En una botella vacía, o sea, en la frágil cáscara de una sociedad rompible por la carencia de valores, añádase hasta la mitad del envase el combustible de la impotencia, la impaciencia y el fanatismo. Introdúzcase un trapo por la boca del recipiente que esté hecho de la comodidad alterada, los mensajes mal entendidos y la brutalidad lacerante del olvido histórico. Úntese el trapo con un poquito del combustible de la ignorancia. Cuanto más plúmbea y bastarda sea, mejor. Hecho el utensilio, sólo faltan la llama (el caudillo), el brazo ejecutor (todos y cada uno de esos corazones envueltos en la coraza cegadora de la ira) y el objetivo (cualquiera de nosotros) para que el arma esté preparada para ser arrojada.
La guerra es posible. Nos hemos empeñado en construir un amor a la Paz sobre la convicción de que se puede obtener si queremos, pero nos hemos olvidado de añadir a esta certeza otra: el miedo a que la guerra sea una posibilidad si no hacemos algo para evitarla.
Si no sabemos cómo llegar a la Paz, aprendamos, al menos, cómo no llegar a la Guerra.