Tras la guerra, llegó el hambre; llegó la necesidad de ingerir cualquier sustancia que permitiese el movimiento de los intestinos aunque fuese nociva. Todo llegó a masticarse, hasta lo que no se debía. Aplacada el hambre, se concedió licencia al sueño, al descanso; en suma, al tránsito de las horas bajo los influjos de la muerte segmentada. Cubiertas las necesidades del hambre y del sueño, vino la preocupación por la salud. Se ponderó el descanso y se lograron seleccionar las mejores piezas digestivas, que luego se complementaron con los medicamentos. Cuando el hambre, el sueño y las enfermedades lograron ser combatidas, nació la ambición; tras ella, la perversión y, con ella, el olvido de la guerra. Hasta que volvió…