA): II. Fdo.: General Guerrero.

12.45 h. | Decido regresar a casa. Si llego o no, ya se me hace la una y pico. Mi cuñado va a buscar a mi hermana Nuria y volverán al hospital. Juan me acompaña hasta el aparcamiento de tierra. Nos despedimos. El día está magnífico: hace sol, pero no calor. Una suave brisa nos hace arrumacos… Subo al coche. Lo pongo en marcha. Pulso el reproductor de cedés. Salgo para Vecindario…

L’Arena, 0mn41s559ms

13.05 h. | Recuento de tropas: Hemoglobina, 7.5; Hematíes, 2.34; Hematocrito, 22.7; ADE, 15.1; Leucocitos, 4.30; Linfocitos, 19.6.

13.25 h. | Llego a casa. Enciendo el ordenador. Descorro la cortina del despacho y abro la ventana. Veo que Nuria me ha dejado un mensaje en el móvil. Lo leo: «Sandalio ha muerto». «[…] Veintiuna horas antes de marcharse mi padre, decidió él adelantarse y esperarle en la entrada donde el imaginario mitológico dice que van quienes ya no están con nosotros. Sumemos al destino de los números el de los hechos: la partida conjunta, la salida en el mismo bote llamado “decimosexta jornada del penúltimo mes”. El veterano se adelantó a la salida del Sol; el más joven, esperó a que ningún atisbo del astro quedara, ni el recuerdo siquiera […]».

13.30 h. | Llamo a Nuria. Me informa de lo sucedido con Sandalio. Pregunto por el tanatorio donde se velan sus restos. Promete informarme del asunto en cuanto sepa algo. Me comprometo a asistir al velatorio tan pronto como termine mi jornada escolar. La agenda nocturna puede esperar; veamos la vespertina: a las 15.50 horas, tengo mi primera clase. El grupo: 2º del PCE de Administración. Es lunes. Según lo programado, hoy toca revisar los contenidos lingüísticos de la Prueba de Acceso a Grado Medio del año 2005. El texto es de Juan Cruz Ruíz. Luego, a las 17.15 y a las 18.10, realizo una prueba escrita sobre el Pinocho de Collodi al alumnado de 1º del PCE de Administración y de Automoción, respectivamente. Jornada poco complicada, en principio. En cuanto salga del instituto, tiro para el tanatorio. A ver si Nuria me llama antes de que vaya al instituto. Así sabré si debo o no sacar el coche del garaje.

14.06 h. | Segunda batalla: Fractura 1/3 proximal fémur izqdo. Subintertan. EMO + reducción y osteosíntesis con DHS. General de División: Rodríguez Hernández; Generales de Brigada: Mora, Martín y Caballero. Decúbito supino. Sobre la cara externa del muslo izquierdo. Hallazgo: fractura espiroidea larga en 1/3 proximal a 1/3 medio. EMO de Intertan y reducción y osteosíntesis con tornillos interfragmentarios y DHS. Dos redones de drenaje. Cierre por planos, piel con grapas. Cefazolina. Sin isquemia. Anestesia general. “La intervención cursó sin complicaciones, pero al final de la misma presentó una parada cardiaca que fue resuelta por el Servicio de Anestesias” (A. Rodríguez Hernández).

15.28 h. | Tercera batalla. Primer frente: Hemoglobina, 9.2; Hematíes, 2.87; Hematocrito, 27.4; ADE, 15.8; Monocitos, 2.9; Plaquetas, 90; Índice de Quick, 76; INR, 1.27.

L’Arena, 1mn31s877ms

15.30 h. | Llego al I.E.S. José Zerpa y, como siempre, me dirijo a la Jefatura de Estudios. Allí está mi amiga Salomé, Jefa del turno de tarde y responsable de los Programas de Cualificación Profesional Inicial y Bachillerato. Al minuto o pocos segundos después de mi llegada, como si todo estuviese preparado, llaman a Jefatura desde Conserjería preguntando por mí. Es mi hermana. Lo cojo: «Victoriano, algo no va bien. No me quieren decir todavía qué pasa, pero algo ha ido mal». La tranquilizo; lo procuro, al menos. Le indico que, de momento, hasta no tener más información, lo mejor es no alarmarnos. Le ruego que pase lo que pase no deje de llamar ni de ponerme al corriente de la situación. Nada más colgar, por la otra línea telefónica hay otra llamada para mí. La cojo. Es mi madre. Llorando me pregunta que qué está pasando. Trato nuevamente de tranquilizarla y le pido que espere a las nuevas que Nuria nos ha de hacer llegar. Le indico que lo mejor es no dejarnos llevar por los impulsos y actuar con la mayor frialdad que sea posible para no empeorar las cosas. Prometo tenerla al corriente. Salomé ha presenciado las dos conversaciones y por mi expresión intuye que mis interlocutoras me han presentado un panorama preocupante. Me sugiere que me vaya al hospital y que me olvide de las clases. Le apunto que, de momento, eso no va a ser necesario; que deseo seguir con mis obligaciones hasta ver cómo se van a desarrollar los acontecimientos. No le apunté un tercer motivo, el que nadie hasta este momento ha sabido y que cabría explicar como la necesidad de obtener la suficiente serenidad ante los hechos como para afrontar una responsabilidad de alto calado sin defraudar a las personas que más me preocupaban en ese momento: mi madre y mis hermanas. «[…] Necesité las horas de no estancia junto a él, mi hermana y mi cuñado para planificar mi ánimo y atender a los mil “¿y ahora?” que me inundaban y que presagiaba que en las próximas horas estarían presentes. Unos “¿Y ahora?” que demandaban respuestas firmes y claras. Fueron las horas más egoístas de mi vida porque sólo pensé en mí y en cómo atender a la responsabilidad que debía asumir. Supongo que en el fondo de todo subyacía el deseo de que tanto mi madre como mis hermanas tuviesen la seguridad de que yo era un soporte firme y quien tenía muy claro qué era lo que se debía hacer en cada momento. Intuyo, además, que era en ese momento cuando la prueba de mi lealtad debía ser más evidente y fallar, por muy emotivos que fuesen los momentos, no era una opción válida […]». Recordé a Paco Artiles, el amigo de mi padre, diciéndole a este, la última vez que lo vio con vida, lo “maduro” que yo era y cómo sus palabras se convirtieron en mi ánimo en un amable trasunto lingüístico que me ayudó a entender un sino vital que muchas veces he llevado como una losa: que siempre he sido demasiado viejo… «[…] Era curioso percibir cómo bordeando los cuarenta años esta expresión arrastra consigo una connotación diferente a cuando tienes la edad de doce, dieciocho, veinticinco años… En la adolescencia, era una suerte de precocidad en la adultez que debería haber merecido un análisis detenido sobre la idoneidad de que esto fuese así; en la juventud, era un punto de confianza que permitía atisbar que los años peligrosos siguientes a la mayoría de edad ya se iban diluyendo y, con ellos, había alguna esperanza de que se cimentase sobre los hombros un buen porvenir. Mas a los cuarenta, todo se tornaba, de manera involuntaria por parte del emisor, claro, en el testimonio externo de una realidad que no se puede seguir negando: que se perdieron los años de la adolescencia y la juventud en la regencia de unas responsabilidades ante el mundo circundante que labraban un buen nombre mientras horadaban en silencio las huertas de la felicidad. Por el buen nombre se hizo de la madurez una virtud y, por él, se ha asumido esa vejez anclada en mi cosmovisión existencial […]». Pensé levemente en todo ello, y en que ahora era la templanza ante la adversidad la que debería abanderar las siguientes horas en las que presenciaríamos el viaje definitivo del patriarca.

