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La Eurovisión del perro del hortelano

Como ningún interés tengo por el Festival de Eurovisión, nada me empuja a seguir cuanto esté relacionado con este certamen aparentemente musical. Mas comoquiera que en los últimos días o semanas se ha producido un incidente mayúsculo en el concurso convocado para elegir la canción que representará a nuestro país (el Benidorm Fest) —percance que han recogido los medios de comunicación y las redes sociales—, me ha sido imposible no estar más o menos al corriente de lo sucedido. Lo que conozco de lo ocurrido se ha acercado a mi orilla a través de lecturas y comentarios radiofónicos. Todo lo he recibido de un modo muy superficial; tanto, que debo reconocer que no sé cómo es la canción que ha ganado ni cómo son los dos temas que, al parecer, han gozado del beneplácito del público: el del grupo gallego Tanxugueiras y el de la cantante Rigoberta Bandini. Créeme. No veo motivos para mentirte. ¿Qué gano con ello? No sé cómo suenan esas tres piezas musicales y te confieso que escribo lo que lees sin que se agite en mi ánimo voluntad alguna por escucharlas.

No es ahí, por tanto, en si la ganadora es o no la que debe ser, donde se halla la razón que me mueve a compartir contigo estas palabras. A mi juicio (me amparo en lo que sé), la celebración del evento y las consecuencias derivadas del fallo del jurado y del público entran, por lo que he podido constatar, dentro de lo que no merece otro calificativo que el de anécdota. Mas hay un detalle que sí me ha llamado la atención y al que debo que ahora mismo esté hablando de Eurovisión (¡Dios mío, con lo que yo he sido!): el sentido tan segregador que un número considerable de ciudadanos —intuyo— tiene de lo que ha de ser una representación nacional.

Me explico: muchos de los que se han opuesto a Tanxugueiras esgrimen que su condición de conjunto musical muy enraizado con la idiosincrasia y la cultura gallegas lo invalida para representar a España en un festival internacional como es Eurovisión. Confieso que ahí me han dado de lleno. ¿De verdad? ¿Acaso no es la gallega una pieza más de las muchas que componen el gran mosaico cultural de España? ¿No es española su lengua, como lo son, junto con el castellano, el vasco y el catalán? Si españolas son la lengua y la cultura gallegas, incuestionable ha de ser el considerarlas igualmente válidas para que nos representen dentro y fuera de nuestras fronteras, del mismo modo que podría hacerlo una canción compuesta en catalán, en vasco o en la modalidad lingüística del español de Canarias.

O todo o nada. O son tierras de España y españolas sus expresiones lingüísticas y culturales; y, por tanto, merecedoras de nuestro apoyo, nuestro esfuerzo por su difusión y nuestra voluntad por que se conozcan dentro y fuera de límites geográficos que nos acogen (deberían enseñarse en los centros educativos para contribuir a cohesionar más el actual depauperado sentido de nación); o son un no sé qué ajeno, una suerte de aditamento al que damos carta de naturaleza española cuando nos da la gana y, cuando no, lo consideramos un accidente territorial que hay que acordonar convenientemente. O se está en un lado o en otro, aquí no vale el término medio. Porque si es así, porque si no hay una conciencia y voluntad claras para percibir como propias las expresiones culturales y la manera de concebir el arte, la literatura, la música… la vida, en suma, de las regiones bilingües de España, lo justo sería entonces que se les permitiese decidir su futuro por su cuenta.

Si esos a los que me refiero hubiesen esgrimido razones musicales o de apetencias, creo que mi actual discurso no tendría sentido alguno, pues a cada uno le gustan sus “cadaunadas”. Ha sido esa actitud selectiva y, a mi juicio, sumamente incoherente («como cantan en gallego no pueden representar a España») la que me ha agitado y empujado involuntariamente a sintetizar el panorama de esta desafortunada conclusión con la célebre paremia que apela al perro del hortelano, que ni come ni deja comer.

Coda: una justificación leí de alguien que, apuntando a la inadecuada candidatura del grupo Tanxungueiras por «falar galego», defendía a ultranza a la ganadora, de quien supe luego que se postulaba con una canción cuya letra estaba compuesta al parecer en espanglish. ¿Que si sonreí? Sí, sonreí.