El reverso de una broma escolar

Un papel colgado en la espalda de la víctima, sin que lo sepa (crucial es este matiz), y con un texto que decía: «dame una patada», o «dame un cogotazo», o «empújame», o «insúltame»… servía, durante mis años de EGB, para iniciar una desagradable broma que, muchas veces, se iba de las manos y terminaba en peleas de puño, ceja abierta y más cardenales que en un cónclave. La víctima empezaba a recibir el castigo señalado y al enfado por la agresión se le unía el desconcierto: «¿Por qué me pegan?». Al cabo de un rato, entre rechiflas y gritos de «basta ya», un falso samaritano le arrancaba el papel, se lo mostraba y, con más cinismo que bondad, venía a decir poco menos que todos habían cumplido con el deseo que él había expresado: si quería que le diesen una patada, ¿por qué se la iban a negar? La víctima se iba mohína y, con suerte, el tema quedaba en una, insisto, desagradable broma en la que los maquinadores y actuantes eran los malos y recibían el oportuno castigo.

De esto me he acordado mientras contemplaba, una vez más, cómo individuos cometen actos despreciables, los graban y, para fiesta de afines, los comparten en las redes sociales. Pensé en el “youtuber” que, aprovechando la buena disposición de un transeúnte, buscó la manera de insultarlo de manera subrepticia. Este, más atento que otras víctimas insultadas en otros vídeos por el mismo procedimiento, le respondió con una bofetada. Alguien con dos dedos de frente y con un mínimo de calidad humana, no se hubiese dedicado a burlarse de la gente y, por supuesto, no hubiese puesto en marcha un canal dedicado a publicar estupideces; y alguien con un solo dedo de frente, uno, aunque sea el meñique, no hubiese publicado el vídeo donde se ve cómo recibe una cachetada de un repartidor (creo que su víctima era un repartidor). Al final, como se dice, todo salió al revés del pepino: el repartidor, cuya imagen estaba prevista que fuera arrastrada por los suelos en el canal de YouTube por agresivo, por falta de sentido del humor, por intransigente, por…, acabó convirtiéndose en una suerte de héroe, en un «tú sí nos representas» en el que se acogieron muchos hartos de tantas chorradas de “youtubers”, “instagramers”, “twitteros”, “facebookeros”, etc. Con el vídeo del repartidor, la que aspiraba a ser víctima se colgó a sus espaldas un cartel donde se podía leer: «Como ven, he hecho esto y merezco que pateen mi nombre, mi dignidad y el afecto de muchos de los míos que ahora están sufriendo por esta idiotez que he cometido».

Pensé en el “youtuber” mientras veía en internet cómo dos jóvenes que trabajan en una residencia de mayores ofrecían un trato vejatorio a una anciana dependiente. Las risas, zafiedades y comportamientos reprobables quedaron recogidas en un vídeo que, ojo, no fue grabado de manera secreta porque se sospechaba de cómo actuaban, sino que fue realizado por una de las protagonistas que se prestó a recoger la escena con envidiable nitidez y explicitud. Nada digo de si lo difundieron ellas o el peor de sus enemigos, pero lo ocurrido es similar a lo del personaje antes abordado: alguien con dos dedos de frente y con un mínimo de calidad humana, no solo no hubiese grabado esas imágenes, sino que no hubiese actuado ante personas necesitadas con ese grado de crueldad y desprecio que muestran; y alguien con un solo dedo, uno, aunque sea el meñique del pie, no hubiese difundido las imágenes. Cada una de estas tontas acaba de colgarse un papel en la espalda que dice así: «Como ven, he hecho esta imbecilidad y merezco que pateen mi nombre, mi dignidad y el afecto de muchos de los míos que ahora están sufriendo por esta idiotez que he cometido. Ah, y de paso, que me echen de mi trabajo y me impidan la entrada a una residencia de ancianos hasta que tenga la edad para ser una usuaria del servicio».