15.52 h. | Tercera batalla. Segundo frente: CPK – MB, 59.9; Glucosa, 262; Potasio, 5.5; Lactato, 18.26; pH, 7.15; pCO2, 31; pO2, 553; Vt., 600; Fr., 15; Vm., 9; FiO2, 10; SpO2, 98; Cret., 24.

16.44 h. | Tercera batalla. Tercer frente: Frec. vent., 107; Intervalo PR., 160; Duración QRS., 122; QT/QTc., 282/509; Ejes P-R.T., 88-79-89. Taquicardia sinusal. Crecimiento auricular derecho. Patrón RSR o QR en V1 sugiere retraso en la conducción ventrículo derecho. Bloqueo fascicular izquierdo anterior. Anormalidad inespecífica del ST y de la onda T. ECG anormal.

16.45 h. | Recreo. Llamo a Nuria. Sigue sin poderme dar más información que la suministrada a las 15.30 horas. Le ruego que no deje de ponerme al corriente.

17.15 h. | Fin del recreo. Subo a clase. Le pongo la prueba escrita a mi alumnado del 1º PCE Administración. A los quince o veinte minutos de iniciada la sesión de clase, toca en la puerta la Jefa de Estudios de la noche, Gloria. Salgo del aula: «Victoriano, te acaban de llamar. Es urgente». Bajo deprisa. Pido en Conserjería que me dejen la llave de Secretaría. Entro en el área administrativa del Centro y telefoneo a Nuria: «Victoriano, tu padre está muy mal. Ven para que te puedas despedir de él». Le respondo que enseguida voy. Subo al aula. Le pido a Gloria que, por favor, recoja las pruebas cuando finalice la clase y las deje en mi casillero. Le informo de que ha sucedido algo muy grave. Ella está al corriente del mal que aquejaba a mi padre. No es tiempo para explicaciones detalladas: ella no me las pide; entiende que yo no se las dé. Recojo mis pertenencias y salgo hacia mi garaje. Vivo cerca. Tardo poco. Durante el camino, me doy cuenta de que tengo el móvil conmigo. Frente a lo habitual, esa tarde me lo llevé esperando un mensaje de mi hermana diferente al que nos movilizaba: dónde se velaban los restos de don Sandalio. Lo tengo apagado cuando estoy en el instituto. Llamo a Inma, mi compañera, mi pareja, mi bendición. Está con la madre visitando a una tía. Coge el teléfono extrañada. «Inma, se muere… Mi padre no ha superado la operación y se está apagando. Salgo para el hospital. Te llamaré en cuanto pueda».

17.40 h. | Subo al coche y me dirijo al Hospital Insular.

18.00 h. | Tercera batalla. Cuarto frente: Hemoglobina, 7.2; Hematíes, 2.33; Hematocrito, 21.5; ADE, 16.3; Linfocitos, 5.6; Plaquetas, 40; Tiempo de Protrombina (TP), 24.5; Índice de Quick, 48.8; INR, 1.9; APTT (T. Cefalina), 69.6; Glucosa, 160; Lactato, 11.87; pCO2, 33; pO2, 250.

