Leyeron todos los que quisieron; quisieron todos cuanto leyeron. Se animaron los tímidos, disfrutaron los elocuentes, repitieron los indecisos, escucharon los impacientes y disfrutaron todos aquellos que quisieron enladrillar de humanidad y palabras el jardín del Zerpa, un hermoso espacio que el jueves estuvo en la Biblioteca Susana Hidalgo.
No es posible sintetizar en unos párrafos el pálpito de vida que inundó la sala durante doce horas. No, no es posible. Pero a nadie puede extrañar esto: si no es posible radiografiar todos los sentimientos de una ciudad en un determinado instante, captar de una sola vez la inmensidad del universo o paladear todos los placeres a la vez, cómo se va a poder expresar lo que allí se vivió. Tenemos que quedarnos con las esquirlas que la memoria ha logrado desprender de un gran diamante en forma de jornada de lecturas para quedarnos con algo tangible, ya que es muy complicado expresar en palabras las formas multidimensionales, la cadencia espacial y el perfil sonoro de la piedra que se ha hecho rosa en nuestros corazones.
Participación masiva. Participación ilustre. Participación de ilustres. Participación fluida. Participación feliz. Buen público, excelentes lectores; extraordinario ánimo, imperecedero esfuerzo. Se animaron muchísimos alumnos desanimados en su cotidianeidad por la lectura; muchos profesores no quisieron dejar de leer, aunque sólo fuese un fragmento y no pudiesen acompañarnos más tiempo (“¡Cómo no participar!”, decían); nos honraron muchos ciudadanos con sus lecturas y con ese deseo tan especial de compartir con nosotros su tiempo; nos alegró ver a los alumnos de refuerzo de Verena (gracias, compañera) y la preciosa lectura colectiva que realizaron (colectividad para un acto colectivo… ¡Magnífico!); vimos a los alumnos del PCE participar, repetir en las lecturas y, lo que es más importante, atender a cuanto leían sus compañeros (gracias, María José; gracias, Jorge); nos acompañaron en todas las horas los alumnos de los ciclos con independencia de su edad y se fundieron todos en torno al aura mágica que envolvió a nuestro jardín durante doce horas; en suma, se escribió con palabras leídas el sueño dorado de una igualdad que no atendió a otros dictámenes que los de reconstruir a escala proporcional “todas las ideas, los sentimientos y las emociones plasmados en los millones de textos que han envuelto a la Humanidad durante miles de años”, como indicó nuestra querida Paqui en la inauguración del acto. Enhorabuena y gracias por el acto, Paqui; enhorabuena y gracias por el acto, Brito.
Sin lugar a dudas, uno de esos momentos sublimes de estas 12 horas vino representado por la lectura que realizaron Guillermo (hijo de nuestra compañera Maricarmen Pérez); María, hija de nuestra compañera María Jesús Mesa; y Alberto, hijo de Maricarmen Ramírez. Buena pasta, buenos mimbres. Fue un instante en el que todos los presentes nos quedamos maravillados, extasiados, orgullosos de saber que habíamos tenido el privilegio de escuchar la destreza lectora de estos chavales, el ardor y la pasión que ponían en la lectura, la convicción imaginaria derivada de una inocencia que los presentes hemos perdido hace muchos años. Fue un momento delicioso, extraordinario, irrepetible. Gracias a sus madres y, sobre todo, gracias a ellos, por el cariño y el esfuerzo con el que se entregaron; por el inmenso placer que supuso escucharles; por la enorme cantidad de esperanzas con las que nos quedamos los docentes cuando se nos ocurrió pensar que, entre tanto desastre académico como el que presenciamos todos los días, aún hay momentos para la esperanza y para pensar que no todo debe ser negativo en el futuro educativo. También caímos en la cuenta de que gracias al buen hacer de sus padres, los chavales mostraron tan exquisitas artes. ¡Qué importante es la familia!
También hubo momentos para la emoción, momentos en los que a todos se nos puso un nudo en la garganta; momentos de recuerdo, de nostalgia y de presencia constante de la figura de un compañero que no ha podido estar con nosotros, a pesar de que todos sabíamos que él no hubiese faltado nunca a un acto como este. Momentos en los que la palabra se convirtió en una daga henchida de desconsuelo que nos hizo zozobrar y que depositó en nuestro ánimo el halo de esa lágrima que trazó el surco del invierno en primavera.
A Mario le debemos el momento más divertido de las doce horas. Quienes estuvimos prácticamente doce horas podemos asegurar que una situación como la que presenciamos, que tanta comicidad provocó entre los asistentes, no se había dado en toda la jornada. Podrán contarlo, podrán expresar de mil y una maneras lo que pasó, pero quedará en la retina de los presentes ese momento, ese instante sublime en el que los presentes agradecimos estar hasta el final para presenciar la intervención de Mario. Gracias, Mario, muchísimas gracias de todo corazón.
Patricia Hernández puso el colofón perfecto. Muchos versos podían haberse leído, no pocas prosas pudieron hacerse hueco para un momento tan especial, pero ella supo dar con la pieza exacta, precisa, única para elevar el ánimo de los presentes y, lo que es más importante, para poner la primera piedra sobre la que edificaremos el próximo año el edificio de otras doce, o quince, o veinticuatro, o… (ya nos da lo mismo) horas de lectura. Sin darse cuenta, nos dio un lema para intentar el más difícil todavía, puesto que al regalarnos la Rima IV de Bécquer nos estaba concediendo la certeza de que “siempre habrá poesía”.
No digáis que, agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira:
podrá no haber poetas; pero siempre
habrá poesía. […]
Con ella, siempre habrá lectores. Con ellos, siempre habrá un motivo para otras doce horas de lectura compartida. Perfecto. Como diría el gran Juan Ramón Jiménez: “No la toques ya más, que así es la rosa”.