1. Los libros impresos se pueden acariciar, palpar, recorrer del mismo modo que se pueden tocar con las manos los cuerpos amados. El placer de pasar páginas y sentir la suavidad del papel en los dedos es único.
2. Los libros impresos huelen. Las hojas, la tinta y el tiempo perfuman los actos de lectura y se impregnan de manera evocadora en nuestro ánimo lector.
3. Los libros impresos son verdaderamente portables, pues no necesitan más energías que las de nuestra vigilia y motivación. Puedes llevarlos contigo a todas partes sin preocuparte de si la batería está o no cargada, ni de cuánta autonomía tiene.
4. Los libros impresos son singulares. Un libro impreso es un todo en sí mismo; un objeto tridimensional, rodeado de espacio, con una razón de ser concreta y compuesto por un contenido determinado. Sirve solo para lo que sirve: para mostrarnos el universo singular que representa.
5. Los libros impresos pueden personificarse. Los libros que se aman son reescritos y manuscritos entre sus páginas; contienen, como las cortezas de los árboles románticos, inscripciones que son viejas señales de lecturas que llegaron hasta lo más hondo. Las maravillosas exégesis solo son posibles en los textos impresos.
6. Los libros impresos se comparten como testimonio de afecto y se heredan como bienes patrimoniales; los ficheros electrónicos, como mucho, se copian. Notable diferencia.
7. Los libros impresos se engalanan con dedicatorias y marcapáginas tan exclusivos como los contenidos que atesoran. El valor emocional de estos elementos es irreemplazable.
8. Los libros impresos se terminan. Los libros deben tener un final, como la vida misma; los textos electrónicos corren el riesgo de “hiperenlazarse” con otros escritos hasta los extremos más inconcebibles. El final es el cierre de una idea, de una intención; es la pausa tras la agitación. El silencio tras la última página es fundamental.
9. Los libros impresos casi siempre son legibles. Un libro roto puede ser, hasta donde sea factible, reconstruido. De un destrozo pueden salvarse oraciones, párrafos, algunas páginas; algo, en suma, que, quizás, pueda llegar a ser leído, entendido, asimilado… La mitad de un libro roto es un universo, aunque se nos muestre incompleto; un fichero electrónico roto no sirve para nada.
10. Los libros impresos son estéticos. Un millón de ficheros digitales en un dispositivo electrónico no poseen la belleza evocadora de una librería con muchos ejemplares, todos diferentes en formas, colores, tamaños… En este sentido, una librería es como una galería de arte donde cada cubierta es una bella proposición de creatividad al servicio del placer estético.