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Para la unidad, ¿prioridades?

Una foto publicada en el New York Times en la que aparecen sentados, de izquierda a derecha, Josef Stalin, Franklin D. Roosevelt y Winston Churchill sirve para testimoniar que, en ocasiones, conviene dejar a un lado todo lo que puede separar —que no era poco en el caso de los citados— si de lo que se trata es de oponerse a un mal común —así considerado— con mayor efectividad. La imagen pertenece a la Conferencia de Teherán, que se celebró entre el 28 de noviembre y el 1 de diciembre de 1943. Este encuentro sirvió para fijar la estrategia que pondría fin al conflicto bélico que estaba desarrollándose en Europa desde 1939. Ese mal común aludido que había que atajar era Adolf Hitler y todo lo que representaba. Las particularidades en forma de inquinas, repudios o desacuerdos entre los ahora retratados aliados debían pasar a un segundo plano porque lo que convenía, dadas las circunstancias, era hacer de la unidad virtud.

Otra foto confirma lo expuesto: 10 de febrero de 2019, Plaza de Colón de Madrid, los líderes del Partido Popular (Pablo Casado), Ciudadanos (Albert Rivera) y Vox (Santiago Abascal) aparecen juntos, acompañados por muchos miembros de sus formaciones políticas y frente a miles de simpatizantes. Se han unido porque consideran que tienen un adversario común: el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Para ellos, el representante del Poder Ejecutivo dio su visto bueno a una serie de exigencias formuladas por los grupos afines a la independencia de Cataluña. Esta convergencia perdura en tanto que siguen convencidos de que él y, por extensión, cuantos le acompañan en los quehaceres gubernamentales y en las Cortes continúan siendo el mal que los cohesiona, la razón de su unidad, a pesar de que un colectivo esté a punto de ser subsumido por otro —Ciudadanos por el PP— y uno esté a un paso de recibir una desgarradora dentellada de su aliado —el PP morderá a Vox—. Aunque ofrezcan en ocasiones una suerte de teatrillo de las desavenencias, la realidad demuestra —las hemerotecas no mienten— que los consensos que mantienen entre sí las tres fuerzas políticas citadas son más amplios, mucho más amplios, que los disensos: han pactado sin grandes dificultades para alcanzar diferentes gobiernos y, a tenor de lo hecho hasta ahora, cabe concluir que, con vistas a los procesos electorales que se esperan en 2023, están en disposición (y necesidad, diría yo) de seguir haciéndolo con el fin de acceder a la rección en municipios, cabildos/diputaciones, comunidades autónomas y Cortes Generales.

Dos imágenes, pues, simbolizan la unidad frente al convencimiento de que existe una adversidad a la que se tiene que hacer cara. Miro a las fuerzas que, con sus más y sus menos, representan a los movimientos de izquierda de este país y, ante el panorama actual, no puedo evitar la pregunta: ¿no sienten todos estos grupos que hay un mal común que conviene combatir desde la unidad y no desde la dispersión? ¿En qué medida ceder es claudicar del proyecto político particular? Insisto en el verbo: “ceder”. Nada tiene que ver con el más temido: “renunciar”. No hablo de renuncias, sino de cesiones. Pongo un ejemplo: la ley de protección animal que han acordado PSOE y Unidas Podemos no goza de la aquiescencia generalizada de ambas formaciones. Es una buena ley, sin duda; pero tiene desagradables lagunas, verbigracia: se achanta ante lo que deberían ser unas disposiciones más contundentes relativas a la caza y la tauromaquia. Entiendo el malestar de muchos por esta endeblez normativa; pero, gracias a la cesión de unos y otros, aunque sea insuficiente, se ha conseguido trazar los márgenes de un código que, sin duda, es más de lo que había hasta ahora. ¿El consuelo? ¿La esperanza? Que a partir de este documento se pueda seguir legislando más adelante al respecto y se consiga resolver lo que en este momento se ha quedado en el aire por culpa —así lo creo— de tácticas de naturaleza electoral: se prohíbe tener un periquito o un hámster en una jaula (estoy de acuerdo) y no, en cambio, las barrabasadas que muchos cazadores hacen con sus perros o las deleznables salvajadas que se perpetran en los cosos taurinos. ¿Incongruente? Pues sí, un tanto; pero…

Sea como fuere, el ejemplo señalado ha de servir para consolidar la idea de que una cesión no es una claudicación si lo que ha de conseguirse merece la pena lograrse para el bien común. Atento al tema de este artículo, la pregunta se vuelve inevitable: ¿Crear un frente de izquierdas implica que sus miembros han de renunciar a todos los objetivos políticos que justifican la existencia de las diferentes formaciones que lo conformen? El actual Gobierno de coalición ha demostrado con más o menos acierto que los consensos basados en contrapesos afines conducen a leyes que favorecen a la generalidad; en otras palabras, que los beneficiados de sus acciones, si quisieran expresar su visto bueno por las gestiones realizadas por quienes se sientan en los bancos azules del Congreso, tendrían que decidir en las próxima elecciones si conviene votar al PSOE, o a Unidas Podemos, o a lo que pueda ser (si llega a ser) la plataforma electoral que encabece Yolanda Díaz. Tres opciones, por tanto, para pensar un voto, una papeleta puesta dentro de un sobre y depositada en una urna. Si a ello se le añade el que las leyes salen adelante porque hay unas Cortes que las aprueban, esta suerte de conformidad con el Gobierno debería ampliarse, a partir de la identificación programática, a otras formaciones que han contribuido con su beneplácito a que se promulgaran; en consecuencia, las tres opciones pasan a ser muchas más. Los que se sienten llamados a validar de manera favorable la gestión del legislativo estarán inmersos en una gran duda: entre tanto donde escoger por sus méritos, ¿a qué formación elegir?

