Animación literaria. Actividad que busca estimular el gusto por la lectura de obras de ficción y, ya puestos, de no-ficción. Suele desarrollarse en los centros educativos y culturales, y va dirigida a personas que no tienen interés en leer textos literarios y divulgativos por desconocimiento de sus virtudes, por falta de destreza lectora, por bibliofobia o por asunción plena de que lo mejor para ellos es invertir el tiempo en otra clase de entretenimientos y quehaceres.
Esta labor se asienta sobre los siguientes convencimientos: 1) todo cuanto se sabe y se puede saber está escrito y recogido en los libros (tanto en papel como digitales); 2) el acceso a cuanto se sabe y se puede saber es beneficioso; 3) obtener beneficios produce felicidad; 4) la lectura (acto de comprensión de los caracteres escritos) es la única vía posible para conseguir una población más culta y, a la vez, más satisfecha.
Para lograr su objetivo, los individuos responsables de poner en práctica esta noble tarea de estimulación hacen uso de textos literarios que consideran agradables para sus destinatarios y útiles para su propósito. Se justifica el uso de estos instrumentos porque se piensa que es más fácil echar abajo el desinterés lector si se suministran lecturas creadas fundamentalmente para el entretenimiento. De ahí que se considere más adecuada la denominación de «animación literaria» que la expresión que se utiliza en la actualidad: «animación lectora».
Articulaciones. Conjuntos de artículos que, gracias al contexto y el trasfondo, están más cohesionados entre sí a pesar de su aparente desconexión debido a la honda heterogeneidad que los caracteriza.
Cervantista. Admirable estudioso de la vida y obra de Miguel de Cervantes.
Cervantófilo. Suerte de hooligan de Cervantes que jamás llegará al nivel científico e intelectual de los cervantistas. Ni que decir tiene que no merece ninguna clase de admiración ni de seguimiento.
Composición literaria. Texto creativo que elaboran los escritores, no los juntaletras. La consideración de poéticos solo puede provenir de los lectores avezados en lecturas y conocimientos de literatura.
Comprensión lectora. Destreza que permite entender todos los niveles de interpretación que atesora un texto escrito sea de la naturaleza que sea. Dado que todo cuanto se sabe y se puede saber está escrito, el dominio absoluto (o casi) de esta habilidad debe ser el primero de los objetivos de la enseñanza primaria (a mucha distancia del que merezca estar en segundo lugar). Quien controla la lectura está en disposición de ser crítico, de analizar la realidad y emitir un juicio solvente en lo intelectual sobre el mundo que conoce y sobre el que le gustaría conocer. El entrenamiento en este tipo de pensamientos le corresponde a la enseñanza secundaria.
Cretinismo literario. Enfermedad propia de juntaletras que se manifiesta por una multiplicación de su presencia, ya sea en medios de comunicación, ya en actos públicos, con el único propósito de convencer a los incautos que caen en sus redes de que lo correcto es que se les reconozca como escritores. Sus ademanes y expresiones aspiran a dar a entender a sus interlocutores que atesoran una riqueza intelectual merecedora del mayor de los elogios. Tratamiento más eficaz para combatir este trastorno: curas de humildad y ninguneos.
Donnadiez. Cualidad propia de juntaletras.
Escritores. Individuos que, gracias a su talento y su técnica, realizan piezas literarias dignas de alabanza y difusión con las que logran que nuestro idioma sea más hermoso y más rica la cosmovisión que nos singulariza. Considerando que de ellos se espera la elaboración de textos que conmuevan y renuevan, poco ha de importarnos que sean engreídos, inaccesibles, narcisistas o de personalidad despreciable. Lo único que les pedimos es que de su maravilloso uso de la función poética del lenguaje salgan joyas que nos emocionen y que nos ayuden a interpretar el universo que nos envuelve, tan lleno de veracidades como de verosimilitudes.
