¿Lenguaje inclusivo? Te cuento: un año di clases en el primer curso del Grado de Educación Infantil de la Facultad de Ciencias de la Educación de la ULPGC. El 90% del alumnado presente en el aula era femenino. Mi sentido lingüístico me condujo a utilizar el género femenino en mis usos pronominales: «nosotras tendremos que hacer un diagnóstico a las familias para…», «a ver, las de este lado del aula, fíjense en lo que hacen sus compañeras…», etc. ¿Sentido lingüístico? ¿Instinto lingüístico? ¿No sé qué lingüístico? No tuve que adentrarme en la maraña de “os/as” para situar en un régimen de igualdad a quienes se identificaban con el sexo hembra y/o macho, y/o con el género masculino y/o femenino. Y/o, o/y, on/off, off/on… No hizo falta. Como la realidad me mostraba una presencia elevada de mujeres, lo que sentí como adecuado sin darme cuenta fue utilizar el femenino, con independencia de que estuviésemos en aquel espacio unos pocos hombres; si la mayoría hubiese estado compuesta por hombres, hubiese empleado el masculino.
Cuando verbalicé este “acontecimiento”, caí en la cuenta de que no había surgido en ese momento ante una situación específica, sino que formaba parte de una suerte de asunción idiomática que me ha acompañado durante muchísimos años. Y pensé en quienes, para dar a entender que están en la onda del lenguaje no sexista, adoptan ciertas poses expresivas que, por ser como son, hacen mucho daño a los fines del lenguaje inclusivo.
¿Que por qué? Porque es artificial lo que no se percibe como natural; y no se percibe como natural porque, en el fondo, no lo es. Y lo artificial suele asociarse con lo falso. Y lo falso hace daño a la verdad. Y la verdad es que el idioma, que nada sabe de sexos, todo sea dicho, atesora ciertas marcas que nos llevan a considerarlas propias de una visión androcentrista de la realidad.
Y la verdad también es que el idioma, como producto intrínsecamente humano, tiene sus propios mecanismos evolutivos, ajenos a la imposición y enajenación, libres de la manipulación y fieles a la naturaleza social que lo ampara. Malo es quien dice sentir lo que no siente, afirmar aquello en lo que no cree y actuar como lo que no es; y malo es quien se sujeta al mástil de la ortodoxia y no reconoce los cambios que se perciben en la actual travesía lingüística de los hablantes.