Punto absoluto

No puedo más. Estoy agotado. Estoy profundamente cansado, esencialmente exhausto. Me rindo ante tanta maledicencia y tanta verdad encubierta de retórica; et infamia y tanta ira cegadora y tiránica; et intereses vacuos y tantas máscaras; et espejos deformados y deformantes; et voladores y volados; et jardines pisoteados por el placer íntimo hacia el daño ajeno; et valores disueltos por el bien supremo de la supervivencia en la selva que nosotros mismos hemos creado con nuestras propias reglas.

Con toda probabilidad, yo soy el peor de todos, el mejor ejemplo de cómo es un arquitecto de este, a las razones de la felicidad, apocalíptico mundo. Por eso mismo, porque soy el peor de los humanos posibles, hago bueno eso de que «la luz que brilla con el doble de intensidad dura la mitad de tiempo»[1] y me entrego exánime. Me he cansado antes que nadie…

Así que hoy, ahora, aquí, en este instante, me acojo a las enseñanzas de un amigo y al más emotivo de sus epílogos conmigo[2], la narración de un hecho ocurrido en 1990: la historia de la sonda Voyager 1 que, a punto de franquear las fronteras del Sistema Solar, recibió la orden de girar y fotografiar por última vez a la Tierra, que estaba a 6.400 millones de kilómetros de ella, antes de perderse para siempre en los confines del Universo. El “pálido punto azul” que mostró la foto era nuestro planeta. El autor de la sugerencia que dio pie a la referida orden, Carl Sagan, dejó para la posteridad esta hermosa reflexión que hoy la siento más necesaria que nunca:

«Tuvimos éxito en tomar esta fotografía, y al verla, ves un punto. Eso es aquí. Eso es casa. Eso es nosotros. Sobre él, todo aquel que amas, todo aquel que conoces, todo aquel del que has oído hablar, cada ser humano que existió, vivió sus vidas. La suma de nuestra alegría y sufrimiento, miles de confiadas religiones, ideologías y doctrinas económicas, cada cazador y recolector, cada héroe y cobarde, cada creador y destructor de la civilización, cada rey y campesino, cada joven pareja enamorada, cada madre y padre, cada esperanzado niño, inventor y explorador, cada maestro de moral, cada político corrupto, cada “superestrella”, cada “líder supremo”, cada santo y pecador en la historia de nuestra especie vivió ahí – en una mota de polvo suspendida en un rayo de luz del sol.

La Tierra es un muy pequeño escenario en una vasta arena cósmica. Piensa en los ríos de sangre vertida por todos esos generales y emperadores, para que, en gloria y triunfo, pudieran convertirse en amos momentáneos de una fracción de un punto. Piensa en las interminables crueldades visitadas por los habitantes de una esquina de ese pixel para los apenas distinguibles habitantes de alguna otra esquina; lo frecuente de sus incomprensiones, lo ávidos de matarse unos a otros, lo ferviente de su odio. Nuestras posturas, nuestra imaginada auto-importancia, la ilusión de que tenemos una posición privilegiada en el Universo, son desafiadas por este punto de luz pálida.

Nuestro planeta es una mota solitaria de luz en la gran envolvente oscuridad cósmica. En nuestra oscuridad, en toda esta vastedad, no hay ni un indicio de que la ayuda llegará desde algún otro lugar para salvarnos de nosotros mismos.

La Tierra es el único mundo conocido hasta ahora que alberga vida. No hay ningún otro lugar, al menos en el futuro próximo, al cual nuestra especie pudiera migrar. Visitar, sí. Colonizar, aún no. Nos guste o no, en este momento la Tierra es donde tenemos que quedarnos.

Se ha dicho que la astronomía es una experiencia de humildad y construcción de carácter. Quizá no hay mejor demostración de la tontería de los prejuicios humanos que esta imagen distante de nuestro minúsculo mundo. Para mí, subraya nuestra responsabilidad de tratarnos los unos a los otros más amablemente, y de preservar el pálido punto azul, el único hogar que jamás hemos conocido».

Moiras Chacaritas


[1] Cita de Tyrell en Blade Runner (Warner Bros, 1982).

[2] El 17 de mayo de 2007, un amigo, un gran amigo, Manuel Rodríguez Vivar, me enseñó que el soleado cielo azul de las mañanas es un enorme decorado, una simple ilusión óptica que oculta, en la chistera de una anhelada luminosa primavera, la verdadera belleza del Universo. Me enseñó algo que jamás olvidaré: que la auténtica verdad sólo aparece bajo el imperio de la Luna. Luego aprendí que todo estaba en la cara oculta…