Debo parar en la gasolinera que está junto al Centro Comercial de Alcampo, al lado de la Urbanización La Estrella. Con lo que tengo en el depósito casi no llegaría. Serenidad, pienso; calma, haz las cosas bien. No corras, no adelantes innecesariamente. Pongo música. En realidad, no quiero oír música; tampoco que la cabeza dé más vueltas sobre sí misma: «La música entorpecerá los pensamientos», pienso. Enciendo el reproductor. Suena lo que estaba oyendo esta mañana, y lo que he estado oyendo en los últimos días y las últimas semanas: el último disco de Slayer, World Painted Blood.[2] Recuerdo mientras conduzco un pequeño texto que publiqué en la Mensajería eZerpa, el semanario docente del IES José Zerpa, al hilo de este disco. «[…] Ha nacido otro clásico; otro disco imprescindible, fundamental, elemental… Toda una escuela prodigiosa del mejor metal posible que no ha sucumbido a la fama, al paso del tiempo, a la comodidad ni a la indolencia que preside el ánimo de los grupos de metal cuando atesoran miles de kilómetros de giras a sus espaldas y más de media docena de discos decentes. Slayer va camino de convertirse en el paradigma perfecto de lo que debería ser un grupo de su estilo: logran que cada disco supere al anterior, no pierden sus señas de identidad, mantienen la lealtad de sus seguidores, ganan fieles adhesiones y evolucionan con una coherencia impropia del mundo en el que se mueven. Pasan los años para ellos y para cuantos llevamos más de dos décadas tras el rastro de estos paganos que no han asumido ningún mesianismo adoctrinador en sus posturas ideológicas y que a nadie han engañado con mensajes fatuos ni posiciones manipuladoras […]». Qué frivolidad, pienso: Me dirijo al hospital a dar el último adiós a mi padre y mis pensamientos desembocan en algo tan… ajeno a los hechos. Sin saber muy bien por qué, conducía por la zona de la potabilizadora cuando me acordé del carácter festivo de la muerte en México. Sea como fuere, agradecí este pequeño alivio, este particular desvío de las atenciones, antes de empezar a asumir los hechos y tomar decisiones. Una voz me acompañó desde San Cristóbal hasta el aparcamiento del hospital: «Siempre has sido viejo… Siempre».

L’Arena, 2mn3s577ms

18.25 h. | Aparqué y salí del recinto. Me dirigí hacia la puerta principal. Entré. Caminé hacia la zona de quirófanos. El pasillo era largo. Divisé al fondo las figuras de mi hermana y mi cuñado. Estaban de pie y mirando hacia el punto desde el que yo debía estar agrandándome a sus ojos. Nos abrazamos. Me indicaron que estaba en la Sala de Despertar. Esperé a que algún sanitario pudiese atenderme. Al poco rato, me dejaron entrar para ver la primera vez que sería la última al pasajero. Me pidieron que me pusiese una bata y un gorro especial. Lo hice. Al entrar en la gran sala lo vi. Era el único paciente que allí estaba: ojos cerrados, entubado y rodeado de aparatos en la cabecera de la cama que lo monitorizaban. Estaba caliente gracias a una manta eléctrica. Me ofrecieron sentarme y alguna bebida (agua, manzanilla…), rechacé las propuestas no sin antes expresarles mi agradecimiento por su amabilidad. Estuve un rato contemplando aquel cuerpo que se evaporaba de la vida. «[…] Hace siete horas que le dije “hasta luego”; ahora sólo cabe decirle “hasta siempre”. C’est la vie, dicen que se dice ante las resignaciones por los contratiempos vitales. Efectivamente, así es la vida y así “viene la muerte, tan callando” […]», pensé… Un médico me puso al corriente de lo que había sucedido: la operación salió bien, pero cuando lo estaban cerrando le sobrevino un paro cardiaco. Durante diez minutos trataron de reanimarle hasta que lograron devolverle la vida… «[…] recordé en ese momento un cortometraje cuyo tráiler, más cierta información sobre el mismo, hacía poco que había visto en televisión. Se trataba de “La dama y la muerte”.[3] En él, según se nos cuenta en la sinopsis, un médico y la Muerte se enfrentan por arrebatarse mutuamente la vida de una anciana […]» …pero los daños cerebrales por tantos minutos sin oxígenos se intuían que eran muy elevados. Por ahora, el objetivo era que la enorme cantidad de sangre transfundida permitiese al corazón y a los pulmones tener cierta autonomía, pues en ese momento estaban supeditados a las máquinas. Si se lograba la ansiada autonomía, el siguiente paso sería comprobar los daños que han podido originar diez minutos sin riego sanguíneo en el cerebro. «[…] Cuando vi la situación (tubos, máquinas, rostros del personal…) tuve la corazonada de que no llegaríamos a comprobar nunca cuál había sido el resultado de esa pausa cardíaca en la que se diluyeron los últimos resquicios de su vitalidad […]». Mi cuñado optó por ir a Telde y buscar a mi madre y hermana Estíbaliz para que se despidiesen de mi padre. Nuria se quedó conmigo dentro de la Sala de Despertar. «[…] Supongo que el cambio ahora iba a ser radical, sin marcha atrás posible: esas son las condiciones de la muerte. Marcharte de casa un día, dejar los estudios, tener un hijo…, son acciones sumativas en la evolución humana. Muchas tienen posibles segundas partes y otras, el hecho de tener un hijo, por ejemplo, transforman tu vida, pero no implican resta alguna; o sea, la supresión de una presencia. Podrás no atenderlo u omitir su existencia, pero está, es, y uno ha tenido algo que ver con ello. Pero la muerte es intransigente: una presencia se elimina, desaparece, ya no requiere de espacio en tu vida de los objetos (la cama, el sillón, el uso del baño, la taza de café, el cenicero…). La dosis de oxígeno asignada queda en el superávit de esa valija geobiológica que permite la subsistencia de la especie. La muerte no atiende a las razones de las estancias, sólo concede el beneplácito del recuerdo. Lo que estaba ya no está: no se ha desplazado, no; simplemente, ya no está. Ahora entiendo la necesidad antropológica de creer en la otra vida, en que tras la muerte no debe acabar todo. Entiendo un poco más el fin de las religiones, que no es otro que el consuelo sobre la desesperanza: no hay adioses, sino dioses; o lo que es lo mismo, una irreprimible necesidad de decir “hasta luego” cuando las lágrimas y la pena escriben con el convencimiento de que todo se ha acabado ahí, en ese instante, para siempre […]».[4] Al rato, nos informaron de que iban a intentar transfundirle otra bolsa de sangre para ver cómo reaccionaba su organismo. Cuarenta y cinco minutos después de mi llegada al hospital, hicieron acto de presencia en la salita de espera mi madre, Estíbaliz y Juanmi; a las ocho, llegó Inma. Mi madre entró para ver por última vez vivo a mi padre; Estíbaliz, no. Consideramos que no era lo más adecuado para ella presenciar la imagen de mi padre en un espacio tan tétrico como era aquella sala de despertar. Mis hermanas y mi compañera se quedaron en la sala de espera; mi cuñado y yo bajamos a la cafetería. Necesitaba comer algo. Allí nos encontramos con el cirujano que esa mañana nos contó cómo iba a ser la operación. Narró nuevamente cómo se desarrollaron los hechos en el quirófano y cómo la mucha pérdida de sangre le ocasionó un colapso cardíaco…

