Nos alarma que un lego en cuestiones médicas asuma el papel de un galeno y nos dé un diagnóstico o un tratamiento para la recuperación total o parcial de la salud perdida; nos asusta que alguien sin la debida pericia en asuntos económicos asuma la gestión de nuestros fondos pecuniarios; nos inquieta acudir a una justicia impartida por individuos sin formación legal; nos aterroriza que el piloto que lleva el avión que nos transporta desconozca los fundamentos básicos de la aeronavegación; en suma, nos preocupa, estremece, amedrenta, horripila… que un individuo sin preparación asuma unas responsabilidades que, por su naturaleza pública, exigen un grado adecuado de destreza y formación para que no se roce siquiera la mera posibilidad de la catástrofe.
Si la gestión política es una actividad pública que, como la medicina, la justicia, la banca o la aviación, por citar algunas, son fundamentales para la sociedad, ¿no creen que sería necesario exigir a los políticos una mínima aptitud, ciertos conocimientos básicos de la tarea que han de realizar para que esta sea efectiva?
¿Por qué nuestros políticos no se preparan convenientemente en la tarea de gobernar para adquirir la necesaria sabiduría que les haga ser excelentes gestores de los bienes públicos? Al fin y al cabo, esta formación de la que hablamos y de la que parece ser una excelente muestra el referido curso no sería algo que merezca el calificativo de “novedoso”. No olvidemos que la historia de la humanidad ha estado jalonada de preceptores que han dado las oportunas instrucciones a los jóvenes príncipes para cuando fuesen reyes o emperadores… No pasemos por alto tampoco que una institución como la monarquía, por ejemplo, siempre ha tomado buena nota de esta necesidad, aunque el futuro regente participase en las andanzas de un parlamentarismo que lo llevase a reinar; pero no, a gobernar.
Soy consciente de que la democracia, para que sea tal, debe permitir que cualquier ciudadano pueda acceder a la representación popular. Si este lugar sólo estuviese reservado para una determinada oligarquía, esta, por muy preparada que estuviese, nunca terminaría de gozar de los beneficios del consenso, que se obtienen con el respaldo de los votantes. Por eso, jamás moveré un dedo para impedir que pueda acceder a ser concejal, consejero, diputado… alguien sin el bagaje cultural y académico necesarios que le permita deambular entre las instituciones políticas sin sucumbir en el intento. Si reciben el apoyo del pueblo, reciben mi apoyo. Es la democracia, el menos malo de los sistemas políticos, como al parecer afirmaba Sir Winston Churchill (¿Fue realmente él quien dijo esto?).
Pero que acepte esta hipotética ignorancia de los electos, no significa que me parezca bien que, por debajo de estos, haya una avalancha de ineptos que, como simples cargos de confianza, usurpan parcelas decisivas en los gobiernos públicos paralizándolos por culpa de su desconocimiento de la maquinaria administrativa. Cuidado, no hablo de mala intención ni de fines aviesos en sus propósitos, no; hablo de algo peor: ignorancia, incultura, etc.
Con ser discutible eso de ubicar aquí a este y allí a este otro, garantizar un sueldo a este pobre y no dejar en la calle a aquel que está más allá…; repito, con ser ya eso discutible, es, sin lugar a dudas, nefasto, se mire como se mire, conceder a estos “colocados” puestos de responsabilidad en áreas que desconocen porque su preparación no se lo debería permitir. No critico los cargos de confianza: creo que son necesarios; lo que critico es la presencia de un grupúsculo que, sin formación de ningún tipo, accede a determinados cargos y toman decisiones que, en el fondo, nos pueden llegar a horripilar, amedrentar, estremecer, preocupar, aterrorizar, inquietar, asustar o alarmar, por decir algo suave…