Felípica II de 2021

I

[cámara 1]

Buenas noches.

Como el año pasado, «me dirijo a vosotros en esta Nochebuena cuando estamos viviendo unas circunstancias verdaderamente excepcionales debido a la pandemia. Muchas familias no os habéis podido reunir esta noche como teníais pensado por las medidas sanitarias; y en miles de hogares hay un vacío imposible de llenar por el fallecimiento de vuestros seres queridos, a los que quiero ahora recordar con emoción y con todo respeto. Un recuerdo que llena de sentimientos muy profundos nuestros corazones. Y también, en estos momentos, muchos ciudadanos lucháis contra la enfermedad o sus secuelas en vuestras casas, en hospitales o en residencias. A todos os envío especialmente hoy mi mayor ánimo y afecto».

La dureza y las dificultades de 2020 no han quedado atrás durante este 2021. «El virus ha irrumpido en nuestras vidas trayendo sufrimiento, tristeza o temor; ha alterado nuestra manera de vivir y trabajar, y ha afectado gravemente a nuestra economía, incluso paralizando o destruyendo muchas empresas». Tardaremos en alcanzar la normalidad previa a la pandemia. Estamos, como sabéis, ante un problema mundial que ocupa y preocupa a científicos y gobiernos; a cuantos ejercen sus quehaceres en ámbitos comerciales, económicos y de gestión pública; y, por extensión, a todos nosotros, que recibimos los servicios que ofrecen los señalados colectivos.

[cámara 2]

Con ayuda de la ciencia y el buen sentido común de los españoles, hemos alcanzado cotas de vacunación absolutamente espléndidas. Enhorabuena, pues, a cuantos lo han hecho posible: responsables médicos y autoridades nacionales, autonómicas y locales; y, por supuesto, la ciudadanía. Reconozco que me siento muy orgulloso de formar parte de un país donde es tan elevada la concienciación sobre los beneficios de vacunarse porque eso representa una toma en consideración del valor que concedemos a la ciencia. A mi juicio, ese es el camino que hay que seguir. Hemos de apostar por la ruta que nos trazan los profesionales que, siguiendo el método científico, buscan soluciones que contribuyen al bienestar y progreso colectivos. Aunque en este caso hablemos de medicina, no quisiera dejar de referirme al resto de disciplinas que configuran el saber y que, frente a la superchería de las seudociencias, nos permiten vivir en la mejor etapa que la humanidad ha conocido.

Si en los primeros meses de la pandemia dimos las gracias a los sanitarios por el extraordinario trabajo que estaban realizando y les aplaudíamos al anochecer, ¿por qué ahora no? ¿Por qué hemos dejado de hacerlo? ¿Acaso ya no desarrollan su magnífica labor? ¿Qué ha impedido renovar la gratitud por el buen servicio que llevan a cabo frente a las adversidades? Pienso en los sanitarios y, de paso, en las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado; y en todas las mujeres y hombres de bien que día a día se sacrifican por minimizar y eliminar las consecuencias de imprevistos tan traumáticos como puede ser una pandemia o, por apuntar un hecho reciente, una erupción volcánica como la que están padeciendo nuestros compatriotas palmeros.

[cámara 1]

A los habitantes de La Palma y, por extensión, a todos los canarios me dirijo ahora para expresar la solidaridad más firme de la corona ante la terrible catástrofe que ha supuesto la pérdida de tesoros personales de un incalculable valor y de bienes materiales que, aunque se repongan, nunca alcanzarán a poseer el apego sentimental que se tenía hacia los desaparecidos. Cuánto siento lo que aún están padeciendo. Es una tragedia, un drama que contemplamos impotentes porque nada podemos llevar a cabo para atajar el constante mal que fluye en forma de lava y gases nocivos. Frente a un volcán en erupción, no sé qué soluciones son factibles que vayan más allá de lo que se ha hecho: evitar la pérdida de vidas humanas, atender del mejor modo los mil y un contratiempos que trae consigo la incertidumbre de las coladas, articular remedios de emergencia que alivien el desasosiego, la tristeza, el dolor por haberlo perdido todo, etc.

