Creo en el hombre y en sus posibilidades; creo en el futuro y la permanencia del pasado; creo en la fuerza de la razón y en tu razón; creo en tu habilidad y tus aptitudes; creo en tus esperanzas y en tus anhelos; amo lo que tú amas y sólo te pido lo que me das. Creo en el poder de las palabras y en las semillas. Creo en tus hechos y en tus pisadas; en el privilegio de cada segundo; en los caminos y las colinas; en el horizonte donde nunca se pone el sol. Creo en el infinito de tus abrazos; en los labios con besos y los estómagos con pan; y, sobre todo, en la fe, en la que permite levantarse para ver los amaneceres y parar el mundo para contemplar sin prisas una flor, la que esboza sonrisas y se abraza a la calidez, la que consigue que las montañas más abruptas sean cruzadas con los pies desnudos. Sí, creo en la fe, en esa que bajo el especular susurro emulativo de Dylan Bob, soplando al viento, concede la certidumbre del mejor mañana posible.