21.27 h. | Tercera batalla. Quinto frente: pO2, 194; Vt., 600; Fr., 15; Vm., 9; PEEP, +4; FiO2, 40; SpO2, 100. Resto de tropas: pendientes de informe…

En la Sala de Espera estamos todos los que debíamos estar. Es la hora de acordar cuáles serán los siguientes movimientos. Pensando en la funeraria, le pido a mi madre que llame a mi tía Mary. Su marido, mi tío Pedro, es familiar de los que dirigen la empresa Pompas Fúnebres Martell S.L. «[…] Es posible que la mera mención a la funeraria cuando mi padre todavía no había muerto pueda parecer… No sé, extraño, raro…, pero el panorama era el que era, mi corazonaba seguía vigente y no me parecía razonable esconder la cabeza o tratar de sortear una cuestión sobre la que tarde o temprano debíamos pronunciarnos […]».

21.32 h. | Tercera batalla. Sexto frente: Hemoglobina, 8.2; Hematíes, 2.65; Hematocrito, 23.9; ADE, 15.9; Leucocitos, 11.20; Neutrófilos, 89.7; Linfocitos, 4.3; Plaquetas, 27…

21.50 h. | Tercera batalla. Séptimo frente: Hemoglobina, 8.2 (tras 7º y 8º CH); Hematíes, 2.65; Hematocrito, 23.9; ADE, 15.9; Leucocitos, 11.20; Neutrófilos, 89.7; Linfocitos, 4.3; Plaquetas, 27 (“tras 1 pool!!”); tras dos PFC, Tiempo de Protrombina (TP), 20.8; Índice de Quick, 58.2; INR, 1.62…

El corazón actúa como una bomba que impulsa la sangre hacia los órganos, tejidos y células del organismo: La aurícula derecha recibe la sangre que proviene de todo el cuerpo a través de las venas cavas superior e inferior. Esta sangre, baja en oxígeno, llega al ventrículo derecho, desde donde es enviada a la circulación pulmonar por la arteria pulmonar, para ser oxigenada en los pulmones. La aurícula izquierda recibe la sangre de la circulación pulmonar, que desemboca a través de las cuatro venas pulmonares. Esta sangre está oxigenada y proviene de los pulmones. La sangre pasa al ventrículo izquierdo. El ventrículo izquierdo la envía por la arteria aorta para distribuirla por todo el organismo. Para lograr el flujo de la sangre en el corazón ocurre una serie de contracciones producto de impulsos eléctricos transmitidos por el sistema nervioso. Estas contracciones son: la sístole auricular (las aurículas se contraen y proyectan la sangre hacia los ventrículos), la sístole ventricular (los ventrículos se contraen expulsando la sangre hacia el aparato circulatorio) y, por último, la diástole, que es la relajación de todas las partes del corazón para permitir la llegada de nueva sangre. Las válvulas cierran y abren el paso en el momento adecuado. La sangre suministra oxígeno y nutrientes a cada célula y recoge el dióxido de carbono y las sustancias de desecho producidas por esas células. La sangre es transportada desde el corazón al resto del cuerpo por medio de una red compleja de arterias, arteriolas y capilares y regresa al corazón por las vénulas y venas. Si se unieran todos los vasos de esta extensa red y se colocaran en línea recta, cubrirían una distancia de 60.000 millas (más de 96.500 kilómetros), lo suficiente como para circundar la tierra más de dos veces. El aparato circulatorio unidireccional transporta sangre a todas las partes del cuerpo. Este movimiento de la sangre dentro del cuerpo se denomina «circulación». Las arterias transportan sangre rica en oxígeno del corazón y las venas transportan sangre pobre en oxígeno al corazón. En la circulación pulmonar, sin embargo, los papeles se invierten. La arteria pulmonar es la que transporta sangre pobre en oxígeno a los pulmones y la vena pulmonar la que transporta sangre rica en oxígeno al corazón. Veinte arterias importantes atraviesan los tejidos del organismo donde se ramifican en vasos más pequeños denominados «arteriolas». Las arteriolas, a su vez, se ramifican en capilares que son los vasos encargados de suministrar oxígeno y nutrientes a las células. La mayoría de los capilares son más delgados que un pelo. Muchos de ellos son tan delgados que sólo permiten el paso de una célula sanguínea a la vez. Después de suministrar oxígeno y nutrientes y de recoger dióxido de carbono y otras sustancias de desecho, los capilares conducen la sangre a vasos más anchos denominados «vénulas». Las vénulas se unen para formar venas, las cuales transportan la sangre nuevamente al corazón para oxigenarla.[5]