El pesar y la consternación que envuelve a La Palma y que se comunica emocionalmente con el resto de las islas requieren de cuantas atenciones diligentes y efectivas puedan darles quienes están al frente de la emergencia. Ahora más que nunca es fundamental trasladar a los canarios que el país entero se solidariza con ellos, que no dejamos de tenerlos presentes en nuestros pensamientos a pesar de la enorme distancia geográfica que nos separa y de las disparidades sociales, culturales, económicas, etc., que la insularidad, de una manera u otra, ha trazado entre los isleños y los españoles peninsulares.

[cámara 3]

Del mal que representa el volcán se ha podido obtener alguna enseñanza positiva que, además, viniendo de una tierra tan cordial como Canarias, no es de extrañar que se haya producido: el entendimiento que han tenido las distintas fuerzas políticas a la hora de articular soluciones. Nadie ha asumido ningún protagonismo que excediera los límites de sus funciones y que acaparara atenciones desmedidas. Todas las instituciones —Gobierno nacional, Gobierno autonómico, cabildo, ayuntamientos— han aparcado sus diferencias para dar una respuesta común y coherente a un problema de magnitud colosal, dando así un ejemplo al resto de la clase política española que merece tenerse en cuenta.

Os confieso que me ha satisfecho percibir la señalada cohesión, pues demuestra que es posible el entendimiento entre quienes, a priori, conciben la gestión de lo público circulando por vías donde la confluencia parece imposible. Este indisimulable contento se vuelve en inquietud cuando me veo en la tesitura de concluir que el consenso entre fuerzas políticas con profundas diferencias solo sería posible si hubiera que intervenir ante problemas de una envergadura tan desorbitada como el que representa la erupción de un volcán. ¿Realmente hemos de esperar a una catástrofe de estas dimensiones para tomar conciencia de que los personalismos y las estrategias partidistas han de pasar a un segundo plano cuando de lo que se trata es de buscar soluciones? Lo mismo ocurrió al principio de la pandemia: durante el período de incertidumbre inicial, se consiguieron articular entre todos algunas primeras medidas que, con mayor o menor acierto, ayudaron a superar los temores y las dudas de la ciudadanía. Fue la época de los aplausos al anochecer y de los Estados de alarma recibidos con aquiescencia; mas luego, de lo que hubo, nada.

[cámara 1]

Veo esta admirable entente que se ha producido en La Palma y la comparo con las formas de proceder de los representantes públicos en las Cortes Generales, con independencia de donde militen y de cuál sea su ideología, y no puedo evitar concluir que algo no va como debería. Este año, creo que con más intensidad que el pasado y, sin duda, mucho más que el anterior y que los precedentes a 2019, hemos sido testigos de una desconcertante y desagradable carga de mala educación, de falta de urbanidad, de actitudes hostiles y repudiables dentro de las instituciones que componen las Cortes Generales que no consigo explicarme, pues no creo que el pueblo español deba ser receptor de esta manera de proceder de sus representantes. Y no pienso en un grupo político determinado, no, sino en todos. A mi juicio, las faltas al debido decoro parlamentario y al incuestionable respeto que merece cualquier persona son constantes, con independencia de la ideología que profesen los que incurren en ellas.

De esta actitud tan nociva se han hecho eco los medios de comunicación, lo que debería alegrarnos porque consolida la certeza de que no se les coarta para dar cuenta de situaciones que mueven al descrédito de quienes las protagonizan. Este ejercicio de necesaria y enriquecedora transparencia tiene su particular “pero”: concluir que la prensa nos ofrece solo una mínima porción del problema. Si así fuera, si en una muestra pequeña hemos podido detectar tanta ira, tanto encono, tanta visceralidad, ¿qué no se estará produciendo en aquellos espacios donde los profesionales del periodismo no son testigos? Es posible que veamos únicamente la parte más amable de los encontronazos y que haya otra más profunda y grave; o, quizás también, que estemos ante meras representaciones teatrales de cara a la galería y que, tras las bambalinas, la fiereza de los actores en el escenario se trueque en caricias y contubernios. En ambos casos, hablamos de manifestaciones y hechos irresponsables que desprotegen a la ciudadanía causándole una innecesaria zozobra y desesperanza en las instituciones.

