De la vida XXIII

Y así también se habló una vez, mis senadores. Así. Y razón, justo es reconocerlo, no le faltaba. Ya lo creo que no:

«Para ya, coño. Creo que no me has entendido. Hace mucho tiempo que me echaste de tu esfera y ya no te conozco. ¿Cuándo fue la última vez que lo viste? ¿En qué te he ofendido yo para esos desplantes? 2 ¿Acaso te consideras que, por tener título, eres distinta? Te ha comido el ego. No te conozco. Cuando me pediste ayuda, te la di. Tú sabías en qué situación ella nos dejó. No escupas para arriba. No te conozco. Comunícate con él. Tú y yo no tenemos futuro. Vive en tu bola de cristal. Siempre estoy para echarte una mano. Para lo que me necesites. 3 Aprende a ser más Salomón. ¡No! Ya no eres… Tú haces un organigrama de tu vida y le das un giro para que parezca que vas a echar una mano. Pero los trapos sucios los lavamos los demás. ¿Cómo te crees que me siento cuando no te has ocupado en tu vida de sacar ni medio minuto para él y en su cumpleaños ni un detalle, 0 siendo la madrina, y que ahora te sientas tan obligada? No, amiga, por ahí no paso. A otro con este mochuelo. No tienes calidad humana. Eres una egocéntrica y por eso nunca nos hemos llevado bien. No me gustan las actrices, sino la buena gente. Eres fría, calculadora, aduladora, pelota y egoísta. Ya son muchos años dándome zarpazos. Cuando leíste aquello y te marchaste, 3 te fuiste sin darme un beso; y a los dos años vi donde vivías. Siempre me has relegado a segundón. Estoy muy indignado contigo. Por eso, me suena a flauta tu preocupación por mi cansancio. No me hagas epitafios, como a tu madre. Y, a partir de ahí, cuando vuelva a conocerte, igual te perdono. ¿Que revise los mensajes?, dices. Sí, mejor escritos, 2 con su acento, coma, interrogante, exclamativos, puntos suspensivos… ¿Y qué? ¿Entiendes los míos o no? ¿El trasfondo…? Con tu edad, que seas tan cínica no se puede consentir. O juntos o mierda para tu academicismo simplón, que se cree que es el libro de la vida… Ojalá supieras cómo duele lo que tú haces. Te pierde que eres iracunda y yo soy muy rencoroso. 0 La soledad no me pesa, sino los desplantes. ¿Que yo te he echado?, dices. Sé que eres rencorosa y vanidosa, sin orgullo de tus genes. Sí, de ellos no te enorgulleces. Y encima, mentirosa. Estás acostumbrada a que se te venere y cuando se te contradice, explotas. Te conozco. Yo no soy un estómago agradecido. Tú no das puntadas sin hilo y así te va. 1 Cada vez estás más envuelta en tu ego. Que a gusto, ¿eh? Ahora ya estás donde querías estar. ¿A que nadie te ha dicho esto antes? Y cuando estés a solas, ojalá te des cuenta. Eres vanidad de vanidades envuelta en fraseo. Una pobre de tripa llena, de zapatos no de albarcas y con su tiempo a su favor, no sacar tiempo y compartir para unirse sino un apéndice 9 (sic)».[1]


[1] La última oración es así de confusa. Se cuenta que hubo interferencias que dañaron la integridad del mensaje, se deja caer que el transcriptor no debía estar como convenía, se sugiere que la evidente falta de cohesión gramatical y la expresión resultante tan caótica encierra un mensaje subliminal que, a día de hoy, no ha sido decodificado en su totalidad: «This is death on two legs», afirman quienes saben del asunto.