L’Arena, 2mn34s43ms

22.06 h. | Tercera batalla. Octavo frente: CPK – Creatin kinasa, 648; CPK – MB, 75.8; Glucosa, 117; Urea, 53; Calcio total, 6.9; Magnesio, 1.2; GPT (ALT), 314; GOT (AST), 427; LDH, 1013; Lactato, 4.25; Troponina, 0.87…

Hacía unos diez minutos que mi madre, mis hermanas y mi cuñado se fueron a casa. Si la noche se preveía larga, era conveniente estar descansados (hasta donde pudiera ser posible) porque no sabíamos cómo iban a desencadenarse los acontecimientos. Me ofrecí voluntario para el primer turno, por decirlo de algún modo. Pasados diez minutos de las diez, acompañé a Inma al aparcamiento. Le pedí que se fuese a su casa: mañana tenía que levantarse temprano para trabajar y el guion sobre cómo iban a desarrollarse las próximas horas ya estaba casi escrito. Prometí ponerla al corriente. Cuando se marchó, regresé nuevamente al hospital. «[…] Se equivocó de luz. En el delirio de mi soledad, me imaginé a mis abuelos paternos, fallecidos hace muchos lustros, presentes en el quirófano y diciéndole a mi padre “déjalo ya, muchacho. Ven” y detrás de ellos a mi tío Pepe, a quien no pude conocer […]». Me dirigí hasta la Sala de Despertar para quedarme lo que hiciese falta junto a mi padre. Mientras accedía hasta donde estaba, un responsable de la unidad me detuvo y tras identificarme como el hijo del paciente que allí estaba me indicó que ya nada se podía hacer, que el paciente había empeorado y que lo único que se podía hacer era mantenerlo con vida artificial el tiempo que la familia quisiese. Consciente de que el óbito no iba a ser inmediato si le quitaban los tubos y demás utensilios, y, además, de que no tenía sentido prolongar el sufrimiento del paciente en aras de una voluntad irracional por mantenerlo con vida sí o sí, rogué que lo fuesen conduciendo lenta y suavemente hacia el final del trayecto. Llamé a mi hermana y le di cuenta de la decisión. Hasta el último instante, podían pasar una o dos horas, más o menos, tiempo suficiente para que llegase y juntos le diésemos el último adiós.

22.20 h. | Ella se puso en camino enseguida; mientras, yo trataba de ponerme la bata y el gorro para entrar en la Sala de Despertar. Un responsable me dijo: «Déjelo, no hace falta. No se preocupe». Me dirigí “desnudo” hasta donde mi padre remaba rumbo a la visible desembocadura. «[…] Una hora, sesenta minutos, 3.600 segundos. Una hora, hora y media, dos… […] Siento la gota caer en el agua y el agua a punto de superar los límites del borde […] ¿Y ese redoble de tambores? ¿Y esas campanas? […] ¿Cuántos seres humanos mueren en un segundo concreto? ¿Cuántos expiran a la vez? ¿Hay algún segundo del reloj que no tenga su víctima? Cuento: uno, dos, tres, cuatro, cinco… Cinco veces, cinco segundos. ¿Hay ahora cinco difuntos? Y, cuando pregunto si hay cinco difuntos, ¿han fallecido tantos como segundos se tarda en decir o leer la pregunta? […] Tiene que haber algún segundo que no tenga víctimas. ¿3.600 personas han muerto en una hora? Y no hablo de España, no: la muerte no tiene naciones […] ¿Por qué no te incorporas y me dejas que te dé un cigarro? Tengo de los buenos, los “broncodilatadores”; de los que te hacen sentirte como si estuvieses en el campo, esos mentolados que tanto te gustan. ¿No quedamos esta mañana en que luego nos echaríamos un cigarro? Bueno, pues ahora es el momento […] Un segundo nada más para que todo deje de ser vida, para que ya no haya nada que permita la vuelta atrás, el regreso, el “te hemos recuperado de la parca (o de la moira, término que para estos tiempos bien merece la pena no dejar de tener presente)” […] Venga, que no nos ven esas personas tan amables que están al fondo de esta sala. Pero te tienes que incorporar; claro, hombre, no te lo voy a dar así, que se te puede caer la ceniza, manchar las sábanas y eso sería como anunciar a los cuatro vientos nuestro delito. ¿Quieres agua? Tengo de esa tan buena. ¿Y un café? […] Un, dos, tres… caravana es […] ¿Y un segundo después? ¿Qué hay? ¿La inercia de la sangre que en el último latido cogió impulso y logró llegar del corazón a una arteria cercana al estómago, quizás, y allí concluirían los hematocritos, las plaquetas… su camino, allí se harían de lodo y terminarían evaporándose con los años en la espuma forrada de fieltro del ataúd? Como en las películas de catástrofes, cuando las autopistas y las ciudades se ven pobladas de coches detenidos en cualquier parte […] Arterias, venas, silencio, estanque, pantano…; y la inercia gravitatoria que ya sin caudillo comienza a desplazarlo todo muy lentamente hacia la quilla, como si de un naufragio supino se tratase […] Caravana es […] ¿Comemos, jefe? ¿Qué te apetece? Vamos a la habitación; no, mejor, vámonos ya a casa […] ¡Qué lástima haber vivido ese día! […] Pero, por el amor de Dios, ¿por qué no me dices nada? […]».

