«A veces, cuando uno menos se lo espera, se dobla la esquina de la calle y aparece ante nosotros una mujer que huye despavorida de las bombas con un hijo muerto en los brazos mientras se convence de que eso no le está pasando. Como el que contempla algo ajeno, la vemos saltar por encima de hombres sin piernas ni manos, de murallas sin paredes, de sueños e ideales. Observamos cómo su miedo busca un refugio donde puedan guarecerse el que ya no es y la que parece no ser. Allí, escondidos, esperarán a no se sabe quién que vendrá no se sabe cuándo. A veces, cuando uno menos se lo espera, se encuentra bajo los escombros de cualquier rascacielos a alguien que esa noche llorará sus lágrimas más tristes con su hijo muerto en los brazos. Y uno, que es cobarde pero no insensible, se volverá sobre los pasos andados y desdoblará la esquina doblada. Todo eso como Occidente ordena que se haga: lentamente, sin hacer ruido, con el rictus serio y en una afectada muestra de respeto. Así hasta volver al punto de partida, el punto en el que la esquina enflaqueció. Luego, hay que proseguir el trayecto alterado no sin desear unas felices fiestas navideñas a cuantos transeúntes nos encontremos».