De la vida XXVI

Hay un torero que tiene el cuerpo lleno de cicatrices y de marcas producidas en el desempeño de su labor. Algunos aficionados alaban su valentía. Hay quien lo pone de ejemplo y afirma que pocos héroes españoles viven en la actualidad como él. Yo lo contemplo. Estremece ver e imaginar cómo se han podido producir los diferentes destrozos que, cosidos cual Frankenstein, muestra con orgullo, como si fueran heridas de una noble batalla en la que estaba en juego su supervivencia. Habla ese señor del toro y del respeto que le merece, y de las veces que ha salido vivo de la muerte; y cuenta cómo en una ocasión, tras una grave cogida, pidió al médico que le atendía que hiciera lo posible por salvarle la vida. La vida. La misma que estúpidamente ha puesto en juego. No, no es un héroe, no es admirable lo que hace porque ni su oficio es digno ni tampoco su quehacer. Yo creo que es un temerario, un imprudente y, atento a que tiene responsabilidades familiares, un irresponsable. La valentía solo puede tomarse como valor calculable cuando se opta por hacer algo peligroso porque no tienes alternativa; y dedicarse al toreo no es precisamente un no tener alternativa. ¿Héroes españoles que viven en la actualidad? Aquellos que sobreviven de manera honrada, dando cuando pueden, ayudando cuando se les necesita, no pidiendo lo que realmente no necesitan, no ambicionando las flores de ningún jardín ajeno; disfrutando como pueden de los ratos disfrutables, sobrellevando con entereza los momentos complicados; esbozando palabras tan hermosas como “esperanza”, “gracias”, “ánimo”, “por favor”, “concordia”, “perdón”… He aquí a los verdaderos héroes, héroes que lo son no porque hagan hazañas reservadas para unos pocos, no, sino porque hacen aquello que los convierte en personas ejemplares, personas dignas de ser tomadas como modelos para sus vecinos, sus conocidos, sus compatriotas, en suma, para no alargar la enumeración, el resto de los humanos.