Filoflojear. Realizar acciones propias de la ciencia filológica sin la exigible calidad. El acto de filoflojear es propio de patanes, negligentes e indocumentados tengan o no un título universitario que los reconozca como filólogos.
Filolojear. Realizar acciones propias de la ciencia filológica con la exigible calidad. Filolojean quienes aportan al conocimiento lingüístico y literario perlas que engrandecen la disciplina y a cuantos, de una manera u otra, se vinculan a ellas, ya sea como actores directos, ya como usuarios involuntarios.
Gratitud. Para que un libro llegue a las manos de un lector es necesario que muchas personas cumplan con la tarea empresarial que se les ha asignado: alguien debe aplicar todo su talento en la maquetación del original y el diseño de la cubierta; alguien ha de hacer la revisión editorial y rellenar la hoja de créditos que ves, por lo general, tras la portada; alguien tiene que negociar con la imprenta el coste de los ejemplares; alguien debe realizar las gestiones administrativas oportunas para que el libro quede registrado de manera adecuada; alguien se tiene que ocupar de la configuración de la maquinaria para que los ficheros del texto y del forro se impriman con la debida calidad; alguien se encarga de poner las tapas; alguien ha de supervisar que todos los libros se han impreso y encuadernado sin errores; alguien debe llenar las cajas con los ejemplares y alguien ha de cargarlas en el vehículo de transporte; alguien tiene la función de gestionar la documentación de la mercancía para que llegue a su destino; alguien efectúa el viaje desde la imprenta (lugar de origen) hasta el destino (la editorial, la distribuidora de turno…); alguien debe descargar los bultos; alguien llevará los libros a la librería; alguien de la tienda tiene que recibirlos y hacer el trabajo de registrarlos para su venta; alguien en el establecimiento comercial tiene el cometido de atender a los posibles compradores… Todos estos “álguienes” enumerados y los que, por despiste, no se han citado merecen la inmensa gratitud de los autores y la cariñosa consideración de los lectores.
Hábito lector. Rutina que predispone felizmente al individuo a leer sea lo que sea, donde sea, cuando sea y como sea. Dado que el término “rutina” tiene asociado en su significado la noción de automaticidad, quienes tienen asimilada esta inclinación son poseedores de una existencia que, dentro de lo que cabe, encaja con la calificación de hedonista, pues sin preverlo, así, de buenas a primeras, sin planificación, sucumben a la alegría de la lectura.
Incompletitud. Cualidad inherente a todo lo que se escribe y que viene a determinar que todo texto es necesariamente incompleto, aunque dé la impresión de que está acabado. Toda obra es susceptible de ser continuada indefinidamente y toda obra, vista con la debida perspectiva, no comienza por el principio, sino por un precedente que el narrador conoce y el lector intuye. El concepto de incompletitud aquí esbozado contribuyó a formalizar la noción de “soltada”. En volúmenes no escritos sobre teoría literaria y composición de textos se pueden leer estas otras definiciones del vocablo:
- «Todo queda a medias. Los libros acabados tienen un camino previo y posterior, páginas antes y después de. Las historias son incompletas porque las vidas no son completas. Toda existencia es un fragmento del gran jarrón de la Humanidad; por eso, todas las lecturas siempre están inacabadas. Solo leemos trozos, piezas; y dentro de estas, más piezas».
- «Nada a medias porque no nada hay completo. Lo completo es precisamente lo que percibimos como “a medias”, por muy amplio y bien articulado que se muestre, por mucha sensación de cierre que presente. Siempre queda por hacer. La aspiración intelectual ha de ser reivindicar lo que falta en el puzle invisible y encajarlo en ese todo lo que está y que no se ve, aunque se intuye; que no es percibido, pero existe. Son los puntos suspensivos previos al fragmento y los que siguen. Ahora palabras que se leen; luego silencio (voces escondidas); de nuevo las legibles y otra vez las invisibles…».
