Excesos contraproducentes

Es posible que el encierro estricto que he asumido desde el 13 de marzo me haya endurecido más de lo que pueda imaginarme. Es posible.  Y es posible que por ello mi percepción sobre los aplausos diarios que unos colectivos profesan a otros se haya vuelto negativa. En cualquier caso, quede claro que esta suerte de malestar que me envuelve nada tiene que ver con el reconocimiento que me merecen quienes son los verdaderos héroes de esta situación tan complicada: los sanitarios y, por extensión, las fuerzas del orden y los trabajadores que contribuyen con su quehacer a que no peligre nuestra supervivencia (empleados de supermercados, de farmacias, transportistas, etc.). No tengo queja alguna de ellos, al contrario; pero sí arrastro conmigo cierto enfado con el acto mismo del aplauso diario que se desarrolla de un tiempo a esta parte.

Al principio tuvo un punto de emocionante y entrañable espontaneidad. Un pueblo da gracias a quienes tenían que hacer frente a una situación muy complicada. El pueblo, con sus aplausos, expresaba su agradecimiento y transmitía la fuerza de sus ánimos que, en primer lugar, iba dirigida a los profesionales que velan por cuidar nuestra salud. Eso me gustó, y mucho.

Luego fueron añadiéndose más profesiones: policías, bomberos… Más tarde descubrí que eran los aplaudidos los que comenzaron a aplaudir. Unos miraban a las fachadas donde los vecinos aplaudían; otros, desde los balcones, aplaudían a los que estaban en la calzada. Ahora mismo, en las puertas de los recintos hospitalarios, con rigurosa puntualidad, una elevada cantidad de profesionales y personas que pasan por ahí se aplauden cara a cara mientras los que manejan vehículos provistos de luces y sonidos especiales (bomberos, policía…) las activan. Ya no observo las escenas diarias con curiosidad o admiración, sino como el que contempla una rutina, algo hecho «porque sí» que nadie se atreve a cuestionar, a decir que ya no se va a hacer más, que está bien con lo hecho hasta ahora.

Insisto, es posible que me haya endurecido.

Mas no se halla aquí el punto clave de por qué para mí ha perdido bastante valor el referido acto. Entre aplausos y aplausos, observo cómo los medios cargan las tintas sobre las dificultades de los héroes, los auténticos héroes, para llevar a cabo su trabajo: falta de medios, de personal, de infraestructura, de coordinación, de… Y está muy bien que lo hagan. Qué mejores portavoces que la prensa para recoger la precariedad de nuestros héroes; una precariedad que, de una manera u otra, ha contribuido a que el número de héroes contagiados y fallecidos crezca.

Los medios, que dan cuenta de este crecimiento, consiguen acrecentar el valor de quienes están haciendo frente a la pandemia ponderando la magnitud del desastre. Este aumento conlleva que el aplauso diario tenga que ser más largo, más extenso, más numeroso, etc. Más enfermos, más valor, más aplausos…

Y esta dantesca progresión ha traído consigo, a mi juicio, una nefasta consecuencia, pues tanto se ha hablado de contagio entre los héroes, tanto, tanto, tanto, y de muerte, y de… que los mismos que aplauden desde sus ventanas y balcones consideran que donde mejor están los héroes es lejos de donde ellos habitan. Quienes aplauden por la noche son los que expresan su repudio hacia sus heroicos vecinos por las mañanas. No quieren que vivan en su mismo edificio. No quieren que usen las zonas comunes de sus urbanizaciones. No quieren cruzarse con ellos en rellanos o garajes. Les piden que se busquen otra vivienda, que se alejen, que se vayan. Contagian. Enferman. Son nocivos.

Y los héroes, los verdaderos héroes, se encuentran ahora más desamparados que nunca porque a su abandono habitual (condiciones laborales precarias) se le une la sensación de que tienen que hacer más todavía, mucho más, para resolver el problema sanitario (prurito profesional) y, para colmo, el inesperado desprecio de sus vecinos, quienes en un acto tan cínico como cobarde se aprestan todas las noches a encaramarse en sus balcones y ventanas para aplaudir, aplaudir y más aplaudir, y dar las gracias por el buen trabajo.