Como recordarán, el pasado 12 de octubre, antes de que comenzara el desfile de la Fiesta Nacional, tuve que intervenir en este sentido. Sé que muchos no entendisteis el que tuviera que afear la conducta de algunos por la inaceptable falta de respeto hacia el representante de la jefatura del Poder Ejecutivo y me consta que no pocos me han censurado por esa inesperada acción, pero debéis ser conscientes de que las actitudes hostiles dirigidas al Gobierno para poner en duda su legitimidad y/o su honorabilidad encierran un significado que, cuando cala hondo por mor de la efectividad retórica, que no necesariamente de la verdad, sirve de mecha con la que prender un conflicto bélico o una situación de naturaleza violenta que escapa a cualquier propósito relacionado con la convivencia y la paz. Desatada la furia ciega, el descontrol puede llevarnos a una guerra. La historia reciente de España es la mejor prueba. Ahí está la Guerra Civil; ahí, sus víctimas y sus consecuencias. ¿Acaso queremos que se vuelva a dar este terrible episodio nacional? Negar al contrario imposibilita los acuerdos y sin ellos nuestra democracia no sería una realidad. Para alguien que representa a una institución como la corona, entenderán que el valor del consenso sea fundamental, incuestionable.

Entonces dije y ahora repito y sostengo que «la discrepancia política no debe utilizar el insulto como elemento de expresión. Nunca. La tolerancia y la urbanidad son virtudes democráticas que, perdidas, hacen inviable el alcance de las cotas de libertad y progreso a las que toda nación aspira. No es admisible que un Estado como el nuestro, regido por las leyes, acepte impasible las graves acusaciones de ilegalidad dirigidas a quien ostenta en la actualidad la presidencia del Gobierno. Aquellos que, movidos por la inquina y los inmorales intereses, cuestionan sin pruebas reveladoras y sólidas la legitimidad de los representantes de nuestras instituciones y la legalidad con la que llevan a cabo sus funciones deben ser señalados como ejemplos claros de antipatriotas, de españoles que nos avergüenzan y nos perjudican porque no solo dañan la imagen de lo que somos, sino que hacen lo propio con la historia que nos contempla y el futuro que nos espera».

Sé que los discursos políticos tienden por lo general a ser repetitivos y a llenarse de mensajes insustanciales, y es posible que para vosotros las señaladas cualidades estén presentes en el que ahora os dicto, pero no puedo soslayar el querer deciros cuanto os apunto sobre este tema porque defiendo con firmeza que los gestores públicos, entre los que me incluyo, debemos invertir las energías y capacidades que tenemos en hacer posibles los deseos y necesidades de nuestros representados y evitar al máximo el que tropiecen con muros que aquilaten su malestar, dolor o den pie a dudar de los beneficios que conlleva vivir en un régimen democrático como el que nos ampara. Hemos de ser ejemplares, sí o sí. No cabe otra opción.

En este sentido, debo confesaros mi honda preocupación por la pobreza intelectual y moral que muestran muchos políticos, con independencia de su afinidad ideología y partidista; y que se traduce en un modo de actuar en la gestión pública caracterizado por la mentira y la tergiversación y sin el menor atisbo de dignidad, vergüenza o de asunción de sus responsabilidades. No necesito señalaros quiénes son porque ellos mismos, gracias a los medios, ya se encargan de identificarse y de mostrar que su ignorancia o errado sentido de la lealtad no justifican su manera de actuar ni esa permanente apelación a la libertad de expresión para manchar nuestro idioma de infamias y vulgares falsedades.

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No debe cercenarse nunca la libertad de expresión. Jamás pediré ni defenderé eso. Es un bien colectivo que ha de conservarse como el tesoro que es. Esto no impide el que se considere conveniente trazar con más precisión los límites por donde ha de situarse, pues detecto que se apela a ella cuando de lo que se trata es de albergar mentiras. De moral intachable ha de ser aquel que la reclame y nada más inmoral que engañar y deformar la realidad con fines espurios. La libertad de expresión no puede ser el cajón de sastre que todo lo recoge sin más. Conviene fijar la nitidez de los márgenes por donde ha de circular porque, de lo contrario, se corre el grave riesgo de desproteger a los receptores de infundios y a quienes son la diana de estos embustes.

