¿Deben darse las segundas oportunidades cuando de manera voluntaria se ha promovido el fracaso de las primeras? Concreto: un alumno ha puesto todo su interés en que saliese bien un examen; pero, por razones que no vienen al caso enumerar, el resultado ha sido negativo. ¿Tiene derecho a disponer de una segunda oportunidad para que pueda mejorar la calificación? Parece clara la respuesta, ¿no?
¿Debería tener este derecho si el suspenso estuviese asociado al desinterés, despreocupación, pasotismo, hacia el examen que, como es lógico suponer, no ha aprobado? En este caso, es difícil aceptar esta segunda oportunidad. Difícil…
«¿Por qué debería tener una segunda oportunidad?», me dirá el colega: «Si no es consciente de su obligación, que apechugue con las consecuencias». No le replico. Lo escucho. Medito sus palabras.
Mas si así fuera, si no diésemos esa segunda oportunidad (no a la semana siguiente, por supuesto, pero sí más adelante), ¿estaríamos planteando que las decisiones, cualesquiera que sean, son irrevocables per se y que un acto de desdén pueril cometido en un momento puntual debería traducirse en un castigo de una severidad desmedida?
Las segundas oportunidades son una parte más de la enseñanza que hemos de transmitir al alumnado. Hay que enseñar que surgen en nuestras vidas como una excepcional (repito: excepcional) posibilidad para cerrar puertas del pasado (académico, personal, familiar…) que siguen abiertas en el presente de manera inadecuada.
También hay que compartir con los discentes que el fracaso en las segundas oportunidades no conlleva el derecho a que haya unas terceras o… La generosidad casa mal con la burla.