22.35 h. | Nuria y Juanmi llegaron. Los tres compartimos la experiencia de ver cómo mi padre se iba apagando sin prisa… «[…] –¡Ay! –respondió Sancho, llorando–: no se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía […]».[6] Antes de las once llegaron mis tíos Mary y Pedro. Mi madre puso al corriente a mi madrina de lo sucedido y de lo que estaba ocurriendo. «[…] Es cuestión de minutos, Mary. Tu hermano ya se está marchando lentamente […]». Ellos esperaban en una sala contigua a cualquier nueva y, mientras, Nuria, Juanmi y yo estábamos junto a mi padre. En un determinado momento, los párpados del paciente se abrieron y mostraron sus pupilas dilatadas. Al poco, se cerraron y con ello se inició el último párrafo de su existencia bajo el imperio de la oscuridad. «[…] —Señores —dijo don Quijote—, vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño: yo fui loco, y ya soy cuerdo […]».[7] Fue una última mirada a lo que dejaba. «Déjalo ya, muchacho. Ven». Se había despedido…

23.30 h. | El fin de la guerra. Nueva parada cardíaca.

23.50 h. | Exitus. «[…] Así, con tal entender, todos sentidos humanos conservados, cercado de su mujer y de sus hijos, hermanos y criados, dio el alma a quien se la dio (el cual la ponga en el cielo en su gloria), que, aunque la vida perdió, dejónos harto consuelo su memoria».[8]

L’Arena, 3mn5s26ms

00.00 h. | Al poco rato, llegaron a la sala de espera mi tío Carmelo y mis primos Pepe y Christian. Algo más tarde, hizo acto de presencia el encargado de la funeraria,[9] familiar de mi tío Pedro, y con él lo que debían ser las directrices oportunas para hacer cuanto procedía realizar en ese momento hasta la apertura de la capilla ardiente: certificado de defunción,[10] esquela,[11] recogida del cuerpo y traslado al Tanatorio,[12] acondicionamiento del finado e información sobre la agenda de los dos próximos días hasta el sepelio. «[…] Cuando se cerró el episodio de la redacción de la esquela, se decidió que mi padre sería enterrado la tarde del miércoles 18 en el mismo nicho en el que están sus padres y hermano Pepe y se pidió que ubicasen el féretro en la Sala 4 de Las Rubiesas, luego nos reunimos a solas el de la funeraria y yo. De este encuentro salieron estas conclusiones: arca modelo n.º 8 egipcia en madera maciza, certificado médico de defunción, coche fúnebre, personal, tramitación, traslado en furgón fúnebre, sábana y pañuelo, una bolsa plástica para los restos, alquiles de sala velatorio en el Tanatorio Las Rubiesas, dos coronas de flores naturales con cinta dedicada, derechos de sepultura en el cementerio de San Gregorio y servicio eclesiástico […]». ¿Y la esquela? Al principio, acordé con Pedro que sólo pondríamos una pequeña en un periódico local. Publicarla en los dos matutinos o hacerla más grande elevaba considerablemente el precio que podíamos abonar. A la mañana siguiente, ya en el velatorio, enterado mi tío Domingo de que sólo habría una esquela pequeña en un periódico, me preguntó las razones de que no fuese más grande y en los dos medios grancanarios que se publican diariamente en soporte papel. Le indiqué que no podíamos pagar el precio fijado para ello. «[…] No es una cuestión de tacañería, Domingo, ni muchísimo menos, simplemente de escasez de medios: todo esto se va a pagar con lo poco que tenemos. Ahora vamos a tener que realizar un desembolso importante y hemos de hacer uso del sentido común y establecer prioridades. Si pudiésemos, no nos dolería pagar por cuantas esquelas sean necesarias y del mayor tamaño posible […]». Los hermanos de mi padre, finalmente, en una hermosa muestra de generosidad, se avinieron a pagar la esquela contratada entre todos y de mayor tamaño que la inicialmente acordada con el primo de mi tío. Nuria, Juanmi, Mary y Pedro se dirigieron a Las Rubiesas siguiendo la estela de la furgoneta que llevaba los restos de mi padre. Se marchó luego el de la funeraria y tras él, en último lugar, me marché yo… «[…] Doy una última mirada a todo lo que me rodea; y tú conmigo, dondequiera que estés. Ven. Caminemos. Agárrate a mí como tantas veces. Miremos el ascensor que ya no cogeré para estar contigo en la novena planta, las escaleras mecánicas que no volveremos a subir para ir a ver al Dr. Amador. ¿Recuerdas los pasos que hemos dado en todas aquellas consultas que ahora son el silencio de los heraldos? ¿Te acuerdas de cómo tu extremada delgadez nos llevó a movilizar al médico internista, cómo este te hizo realizar mil y una pruebas y cómo empezó el reconocimiento de tu nube negra aquel día que te preguntó por tu edad y tú no dudaste ni un instante en responder cuarenta años? Qué cara puso el hombre. Él, que había esquivado el hacerte el famoso test para detectar males como el que padecías, porque deseaba centrarse en las razones de tu delgadez, tuvo que aceptar que por encima de lo físico tenías un problema mayor: que te estabas olvidando de todo lo que te rodeaba. En fin, cuántas horas aquí, ¿verdad? Miremos la entrada juntos por última vez: dos llegaron, se va uno […]». Vámonos ya, pues, que en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño…