En una democracia libre de peligros y bien asentada sobre la noción de la voz “consenso”, las variadas opciones implican pluralidad; la pluralidad, riqueza de perspectivas y, en consecuencia, de ideas y posturas que pueden ser objeto de debate y de selección: lo mejor de cada una contribuye a perfeccionar la vida de los representados. En un entorno sin tanta furia contenida y sin la trágica sensación de que se está a un paso de una ruptura generalizada de la paz, las confluencias de partidos traen consigo monopolios ideológicos, o sea, bloques monolíticos que terminan consolidando binomios y que, a la larga, acaban convirtiéndose en monomios bicefálicos. En realidad, ¿qué fue si no la alternancia en el poder entre conservadores y liberales de principios del siglo XX? Sin tanto descaro como en tiempos de Alfonso XIII, en los de su nieto, ¿cómo calificar el remansado navegar del PSOE y el PP por el Congreso y el Senado hasta la afortunada agitación de finales de 2015? El bipartidismo puro y duro no tiene sentido en una sociedad capaz de gestar convenios basados en el interés colectivo con independencia de cuáles sean las líneas de pensamiento de sus firmantes. ¿Estamos ahora en una situación así? ¿Son estos los tiempos para que, entre contrarios, la palabra “acuerdo” (donde más falta hace) fluya sin los graves obstáculos que hoy se arrojan al camino en forma de bulos y maledicencias? Detecto violencia contenida en la sociedad, veo demasiadas grietas en la concordia; siento que hay una relación directamente proporcional entre la multiplicación de infundios —tanto de medios como de ciudadanos— y el deseo de arrasar con todo que, de un modo tan impúdico, se manifiesta en los diferentes canales de información popular. ¿Puedo estar equivocado con esta sensación de alarma? Sí, puedo estar equivocado.

El auge y la publicidad, en los últimos años, de grupos de extrema derecha asentados en diferentes ámbitos de la sociedad supone la consolidación de una manera de entender el mundo y las relaciones entre quienes lo integran contrarias a los postulados que fijan las nociones de democracia y, por extensión, de derechos humanos dada su proclividad a los cambios sociales a través de las armas (el puño, el palo, la pistola…). Nada más antidemocrático y antihumano que la sinrazón de la violencia. José María de Areilza, destacado político español que llegó a ser embajador y ministro, escribía en 1943, tres años antes de ser consejero nacional del Movimiento:

«Si hubiéramos de extractar lo que de esencial había en el pensamiento de la rebelión de julio que dio origen al Estado actual y al Movimiento, nuestra síntesis abarcaría los extremos siguientes: primero, licitud de la violencia y de la insurrección armada frente a un Poder ilegítimo, tiránico y abusivo; segundo, proscripción de la violencia por la violencia y sometimiento de esta, como fuerza política, a una norma de espiritualidad, de patriotismo y de justicia; […]; quinto, proclamación de una serie de verdades religiosas, morales y políticas como inaccesibles a la discusión y a los vaivenes del sufragio».

El primer punto ayuda a entender la manera de actuar de un relevante sector en el presente, sumamente mediático por sus quehaceres y por la promoción recibida; y cómo la agresividad en todos sus términos determina el modo de captar y asumir la realidad. Ferrán Gallego, autor de El evangelio fascista (2014), afirmaba en una entrevista:

«Para el fascismo la violencia no es un instrumento. Lo dice Ramiro Ledesma: lo que caracteriza al fascismo es otro concepto de la violencia. No es la violencia del resistente, no es el instrumento a utilizar cuando ya no queda nada más. No. En el ejercicio de la violencia, el fascista se integra en una comunidad que toma conciencia de su propia fuerza, de su voluntad de poder y se disciplina a través de la destrucción del adversario. La violencia sirve para adquirir conciencia de uno mismo».

Lo que tendrá que preguntarse ahora la izquierda es por el valor de la unidad ante un panorama tan irascible. ¿Hay un enemigo común al que combatir? ¿Lo es esta extrema derecha que, sin dejar de existir tras el final de la dictadura, ha salido de su particular hibernación para hacerse notar repitiendo consignas y manifestaciones que considerábamos ya desterradas? ¿Perciben las fuerzas de izquierda la necesidad de una unidad y, en consecuencia, la conveniencia de establecer prioridades que conlleven cesiones? ¿Tendrán los singulares proyectos, ideales y egos un asidero moral firme al que sujetarse cuando sostengan con su inacción o su inadvertencia que no hay adversario alguno al que hacer frente y, por tanto, que innecesaria es la confluencia?