La circunferencia

Siempre lo mismo. Los mismos almuerzos, las mismas cenas, las mismas cestas, el mismo aguinaldo, las mismas postales con los mismos mensajes. Las mismas palabras de siempre que nunca dicen nada. La misma necesidad de un encuentro forzado, de una reunión prescindible, para la misma cura en salud de siempre.

El mismo sorteo de todos que a nadie toca, con los mismos cantores, las mismas bolas, los mismos periodistas buscando a los “descorchadores” de cava y las mismas fotografías, con las mismas sonrisas, las mismas anécdotas y los mismos banqueros.

Los mismos atascos humanos en las mismas tiendas, en los mismos centros comerciales, en las calles de cada día. La misma previsión de hacer las cosas con tiempo, el mismo naufragio en las previsiones incumplidas. Las mismas advertencias sobre el ahorro a pesar de los mismos dispendios; la misma aceptación tácita de que todo está justificado. La misma irresponsabilidad de siempre, la misma gula. Las mismas carreteras infestadas de vehículos, las mismas colas, los mismos atascos; la misma falta de aparcamientos, el mismo malhumor de siempre, las mismas esperanzas que se truncan, las mismas guaguas con los mismos pasajeros portando los mismos regalos, los mismos puestos callejeros en los mismos lugares de siempre.

Los mismos cajeros, los mismos créditos, los mismos carteles invitando al mismo consumo. Las mismas listas de presentes, los mismos destinatarios, el mismo estrés. Las mismas luces y la misma convicción sobre lo hermosas que quedan las calles y lo que cuestan al erario público. Los mismos belenes, las mismas guirnaldas, los mismos árboles. Los mismos noeles con la misma aclaración sobre su vestimenta: fue Coca-Cola… Las mismas explicaciones de siempre, los mismos destinos, la misma resignación, el mismo horizonte tras la fatiga: que pase todo ya. Los mismos coros que cantan los mismos villancicos, las mismas recetas, las mismas necesidades innecesarias, la misma alegría enlatada. Siempre lo mismo.

Los mismos mensajes huecos, con la retórica de siempre; la misma falsa solidaridad por todos aceptada; la misma felicidad impuesta, la misma felicidad supuesta. El mismo mensaje regio, siempre el mismo; los mismos especiales televisivos con los mismos hipócritas vestidos con las mismas lentejuelas. La misma fotografía del mismo niño hambriento, la misma familia oprimida del mismo tercer, cuarto, quinto mundo de siempre. Las mismas moscas, las mismas bombas, los mismos hospitales. La misma cuenta corriente impresa en los televisores, las mismas sonrisas empuñando las mismas bebidas espumosas. Los mismos efluvios de paz diluidos bajo el rímel de los mismos focos.

Las mismas advertencias sobre el colesterol, los mismos menús grasientos y sanguinolentos. La misma necesidad de beber porque sí; y brindando, claro, como siempre. Las mismas familias desconocidas que se encuentran sin saber muy bien por qué. La misma sensación de hartazgo, de repelencia, malagana, cansancio, hastío, pereza; el mismo deseo de mandar todo a la mierda, como siempre también. Las mismas visitas desganadas, los mismos quebraderos de cabeza en el cumplimiento del indeseable deber de regalar. La misma peluquería de siempre para componer el mismo peinado de siempre. La misma laca. Las mismas aguas perfumadas. La misma voz francesa que las anuncia bajo la misma sensualidad, obsoleta y anquilosada, como siempre.

Las mismas misas multitudinarias, tan llenas de huecos y rutina; los mismos mensajes papales, las mismas corbatas para las mismas poses, las mismas noticias; los mismos presentadores que cantan, los mismos cantantes que ahora hacen de misioneros. Los mismos telepredicadores de siempre. La misma mención a la nieve en pleno desierto. El mismo cumpleaños sin homenajeado. La misma ñoñería por defecto. La misma evocación sepia a los olvidados de oficio bajo el mismo “What a Wonderful World” de L. Armstrong que nunca se ralla.

Las mismas uvas airadas, como siempre. La misma concentración humana mirando el mismo reloj. El mismo tañer de campanas, los mismos voladores y los mismos abrazos que, como siempre, se construyen para la edificación de los mismos deseos, deseos que a los pocos minutos se harán trizas. La misma falta de taxis, los mismos churros con chocolate bajo las perpetuas cuitas etílicas. La misma medianoche que preludia otro año igual. La misma creencia de que todo será mejor. El mismo planteamiento de los mismos objetivos que no se cumplirán nunca; el mismo paro, las mismas deudas, el mismo estado hipotecario, los mismos políticos, los mismos terroristas; y la misma huerta que la muerte regará en el asfalto, en los crímenes de siempre, en las guerras que convienen a Occidente.

Siempre lo mismo. El mismo “Happy Christmas” de Lennon con la “voz en off” de alguien que, como siempre, tiene escrito en su guion radiofónico que toca desear algo bueno porque es lo que toca y punto. Los mismos peces en el mismo río y las mismas muñecas dirigiéndose al mismo portal. La misma soporífera morriña que preside los mismos desfiles, los mismos reyes magos multiplicados, el mismo confeti, el mismo dulce de siempre, el mismo espectáculo; el mismo cine de consumo y el ocio de siempre que nos consume. La misma caja registradora, la misma basura acumulada tras el día de autos, los mismos comercios pegando los mismos carteles de las rebajas.

La misma añoranza rebañada de retorcido morbo; la misma necesidad de ser nostálgicos antes de que nada se pueda realmente echarse de menos; los mismos tiernos infantes que rememoran y sienten un nudo en sus corazones sin marcas memorísticas. El mismo puñetero carillón regodeándose en las imaginerías de celofán.

La misma fusión hombre-tarjeta, el mismo mercantilismo que no merece ser sancionado cuando se acepta como contubernio capitalista válido; el mismo merecido desprecio al fariseo, al que habla con rostro preocupado de los excesos mientras se excede, al que muestra compasión cuando es inclemente habitualmente, al que habla de paz en el fragor de los rescoldos que sus guerras precedentes han dejado durante los últimos meses. Los mismos deseos de que sean expulsados inmediatamente de cuantos edenes haya.

Los mismos cenizos que, como yo, todo lo critican; los mismos falsos que todo lo ensalzan. El mismo gremio de amargados, dichosos y pordioseros elevados a los altares de la compasión. La misma demagogia de siempre por todos aceptada; el mismo texto de siempre que, como este, critica lo mismo de siempre.

Nada pasa, todo queda; siempre igual, como siempre.

Moiras Chacaritas