6+4 vs. 10

Terminabas una etapa, mirabas atrás y decías «más nunca». Iniciabas otra etapa. Limpio. Sin deudas. Sin que nadie te reclamase nada. La concluías y se repetía la ceremonia: mirar atrás y un «más nunca» que sonaba a un «Atis Tirma». Entre una etapa y otra, el abismo. Al miedo por lo que esperaba agazapado en septiembre se le unía la sensación de vacío por la salida en junio de donde ya nunca más se iba a volver.

Si hay un territorio que no vuelve a explorarse ese es, sin duda, el de las etapas educativas obligatorias: nadie vuelve a estudiar primaria si ha concluido su formación y ha titulado, como nos pasaba a nosotros in illo tempore con la Educación General Básica; y nadie vuelve a secundaria si ha titulado, llámese ahora ESO, llámese como en mis lejanos años BUP.

De la EGB al BUP, cambiábamos. Algunos para mal; otros, menos mal; y otros, para no tan mal. Nos sentíamos grandes, diferentes a los “niñatos” de la EGB, con cierta autoridad que, como ocurre en los entornos darwinianos,[1] siempre era relativa: donde se requiere fortaleza, ser rápido no es una virtud; donde se requiere habilidad para volar, ser buen navegante no es una ventaja. El caso es que nos cambió el cambio de etapas.[2]

No recuerdo una diferencia notable entre 7º y 8º de EGB; pero sí entre 8º de EGB y 1º de BUP. De séptimo a octavo, el único matiz podía estar, sobre todo tras las navidades del último curso, en cierta sensación de «esto se acaba», de «unos meses más y adiós». Sin embargo, de 8º de EGB a 1º de BUP, el cambio era enorme. Estábamos en otra etapa, con otro tipo de docentes, con otra manera de gestionar las asignaturas y, lo que más me interesa ahora, con otro nombre. Sí, el nombre era diferente, la realidad que representaba era diferente.

En la actualidad, el alumnado de primaria no percibe diferencias entre 5º y 6º; pero sí entre sexto y primero de la ESO. De quinto a sexto, la sensación de finalización sigue vigente, igual que nos ocurrió en su momento; de sexto a primero, sigue siendo enorme el cambio. Otra etapa, otros docentes, otra manera de gestionar las asignaturas y otro nombre, otra denominación que representa algo diferente.

Esta equiparación entre las similitudes y los abismos compartidos tiene un punto por donde diverge la analogía: la obligatoriedad. En ese in illo tempore evocado, la EGB era obligatoria; el BUP, no; en nuestros días, tanto la primaria como la ESO son obligatorias. He aquí donde encuentro una posibilidad de evitar el abismo modificando la nomenclatura.

Pregunto: ¿Y si concebimos la enseñanza obligatoria como un solo bloque? ¿Y si con el cambio de denominación opera en la percepción de la realidad un cambio actitudinal? ¿Qué tal si dejamos de hablar de primaria y secundaria y empezamos a hablar de Educación Obligatoria (EO)? ¿Qué tal si convertimos la actual ESO en 7º, 8º, 9º y 10ª de EO? Entras con seis años; te vas con dieciséis.

«¿En el mismo edificio?», me preguntarán algunos. «¿Es un problema de infraestructura?», responderé. Los antiguos institutos de bachillerato asumieron los grupos de séptimo y octavo de EGB (ahora 1º y 2º de la ESO) e invadieron los antiguos centros de formación profesional; en suma, los de FP vieron perder su autonomía, a los de BUP les cambiaron el nombre y les dieron nuevos niveles; y los de EGB perdieron dos niveles por arriba y los vinieron a ganar por abajo con la Educación Infantil.

«¿Adónde quieres ir a parar?», me estás preguntando. Te respondo con la propuesta de reforzar la concepción de unidad que deben tener las etapas educativas obligatorias actuales. Te propongo que, para ello, empecemos con un cambio de nombre. Una denominación nueva conduce a una percepción de la realidad diferente.

¿Que si será complicado? Sí, lo será, como lo fue cuando llegamos a la LOGSE, por ejemplo; pero quizás logremos aquello que, desde mis ya lejanísimos años de escolaridad bajo la sombra de la Ley General de Educación de 1970 todavía no se ha conseguido: evitar el abismo. ¿No es suficiente medio siglo para empezar a pensar que algo debería cambiar?


[1]. Y un centro educativo puede ser tan interesante para los Darwin modernos como para el original lo fueron las Islas Galápago o Nueva Zelanda.

[2]. Qué importantes son las tildes.