La justicia debe intervenir, es cierto, y tiene un amplio espacio para ello, pero es fundamental que no se la sujete ni se la coarte. La separación de poderes que recoge nuestro ordenamiento previene las interferencias; y esto es muy positivo. Como lo sería el que no se diera el cúmulo de situaciones y circunstancias conflictivas relacionadas con este poder del Estado que se han producido a lo largo del presente año y que considero preocupante, sobre todo porque nada parece anunciar que haya un cambio de rumbo en el que en breve comenzará. Pienso en la inexplicable demora en la renovación de órganos como el CGPJ y, por no alargar la enumeración, en algunas sentencias y dictámenes jurídicos que, cuanto menos, son discutibles a tenor de los profundos debates que han generado y del elevado malestar público con el que han sido recibidos. No entiendo por qué muchas resoluciones han traído como consecuencia una reacción tan airada si los límites para interpretar las leyes, tanto por parte de los jueces como por el resto de participantes en los procedimientos y, por extensión, por la ciudadanía, no son o no deberían ser inabarcables. Los textos jurídicos no tienen metáforas ni comparaciones, no son documentos de ficción. Son instrucciones para la convivencia. Poner en duda el carácter imparcial de la justicia y su valor dentro de lo que es un Estado de derecho equivale a desmontar la sociedad tal y como queremos que sea y como deseamos que sea recibida y preservada por nuestros descendientes. Me preocupa el descrédito judicial, debido en buena medida a los fuertes deseos de los poderes ejecutivo y legislativo por intervenir en él; y me trastorna la idea de que un pilar tan fundamental para garantizar nuestros derechos y deberes pueda llegar a tener fisuras graves o, en el peor de los casos, irreparables.

[cámara 1]

Uno de los asuntos más incómodos que he tenido que abordar este año es el que concierne a la situación judicial de mi padre. No os merecéis que pase por alto esta cuestión, aunque no haya variado mucho con respecto a lo que hace un año había. Como sabéis, en mi anterior discurso expresé mi deseo de que la realidad fuera otra y que las soluciones se articulasen de manera que el tema tuviera un remedio rápido y eficaz, pues a nadie escapa los perjuicios que causa a la corona y, por extensión, a España en su condición de reino. Ahora asumo con resignación que nada de lo esperado se ha cumplido; al contrario, es posible que en este momento estemos peor que entonces. Aunque resulte increíble, lo cierto es que no tengo mucho más que apuntar sobre este asunto que vaya más allá de mis apreciaciones personales. Me apena que su figura se desdibuje entre noticias variopintas: de las preocupantes a las hirientes, de las desconcertantes a las absurdas, de las certeras a las abiertamente falsas, etc.

Está claro que no volverá para recuperar aquello que tuvo. Lo pasado, pasado está. Su puesto en la historia ya está consolidado. ¿Quién lo duda? No se le negará su lugar en El Escorial porque es uno de los nuestros. Ha hecho un gran servicio a la nación que nos acoge. Pudiendo asumir el poder que el anterior jefe del Estado le concedió, decidió apostar por las reglas de juego de la democracia. Eso le debemos. Lo que ocurriera una vez instaurado el régimen que nos ampara hasta su abdicación en 2014 quedará anotado en los densos y abigarrados cuadernos de la Historia, pues soy consciente de que hay episodios memorables junto con algunos que no lo son tanto; y entre unos y otros, mucha confusión, extrañas lealtades y curiosas disidencias. Es lo que hay, nos guste o no.

Sabéis que, como hijo, no le puedo negar el regreso; pero sí como rey y como jefe de la Casa. Si vuelve, será para sentir el abrigo de su tierra en sus instantes finales, para acabar el camino de una vida viajera y viajada. Derecho tiene a que su último aliento se eleve al cielo de España. Comprended lo que os cuento y que no niega ni impide la necesidad de una confesión clara, extensa y precisa sobre sus problemas fiscales y los puntos poco nítidos de un reinado complejo en sus inicios. No espero, en este sentido, otra cosa que no sea la de situar en la balanza los contrapesos necesarios para que la Justicia se exprese sin ataduras y callen la Historia, la Genealogía y la Política; y que tanto la princesa Leonor como quien os habla no entremos en las disquisiciones donde se han de concertar los premios y castigos que deba atesorar la figura de don Juan Carlos I. De mi hija, ahora, respondo yo; de mi progenitor, no. Que cada palo aguante su vela, dice el refrán.