L’Arena, 3mn37s148ms

02.00 h. | Voy al aparcamiento. Localizo el coche. Entro. Pongo la radio. No quiero oír voces. Pongo música. El cedé. Modo aleatorio. Identifico lo que empieza a sonar: el primer tema del disco Hell Awaits de Slayer.[13] Lo dejo. Me acompaña. «[…] Alguien falta en el gran listado de la humanidad. Supongo que cuando llegué tenía algo que ahora he perdido para siempre. Sin duda, ¡qué lástima haber vivido aquel día! Conduzco despacio. Me siento cansado. Es normal. ¿Cuántas veces hizo mi padre este trayecto? ¿Cuántas veces condujo de Las Palmas de Gran Canaria a Telde? De regreso a la casa familiar, montado en un camión, procedente del puerto, por ejemplo; cuando fue representante de una empresa que fabricaba chapas para botellas; o cuando venía de San Mateo, de la tienda de abonos, y decidía ir por el otro camino, sin pasar por Valsequillo; o cuando… O cuando veníamos del médico. ¿Cuántas veces se recorre un trayecto? El 24 de septiembre hizo su último viaje de Telde a la capital, ¿quién lo iba a decir? ¿Quién se podía imaginar entonces que aquel traslado en ambulancia, logrado gracias a la intuición de mi madre, que le dictaba que lo de mi padre no era normal, iba a ser el último que realizase? ¿Cuántas veces no hizo ese camino conmigo? Ahora me lo imagino en su destino, una sala donde lo estarán acondicionando para que pueda mostrarse a los ojos de su familia y de cuantos vendrán a presentarle sus respetos […]». Llego a Las Rubiesas. Aparco. Entro en el tanatorio. Allí están Nuria y Juanmi. Vamos a la Sala 4. Ya la han abierto. Mis tíos Mary y Pedro están sentados en la primera fila. Están realizando el listado de familiares y conocidos a los que hay que avisar del fallecimiento de mi padre y dónde está el velatorio. Me acerco hasta la embarcación. «[…] El primer golpe de vista se tradujo en un “qué cambio”: estaba afeitado, muy bien peinado y maquillado. Lo habían rejuvenecido muchísimo; tanto, que me impresionó verlo. Lo habían preparado muy bien: sólo se le veía el rostro porque el resto del cuerpo estaba cubierto y a la altura de su vientre tenía un rosario negro […]». Me quedé un rato contemplando la imagen. Al rato, volví donde mis tíos. Mi tía me dijo que se retiraba a casa. Le dije que era lo mejor que podía hacer: todavía estaba con las molestias propias de una operación que había tenido y, a mi juicio, ese día había forzado la maquinaria más de lo normal. Preguntó que qué íbamos a hacer. «[…] Nosotros también nos vamos. Hemos de llegar a casa y tratar de dormir algo: no será mucho, pero conviene que tenga algo de calidad lo poco que durmamos. Además, hemos de ducharnos y cambiarnos de ropa y, lo que es más importante, despejarnos algo para lo que van a ser dos días largos y duros en este recinto […]». Eran las tres menos cuarto de la mañana. A eso de las tres, y después de haber cerrado bien la sala 4 y de habernos cerciorado de que todo estaba como debía estar, nos despedimos Nuria, Juanmi y yo. Hasta dentro de unas pocas horas, pues…

L’Arena, 4mn9s364ms

03.10 h. | Llevo levantado desde las seis de la mañana del día anterior. Dentro de nada habré cumplido las veinticuatro horas de vigilia. Debo llegar a casa, darme una ducha y tratar de que el sueño no me sea esquivo. De regreso a casa, no pongo música. Ahora no; ahora debo dejar que el sonido del alma me envuelva: «[…] «pero, ¿qué haces, muchacha? No, por ahí no vayas. Que no, carajo, te dicen…»; «dame algo de comer», «no puedo, aquí pone “en ayunas”»; «sí, es mi padre. ¿Qué le pasa al tuyo?»; «nos vamos al quirófano»; «señora, qué bien lleva usted este coche»; «vamos a ver qué panorama nos encontramos»; «Sandalio ha muerto»; «Victoriano, algo no va bien. No me quieren decir todavía qué pasa, pero algo ha ido mal»; «te acaban de llamar. Es urgente»; «tu padre está muy mal. Ven para que te puedas despedir de él»; «Inma, se muere…»; «siempre has sido viejo… Siempre»; «la operación salió bien, pero cuando lo estaban cerrando le sobrevino un paro cardiaco»; «déjalo ya, muchacho. Ven»; «estuvieron reanimándolo durante diez minutos, al cabo de los cuales lograron devolverle la vida»; «Un, dos, tres… caravana es»; «Ya no hay nada que hacer»; «Miremos la entrada juntos por última vez: dos llegaron, se va uno» […]».

03.30 h. | Llego a casa. Me ducho. Voy a por el último cigarro del día. Me dirijo a la ventana de mi despacho. Miro al cielo. Está lleno de mensajes… «[…] si alguien se hubiese quedado hasta el final con él mientras desayunaba […]; si alguien hubiese aparecido antes de que el cuerpo descoordinado terminase su descenso hacia el suelo […]; si aquella mañana del noveno mes hubiese optado en su penumbra por no levantarse y se hubiese quedado dormido, como tantas otras veces […]. Cuántos quizás… […] ¡Qué lástima haber vivido esos días! […]».

L’Arena, 4mn46s145ms

Exitus


[1] Morricone, E.: “L’Arena”, tema original compuesto para la película Il Mercenario (1968) de Sergio Corbucci. Se puede encontrar en la banda sonora de Kill Bill, vol. 2, de Quentin Tarantino, editada por Maverick Records en 2004. La duración del tema es de 4 minutos (mn), 46 segundos (s) y 145 milisegundos (ms); la de su poso, eterna…

[2] American Recordings / Sony Music Entertainment, 2010. Salió a la venta el 2 de noviembre.

[3] Cortometraje escrito y dirigido por el realizador novel Javier Recio Gracia y producido por Kandor Moon. Uno de los productores es el célebre Antonio Banderas.

