Eruditos de Argamasilla

El que lo quiera coger, que lo coja; el que no, que lo deje correr, que se quite las migas de pan de su chaqueta y proclame a los cuatro vientos su hidalguía y adhesión inquebrantable al movimiento (sin mayúscula porque fue minúsculo), pero no entiendo la actitud de algunos escribientes (conmigo a la cabeza, si les apetece, ¿por qué no?) cuando se ponen a disertar sin ton ni son, con cierto halo de autoridad prestado, sobre temas que desconocen en su más íntima esencia porque nunca han sido objetos de uso cotidiano para ellos. ¿Qué hago yo, por ejemplo, hablando de electricidad si no distingo un fideo de un filamento?

Cuando me los encuentro en mis lecturas matutinas, no puedo dejar de esbozar una leve sonrisa que sirve de preludio a un “…ahí va, otro académico argamasillesco” (como yo, si les apetece, ¿por qué no?). Ves el “empalagoseo” y la rimbombancia de un verbo que no les corresponde; ves una profusión de datos que sabes sobradamente (porque aquí nos conocemos todos) que no provienen de una consulta directa a las fuentes, sino de otras procedencias cuyo rigor debe ser, cuanto menos, cuestionado (no digo negado, sino cuestionado); ves una forma de radicalismo sin mesura en la expresión propia de quien ha sido adoctrinado en el único conocimiento que otros quieren que sepan.

Cuando todo esto es una realidad, toca preguntar: ¿Qué ganan con estos textos? ¿Qué esperan que hagan los lectores tras la lectura de estos? ¿Creen que sirven para una toma de conciencia sobre lo que hablan? ¿Qué buscan cuando hacen el esfuerzo de poner su nombre a algo que no es suyo, total o parcialmente? ¿Quién ha de acariciarles el lomo? ¿Por qué dejan de ser ellos mismos, los que todos conocemos, para ser otros?

Posiblemente, estén convencidos de una genialidad que no les corresponde; les agrade las felicitaciones interesadas de sus adláteres; les regocije participar en la feria diaria de los sobones que ensalzan con el haz de la falsa complacencia lo que el envés del convencimiento ridiculiza y menosprecia; o, quizás, disfruten de la sola idea de ser líderes de opinión en un reino de taifa… (¡Uf!, me ha costado mucho escribir lo de “líderes de opinión”). Es posible, no lo sé. Bueno, quizás sí lo sepa, pero… Vaya, ¿qué más da?

Lo único cierto entre tantas probabilidades es que esa realidad existe; es perceptible, constatable, demostrable… Penosa cuando desprende mucha ira y una animadversión descontrolada, y risible cuando se contempla como un debate de identidad del escribiente: o cola de león, o cabeza de ratón.

Los remedios para estos casos son: muchas lecturas, mucha autocrítica y, cómo no, mucho sentido del ridículo.

Coda: Hagan bueno los aludidos la máxima latina “Excusatio non petita, accusatio manifesta”; por eso, no me voy a disculpar. Voy a disimular, la vuelta dar y, cuanto antes, esto dejar.

Moiras Chacaritas