[cámara 3]

Por las altas responsabilidades que le esperan y no por cuestión de afecto, pues la quiero tanto como a su hermana Sofía, un hueco en mis palabras debe tener la princesa Leonor. Aunque en 2023 adquirirá la mayoría de edad y sus compromisos como heredera al trono se van a incrementar, lo cierto es que ya ejerce de algún modo las funciones que le corresponden en este momento procurando formarse de la manera más adecuada dentro de un entorno que ha de consolidar y traer consigo relaciones provechosas para nuestro país.

El que estudiara en el extranjero fue una decisión que adoptamos su madre y yo como progenitores. Muchos habéis sostenido que, con su marcha, estábamos despreciando de algún modo el sistema educativo español. No es cierto. Asumo vuestro malestar y lo respeto, pero no lo comparto. Lo hicimos por su bien y atendiendo a la consideración de que lo que es bueno para ella no puede ser malo para nuestro país. En España, sería insoportable la presión de los medios de comunicación y de los que, a su costa, buscan algún protagonismo; sobre todo porque ya no es una niña, sino una joven que, por razones de edad y condición, tiene muchas preguntas que formular, no pocas respuestas que hallar y un sinfín de experiencias que vivir que serán determinantes para su vida.

Como padre y como rey, ¿creéis que no he reparado en lo conflictiva que le ha de resultar la situación de su abuelo paterno o que no he tenido en cuenta lo difícil que debe ser para ella entender, por ejemplo, por qué la monarquía tiene tan escaso valor entre sus coetáneos? ¿Pensáis que no me angustia la idea de que su acceso a internet se convierta en algo traumático debido al desmedido volumen de noticias perturbadoras que pueden llegar a dañar su dignidad y su sentido del deber ante los inmerecidos ataques que su familia recibe? Suponéis que su vida es un camino de rosas. Sabed que, si de mí dependiera, así querría que fuera, como imagino que cualquiera de vosotros deseáis lo mismo para vuestras hijas e hijos; pero soy consciente del enorme sacrificio que ha de realizar la princesa para cumplir con lo que se espera de ella. En este momento, forman parte de sus deberes el resistir las contrariedades, relativizar los daños y calibrar los excesos de alabanzas que, en los medios, pueden hacerle creer que atesora unos méritos que quizás no le correspondan todavía; y de las que nos atañen a la reina y a mí como progenitores, ayudarle a que cumpla con sus obligaciones. Soy rey, sí; pero, ante todo, padre.

[cámara 1]

Compatriotas, no os negaré que, en ocasiones, me siento que ando sobre un alambre sin red protectora. Supongo que es la misma sensación que muchos de vosotros tendréis. Quiero dar a mis hijas lo mejor, y ello pasa por cuidar muy bien el vínculo que mantenemos, que ha de basarse en el respeto y la transparencia, la verdad por principio y el propósito de enseñar sin dejar de aprender.

Cuanto deseo de mi relación familiar cabe proyectarlo de algún modo en vosotros, pues me gustaría tener más oportunidades como esta de hoy para contaros lo que pienso acerca de muchos de los asuntos que circulan en los medios de comunicación y en las redes sociales; para escucharos, leeros, aprender de cuanto podéis ofrecer y pronunciarme sobre lo que os inquieta sin que ello suponga que interfiera en el quehacer del Gobierno y de las fuerzas políticas con representación parlamentaria. Creo que es importante que la corona no se quede a un lado, que no sea un jarrón chino más. No puede dar la impresión de que es un órgano anquilosado, sin criterio, estático, pétreo e inconmovible, porque así no es.

¿Creéis que no tengo una posición sobre temas como la violencia de género, el aborto, la eutanasia, el SMI, la inmigración, la memoria histórica, las jefaturas de Estado precedentes a la mía, etc.? Mi silencio no es complicidad, oposición, desinterés o desconocimiento, sino simple acatamiento de unas normas no escritas que recomiendan la prudencia y la neutralidad ante temas tan sumamente sensibles que, por su naturaleza, pueden generar un clima de agria controversia e indeseadas y violentas divisiones.

[cámara 2]

Dentro de los escasos raíles sobre los que considero adecuado moverme, el de los símbolos nacionales es uno de los que más me atañen por la función representativa que me corresponde. Observo un año más cómo un oscuro propósito mueve a ciertos políticos y al conjunto de sus afines a utilizar la bandera y mi condición de rey de una manera desmedida y desajustada. Pido, una vez más, que esta actitud deje de darse; sobre todo, en lo que se refiere a la bandera, pues tiene bien acotada su función y el lugar que le corresponde. No olvidéis que su valor no reside en su ostentación, sino en la asunción íntima e indesmayable de su significado.