- «Cualquier comienzo desde el principio de los tiempos no ha dejado de ser una continuidad de. ¿Es relevante saber cuándo comenzó qué? ¿Importa remontarnos a un inicio que, dada su lejanía, no puede ser otra cosa que un texto literario, o sea, una composición deudora a su vez de un comienzo real anterior, que se conjetura, pero que no es posible demostrar? ¿Merece la pena concebir un final cuando se acepta que, milenios después de haber desaparecido de la memoria colectiva, el nombre que nos singularizó seguirá prolongando su estela sobre ese qué? Nada más incompleto, en el fondo, que el mismo infinito».
Ingratitud. Según el DRAE, ‘Desagradecimiento [no corresponder debidamente al bien concedido], olvido [descuido de algo que se debía tener presente] o desprecio [desestimación, falta de aprecio, desaire, desdén] de los beneficios recibidos’. Es una actitud propia de escritores y, sobre todo, de juntaletras que están convencidos de que son mejores que la mayoría de sus homólogos y que no recogen todas las loas y éxitos que creen merecer, por un lado, porque maquinan contra ellos otros colegas; por el otro, porque quienes pueden situarlos donde es consideran que es justo que estén (editores, instituciones, prensa) no son más que un conjunto de aprovechados y/o unos ignorantes. [Compleméntese esta entrada con lo apuntado en el lema “Gratitud”].
Juntaletras. Individuos que, por desgracia, se creen que hacen piezas literarias dignas de alabanza y difusión, y desconocen —no sabe el lector hasta qué punto— que sus obras no son más que severos castigos al idioma y a su más bella representación: los textos poéticos. Toda actitud de engreimiento, inaccesibilidad, narcisismo o de personalidad despreciable que muestren poco ha de importarnos porque esos seres humanos, como entes intelectuales, no merecen la más mínima de nuestras atenciones.
Lápiz de lectura. Objeto de escritura que debe tener consigo todo lector que se precie cuando esté ante obras maestras. Es imprescindible que siempre subraye, haga anotaciones, fije marcas y símbolos… Los grandes títulos no pueden recibirse sin dejar constancia de su recepción en el instante mismo en el que se produce.
Mediación editorial. Actividad realizada por alguien ajeno a una editorial y que abarca todos los procesos que se llevan a cabo desde que llega a su poder el original de un autor o autora hasta que, transformado en una pieza de lectura, se entrega a la empresa editora para su publicación. Su función es la de hacer de puente entre quien crea el producto y la persona responsable del negocio que se encarga de dar el visto bueno para que se imprima. Algunas de las labores que le corresponden son: 1) el análisis de la calidad lingüística y/o literaria del original; 2) la disposición de los elementos textuales de manera que la experiencia lectora sea sumamente provechosa; 3) el planteamiento de propuestas creativas y mercantiles sobre la edición que contribuyan a favorecer su condición de producto cultural y comercial; 4) la atención a todo cuanto tenga que ver con el diseño del cuerpo textual, así como de la cubierta, etc. Frente al trabajo especializado que desarrollan los componentes de las diferentes unidades de una editorial, el quehacer de un mediador es individual. Su labor se desenvuelve entre dos aceptaciones: la primera, la del autor cuando le entrega su original; la segunda, la del encargado de la empresa que acepta cuanto este le da para su inminente impresión.
Mercachifles. Autores de libros que abordan soluciones a temas atractivos que, por razones nada difíciles de conjeturar, son ajenas a ellos. Que escriban sobre cómo hacerte rico, cómo ser feliz o cómo triunfar en… quienes no son acaudalados, no dan muestras de felicidad o no son unos vencedores en aquello sobre lo que parecen dictar cátedra es propio de mercachifles. [Compleméntese esta entrada con lo apuntado en el lema “Papel higiénico”].