[4] Un día indeterminado entre abril y mayo de 1997, a eso del mediodía, más o menos, esperaba la guagua en el Cruce de Melenara para ir a Las Palmas de Gran Canaria. Hacía unos minutos que había salido del IES Casas Nuevas, el centro donde realizaba mis prácticas docentes del Curso de Cualificación Pedagógica, y me dirigía a la capital para no sé qué gestiones. Mientras esperaba el transporte, un perro de generosa envergadura se paseaba por la marquesina y el arcén. No mostraba ningún atisbo de agresividad, por lo que la paciente contemplación de su deambular se convirtió en un grato pasatiempo mientras esperábamos a cualquier Salcai procedente del sur con destino al norte. De repente, al cuadrúpedo no se le antojó otra cosa que cruzar la autopista. Desde su decisión hasta las consecuencias no medió un minuto, pero fue suficiente para asumir la carga significativa de una expresión como “¡Sorpresa! Estás muerto…”: un camión pasó por encima del animal, un vehículo lo desplazó y otro camión, en el intento del animar por levantar la cabeza incapaz de erguirse, lo remató. Ahí se acabó todo. Sin alma que velar, sobre la autopista se quedó un saco de pelos, carne y huesos machacados. Todos en la marquesina nos quedamos impactados con la escena. En un chasquido se finiquitó un expediente existencial. Es posible que alguno de los presentes pensase en ese momento en Dios. Es posible…

[5] Fuentes: Fundación Española del Corazón y Texas Heart Institute at St. Luke’s Episcopal Hospital.

[6] Cervantes: Quijote. Capítulo LXXIV, 2ª parte (1615).

[7] Cervantes: Quijote. Capítulo LXXIV, 2ª parte (1615).

[8] Jorge Manrique: Coplas… XL (1477).

[9] «[…] ¡Industria fatal que florece al abrigo de la muerte! Mientras esa industria adquiere pasmoso desarrollo, el lúgubre martilleo que muestra su actividad nos horroriza: cada movimiento de ese péndulo fúnebre indica un paso hacia la otra vida: cada ataúd fabricado indica un aliento extinguido: cada obra concluida es una muerte. Esos golpes traen a nuestra mente extrañas imágenes, y entre ellas, nuestra propia imagen el día en que aquel martillo nos labre el mueble fatal: vemos reunirse las mal pulidas tablas, tomar forma de trapecio; las vemos alargarse según nuestra talla, y estrecharse de un extremo presentando una forma repugnante; vemos que se desarrolla una tela negra, se repliega y las envuelve; vemos unos galones amarillos adaptarse a las aristas: vemos una articulación y una tapa que cubre el interior y una llave dispuesta a encerrarnos en aquel recinto por una eternidad: vemos la tumba en toda su repugnancia subterránea; sentimos el peso de la tierra; nos estremece el roce de esa fría tela de raso que nos adorna interiormente, y el peso de una mano tremenda, de una losa de mármol cuya inscripción llama al transeúnte; adivinamos sobre todo esto la corona de tristes flores que se secan adornándonos; presentimos la Misa y el Réquiem; presentimos la mirada indiferente del revisador de epitafios, y adivinamos la naturaleza entera sobre nosotros sin que podamos verla: sobre nosotros cae el rocío; pero no nos refresca: sale la luna; pero no nos ilumina: sobre nosotros llora alguien; pero no sabemos quién es: vemos la muerte, en fin, representada en su parte de tierra, descomposición, lágrimas, exequias; representada en lo que tiene de este mundo […]». Benito Pérez Galdós: “Una industria que vive de la muerte: episodio musical del cólera”. Versión obtenida en cervantesvirtual.com, cuya edición digital se realizó a partir de la edición de la Nación, Madrid, 2 y 6 de diciembre de 1865.

[10] Hasta seis veces tuvo que repetirse el certificado para que reuniese la información adecuada y el juzgado no lo rechazase. Hasta seis… Lo firmó una médica residente en nombre del facultativo titular. De tantas que fue, no pude reprimir cuando se redactaba la versión definitiva, a eso de las dos de la mañana, más o menos, un chiste negro: Tras seis certificados, no creo que haya dudas de que mi padre ha fallecido…

[11] Mi tía Mary, como notaria de la familia Santana Peña que es, fue quien aportó el grueso de la información que apareció en el periódico.

[12] […] sigo al de la funeraria por pasillos y estancias (¿no se llama Pedro, como mi tío?). No puedo evitar pensar nuevamente en la pregunta que aquel silencio y tenuidad me suscitan: ¿Quién otro será robado antes del amanecer de esta vida? Llegamos a una salida que da el aspecto de estar en obras. Me suena. Miro el entorno y reconozco el mismo aparcamiento de ambulancias que vimos mi padre y yo cuando el 27 de octubre lo devolvieron a la Clínica de La Paloma tras la revisión traumatológica. Esta otra entrada en obras es más cochambrosa. Veo la furgoneta de la funeraria con las puertas abiertas. El conductor (Agustín) y su acompañante me saludan. Conozco al acompañante: es Juan, el hermano de mi tío Pedro. Los cuatro vamos al encuentro de mi padre. Dos celadores lo han bajado desde la Sala de Despertar y nos esperan junto a un pasillo angosto. Todo aquel espacio parece un búnker. Sobre la cama, tapado con una sábana, está mi padre. Ahí están los restos, la cáscara del alma… Firmo la autorización para que el cuerpo salga del recinto sanitario. Lo suben a una camilla y se lo llevan hasta la furgoneta. De ahí saldrá para Las Rubiesas […].

[13] Publicado por el sello Metal Blade Records. Salió a la venta en septiembre de 1985.