Me avergüenzan y me inquietan quienes, alegando defender la nación, la someten al estrés que supone el inaceptable juicio sobre la españolidad basado en los símbolos. No puedo admitir que una bandera, que representa la unión, se utilice para dividir un pueblo que posee una historia, una lengua y unos referentes culturales comunes; y mucho menos si procede esta voluntad divisoria de individuos que lo único que desean es resolver sus particulares ansias egocéntricas o sus intereses mercantiles. Basta ya, por favor.

[cámara 1]

Y basta también de que ese apego desnortado e inadmisible por su vehemencia se traslade al mantenimiento de valores que, con el tiempo, han dejado de tener cabida en la sociedad de la que formamos parte. Como colectivo, avanzamos en la concepción de la vida y de cuanto nos rodea. Aceptamos nuestro pasado; tomamos de él aquello que, según nuestra cosmovisión, ha de sobrevivirnos; lo asimilamos en el presente y se lo mostramos a quienes nos han de suceder para que lo protejan de cara al futuro. Hay tradiciones, como esta de la Nochebuena que nos reúne, por ejemplo, que son hermosas y merecen conservarse porque encierran un valor asociado a la ternura, a lo entrañable, a lo afectuoso; y, además, porque recogen una manera de interpretar nuestro lugar en el mundo que consideramos imperecedero.

Por eso, me preocupan aquellas manifestaciones que, bajo el signo de la pervivencia de lo ancestral, toman como fundamento de su expresión la violencia, la sangre, el sufrimiento de otros seres vivos. No las entiendo y, por supuesto, no las justifico; y si por mí fuera, no las alentaría ni las defendería. Pero no tengo poder alguno para imponerlo. Lo sabéis. Me encantaría que la tauromaquia, por ejemplo, dejase de ser lo que es y que se transformara en una actividad cultural diferente: sus vestuarios, sus rituales, sus movimientos, sus marcos referenciales…, bien pueden conservarse como ese patrimonio hispánico que a todos nos emociona; pero fuera ha de quedar el animal torturado, las armas que hieren y matan, el ensañamiento, la crueldad… No es admisible. No quiero que la España del siglo XXI tenga entre las joyas que la identifican y en las que nos reconocemos (su arte, su literatura, su belleza paisajística…) este borrón sanguinolento.

[cámara 3]

Uno esta posición a mi deseo de que sea una realidad la implantación de leyes de protección a los animales más exigentes en el cuidado y en el respeto que les debemos; y mucho más duras contra quienes apelan a una supuesta superioridad biológica para actuar de un modo despiadado. Hemos de asumir lo útil que nos puede resultar convivir en paz y armonía con otros seres diferentes, pues quizás eso nos enseñe a hacer lo propio entre nosotros.

Convivir. Esa es la gran palabra que ha de acogernos en 2022. Tendremos que conjugar repetidamente el verbo durante el próximo año para que sea posible compartir juntos la recuperación social y económica tras el esperado fin de la pandemia que ojalá se produzca pronto; para que esa restauración permita la reconstrucción física y emocional de todo lo que se ha perdido, ya sea por culpa de la naturaleza o debido a las acciones, omisiones o inesperados contratiempos provocados por los humanos. Convivir, en suma, para «recuperar en lo posible la normalidad en los lugares de trabajo, en las aulas, en las plazas y en los barrios; en los comercios, en los mercados, en los bares; en los cines, en los teatros…; en la vida cotidiana que da forma al carácter de una sociedad como la nuestra». 

[cámara 1]

«Es lo que todos queremos. Y en la seguridad de que así será, la Reina, la Princesa de Asturias, la Infanta Sofía y yo os agradecemos muy sinceramente todas las muestras de afecto y apoyo que nos habéis transmitido este año, y os deseamos una Feliz Navidad y todo lo mejor para un» 2022 «especialmente lleno de esperanza. 

Eguberri on. Bon Nadal y Boas festas».

II

«¿Qué probabilidad hay de que su real homólogo haga un discurso así? ¿Se lo puedo pedir a ustedes?» (Mensaje enviado por WhatsApp a los Reyes Magos).