«¿Y ahora me lo cuenta? No, hombre, no; ahora, no. Lo que pasó, pasó. El viejo vino con sus mejores voluntades y usted lo atendió de muy malas maneras. Todo escarranchado como estaba, tanto que daba sentimiento verlo; apenas se podía mover y cogió un barco al otro lado para venir a verle a usted. No a mí ni a él, a usted; a usted porque no quería usted ir a verle. Y eso es así porque lo sé. Y se trajo consigo a tu hermano, el tullido. Los dos se pegaron un viaje que no lo quisiera ni para mí, aunque al final hubiese una saca llena de oro. Vinieron, sí, con la mejor voluntad o con la peor, yo qué sé, pero usted podía con ellos y no hizo otra cosa que dale que te dale con su matraquilla de siempre, con el mismo palique y venga a alegar sin parar, y venga a quejarse y a no dejar hablar a nadie; y dale que te pego. Siempre el mismo guineo y siempre creyendo que tiene la razón, que sus defectos en comparación con los nuestros son virtudes, que nunca se equivoca, que todos parecen que están contra usted. Un complot, ¿no? ¿Para acabar con usted? Siempre viendo pegas en los demás. ¿Acaso vale usted más que los otros? Si es que ni usted mismo se soporta. Siempre de víctima, jodido mercachifle. No, hombre, no; ahora, no. Más, no, por favor. Máteme y acabemos antes. Porque yo no pedí venir, que lo sepa, ni tengo que estar echando flores como una simplona mirando al sol como una lagartija y dando gracias a Dios por nada. Que no, coño, que yo no busqué nada de esto. Que me vino y a joderse; y cuando me quise dar cuenta, solo he visto mierda y más mierda. Porque otra cosa no, pero mierda, como para parar un carro. ¿Ahora quiere arreglarlo? Pues, nada. Ahí lo tiene. Ya todo es suyo. ¿No era lo que quería? Pues ya lo tiene. ¿Y ahora qué? Venga, cómaselo con papas fritas y hágalo antes de que le corten el hilo porque, desde que pueda, pego a malvender lo que tanto le ha costado conseguir. Vamos, aunque luego me arranquen la piel. Y antes le entierro de cualquier manera y en cualquier lado, y pagaré al enterrador para que ni su nombre aparezca. Ni lápida ni hostias. Como si no hubiese existido. Y lo que no pueda vender, lo quemo, mala gente, que eso es lo que es usted: un mal bicho que no ha hecho más que dar mala vida a los que hemos estado a su alrededor. Y que sí, coño, que me importa una mierda lo que me tenga que contar, que ya estoy harta. Que ese es su problema y no el mío. ¿Qué culpa tengo yo de que se fuera del rancho pronto? ¿Tengo que pagar yo por que se saliera siendo todavía tan pollaboba y sin tener ni puta idea del mundo? ¿Acaso de lo que le ocurrió soy yo culpable? Vamos, no me joda».
Así alguien habló una vez, mis senadores. Así. Y razón no le faltaba. Ya lo creo que no.