Papel higiénico. Publicaciones infumables para todos los agentes que participan en su elaboración (autores, editores e impresores) cuando están en sus cabales y saben de los males que atesora el producto que han puesto en circulación, y para los lectores con un mínimo bagaje de lecturas dignas de consideración. Las razones que justifican la aparición de títulos que provocan alipori son dos: por un lado, la ignorancia; por el otro, el dinero. ¿Qué pueden engendrar y parir un autor y un editor que carezcan de aptitudes literarias y librescas sino estos cuadriláteros de celulosa? Sobre los motivos comerciales, poco es lo que cabe señalar: si es una solución para traer un plato de comida a casa, pues nada, habrá que resignarse. Hay que sobrevivir. Pero si se lleva a cabo para otros fines (ego desmedido, inflada de currículos, etc.), pues… nada también. Más allá del desprecio y/o deseos de mofa que nos provoque, ¿qué otra cosa podemos hacer?
Pasandojas. Actividad lectora que consiste en pasar las hojas de un libro mirando por encima su contenido, sin fijarnos en detalle alguno; así, hoja tras hoja hasta que aparece una palabra, un sintagma, una oración… o una señal física o tipográfica, o un no sé qué que nos impulsa a cesar el paseo suprimiendo la “e” de la voz para dar paso a la atención, a la curiosa exploración, a la profunda inmersión en el descubrimiento.
Poema. Composición literaria cuyo contenido se dispone en verso.
Poesía. Cualidad inherente a toda composición literaria, ya sea en verso, ya en prosa; y que se caracteriza por un uso embriagador y altamente estético del idioma.
Poetario. Por analogía con “poemario”, conjunto de piezas comunicativas, ya sean orales, escritas y/o visuales, ubicadas en un mismo espacio y determinadas por el predominio en ellas de la función poética del lenguaje. Este libro, por ejemplo, es un poetario compuesto por soltadas.
Poeticosa. Composición lírica, habitualmente en verso, que parece profunda en su simbolismo, intensa en sus formas, trascendente en su propósito y que no deja de ser una bagatela lingüística que hace perder el tiempo a los lectores y críticos literarios. Conceptualmente, el término viene ligado a la expresión horaciana «los montes se pondrán de parto y parirán un ridículo ratoncito».
Premios literarios. Actividad editorial y/o institucional consistente en varios reconocimientos: la organización reconoce la calidad literaria de alguien, una obra o una trayectoria; la persona premiada reconoce que los premiadores han acertado con su fallo; los participantes derrotados reconocen en el fallo un fallo y lo justifican apelando a los excelentes contactos que tiene quien ha vencido; los buenos lectores reconocen que sería un fallo desatender a alguien que, quizás, merece ser leído; los críticos literarios que se consideran amigos del distinguido reconocen el magnífico ojo que tienen a la hora de escoger sus afectos y el lustre que supone para ellos pertenecer al círculo personal de alguien que ha recibido un relevante fallo; los especialistas no proclives al ensalzado, en cambio, como los no premiados, reconocen el fallo del fallo y el más que evidente compadreo existente entre la organización y el individuo galardonado a tenor del producto tan deficiente que se ha elevado a los altares; los libreros reconocen en el fallo una oportunidad para un negocio que no falle; y el profesorado de literatura, para no fallar, reconoce la obligación de analizar si conviene o no actualizar la lista de lecturas que entrega anualmente a su alumnado.
Siribariby. Voz que puede ser cualquier categoría gramatical y que significa lo que quieres que signifique.
Soltadas. Sustantivo que procede del participio del verbo “soltar” y cuyo significado denotativo es: ‘reflexión de naturaleza improvisada y descontextualizada que se recoge en una porción de texto escrito en prosa y que suele atender, en su contenido, a las inquietudes creativas propias del género ensayístico y, en sus formas, evocadoras en ocasiones de la lengua oral, a la voluntad estética que anhela la expresión lírica’. Otras definiciones dispersas en volúmenes no escritos sobre teoría literaria y composición de textos son las siguientes:
- «Texto breve e inevitablemente incompleto; emocional en su proyección como respuesta a un impulso expresivo ineludible; pretendidamente académico, profundamente ensayístico».
