Mayonesa para el pescado

Así habló. Bien leeréis lo que decía:

«Sépanlo bien: ustedes no vienen a estudiar. Vienen a que se les dé un título. Quien quiere estudiar para conocer una profesión no tiene que venir aquí. Aquí no enseñamos mejor que en otros lugares donde es posible aprender el oficio que enseñamos. Aprender, así, sin más. Saber qué hay que hacer cuando se dé este caso, esa circunstancia o aquella situación. Lo que nos diferencia con esos otros espacios es que aquí damos un título oficial. Un título válido. Un título reconocido en un territorio amplio donde tus servicios profesionales pueden ser requeridos. El título que quieren obtener ahora les permitirá acceder a otros títulos de más valor académico o, si lo prefieren, aspirar a un puesto laboral ofreciendo su idoneidad formativa a futuros contratadores. Un título favorece el acceso al mercado laboral. Cuanto más nivel tenga el título, más factible será obtener un contrato. Un contrato conlleva el abono de una retribución. La retribución más común y la que, sin duda, esperan recibir es la pecuniaria. Conclusión: ustedes vienen aquí por dinero. Quieren disponer de más y mejores posibilidades para ganar dinero con una profesión. La pasta les mueve a venir».

Y cuando le decían que eso era convertir la enseñanza en algo mercantil, algo frío, algo sumamente utilitarista, bien leeréis lo que respondía:

«No se engañen, no. Los discentes aceptan el saber para qué están en su centro educativo. Como el fin es el título, se les pide que hagan todo lo que se les pida para que se valore de manera positiva su consecución. No se les habla nunca de las bondades del estudio, no se alaba el conocimiento, no se les dice nunca cuán útil es leer bien, escribir mejor, buscar información… Pero como en un centro educativo no se hace otra cosa que enseñar contenidos, para acceder al título deben aprender; lo que les obliga a prestar atención en clase, hacer las tareas marcadas, mostrar interés por lo que se les da y por superar las asignaturas, etc.».

Y cuando le replicaban que entonces el método consistía, en el fondo, en ocultar el noble propósito de la institución académica, bien leeréis lo que contestaba:

«Mayonesa para el pescado. El pequeño no quiere comer pescado. El pequeño debe comer pescado. El pequeño afirma que no le gusta el sabor del pescado. El padre unta de mayonesa el pescado. Al pequeño le gusta el sabor de la mayonesa. El pequeño se come la mayonesa… y cuanto está untado en esta salsa: el pescado. El pequeño, cuando se termina su plato, ha comido pescado, aunque su convicción sea que ha comido mayonesa».