- «Admirador del ensayo, deudor de la crónica, libre de ataduras genéricas. Comienza de cualquier manera; concluye como le parece. Es un corchete en medio de una línea de pensamiento en forma de existencia. Surge de repente y, de repente, desaparece. Multiforme. Heterogéneo. No deben reunirse clasificados por temas, aunque contengan asuntos que permitan el indexado».
- «Una mutación morfológica sincrónica que aparece por la necesidad de una expresión lingüística que, por un lado, huya de las directrices exacerbadas del academicismo de los plurales mayestáticos, que usan con falsa modestia el “nosotros” cuando quieren declarar sus ampulosos “yoes”; y, por el otro, que acote la verborrea bibliográfica que aspira a demostrar que el autor ha leído, aunque sea imposible no pensar que de todo lo que exhala en realidad sea muy poco lo que ha pasado delante de sus ojos».
- «Expresión que busca ser desenfadada, coloquial, cercana y ajena, como no puede ser de otro modo, a cualquier atisbo de chocarrerismo, vulgaridad o grosería; que aspira a ser poética en su exposición y expositiva cuando bebe del trasfondo de literario; y que se sujeta a una relación dialógica con quien lee».
- «Un usuario de la lengua española con cierto dominio gramatical pensaría en el participio del verbo “soltar” que, actuando como adjetivo, recibe las marcas propias del género femenino y del número singular. Pero no, “soltada” no es un adjetivo. No necesita adherirse ni vincularse con ningún nombre para tener sentido propio. “Soltada” es un sustantivo que, como tal, designa una realidad».
Taller de creación literaria. Espacio de aprendizaje y convivencia entre los escritores y quienes aspiran a serlo. Repito: «entre los escritores». Insisto: los escritores. Hablamos de una iniciativa que se promueve para que los es-cri-to-res (y no los juntaletras) ofrezcan técnicas sobre cómo abordar un texto poético. Cuánta infamia y osadía la de quienes, sin ser nadie en el mundo de las letras, nos hemos atrevido en alguna ocasión a impartir un taller de creación literaria. ¿Quiénes somos para dar a entender que atesoramos el conocimiento elemental que permitirá convertir en grandes autores a los asistentes? ¿Cómo aceptamos que nos vean como maestros cuando en nada hemos contribuido al arte que pretendemos mostrarles? [ “Mercachifles”]. Cualquier mindundi del tres al cuarto con uno o dos libros publicados gracias al trato mantenido con algún generoso editor ya se considera investido del crédito suficiente como para impartir un taller que solo debería estar reservado para los auténticos y verdaderos escritores.
Tunear. Adaptar un texto clásico de manera que, sin que pierda su esencia, ofrezca una versión del original diferente. La finalidad de este quehacer filológico-creativo no es otra que la de atraer a los lectores menos dispuestos hacia las grandes obras de la literatura universal por vaya uno a saber qué razones. No son se habla de negados para la lectura; no, les gusta y puede que sean incluso aficionados, pero ante títulos tan emblemáticos y representativos como El Quijote, Lázaro de Tormes o El asno de oro, por ejemplo, sienten una desconocida y particular aversión. Los editores-autores que tunean clásicos como los enumerados asumen en todo momento el carácter mediador de su trabajo de recreación; o sea, que las obras que editan no pueden prescindir de la condición que les caracteriza: ser medios, puentes singulares, que sirvan para lograr el establecimiento de un vínculo amable (generador de apetencias lectoras) entre el texto original y los destinatarios de la edición.
Vocación verdadera. Actitud de amor tan abnegado hacia la escritura que todo lo que no sea componer, leer, revisar y compartir carece de importancia para los vocacionales, quienes están siempre al margen de las cuestiones mercantiles. Jamás preguntan por lo que van a cobrar ni piden nada que no sea la posibilidad de disfrutar del placer de la escritura y del gozo de ver lo compuesto publicado.