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Misal de la Ínsula Barataria

I

En el principio fue la tormenta, tras ella vino la procesión de bandazos en el Océano de Ningunaparte; por último, en la hora de las nostalgias, tuvo lugar la arribada a la isla. Se pisó tierra y se cubrió el agotamiento con las pieles de una pantera, un león y una loba. Luego, bien pronto, se corrió tierra adentro.

Durante días, en el fragor de la supervivencia, se había perdido el rumbo; no se sabía dónde estaban, adónde les llevaba la tormenta ni qué orilla les habría de recibir.

No obstante, al pisar la isla se dieron cuenta de que el azar o sus deseos les había conducido precisamente al destino de la partida. Se reconoció en las cumbres centrales de la isla el éxito de la misión y mientras sorteaban los obstáculos de una carrera alocada llegaron a la conclusión de que la tormenta, en el fondo, había sido la mejor de sus aliadas: Lapólica cumbre, la baquiana, la fuente de Castalia. La agitación de una frenética huida se mezclaba con la emoción del reencuentro y fue entonces cuando corrieron hasta quedar exhaustos.

Así, en la hora de las rondas, llegaron hasta la fuente; pero no hubo agua para saciar la sed ni paraje donde descansar. Todo aquello que la leyenda había vestido de frondosa fecundidad ahora era decadencia, sequedad tanta en tanta soledad. La tormenta había arreciado sobre los sueños y en ese momento sólo les quedaba la conciencia de que algo había cambiado, de que ese Parnaso particular ya no era como se lo habían imaginado. Con sus pieles hicieron la hoguera que palió el frío de la desilusión. Se miraron entre sí y se dieron cuenta de que aquel lugar, aquella isla, era el premio de una vieja promesa cumplida.

Fue aquí, en estos hechos, donde cimentamos el nuevo orden. Por eso llamamos a nuestro refugio Ínsula Barataría. Así pasó el primer día, el primero del resto de nuestras vidas.

II

Creo en el hombre y en sus posibilidades; creo en el futuro y en el poder de la tradición; creo en la fuerza de la razón; creo en tu habilidad y tus aptitudes; creo en tus esperanzas y en tus sueños; amo lo que tú amas y te pido lo que me das; creo en el poder de las palabras y en las semillas; creo en tus recuerdos y en tus pisadas; en el privilegio de cada segundo; en los caminos y las colinas; en el horizonte donde nunca se pone el sol; creo en el infinito de tus abrazos; creo en los labios con besos y los estómagos con pan; y creo que sin creer nunca serán creíbles mis creencias.

III

Mi querido sadalone: Te escribo para decirque que están y no precisamente en escasa presencia. Nacen, crecen y se reproducen en las academias culturales de baja estofa y son más nocivos que el peor de los virus conocidos. El aguijonazo de su deambular seudoprofético corroe cuanto halla a su paso, pudre las pequeñas esquirlas de hermosura que tiene el arte y anula cualquier posibilidad de alcanzar de forma noble y cordial el placer estético e intelectual. Son dañinos, hipócritas y su necedad alcanza a tanto que logran hablar y convencerse a sí mismos de lo importantes que son, de lo afortunado que es el mundo por tenerles entre sus habitantes, de lo dichosos que son sus vecinos por vivir cerca de estas lumbreras. Petulantes y de una ignorancia tan elevada que su máxima es la razón de lo que dicen y no dudan en defenestrar y destruir hasta donde pueden cualquier iniciativa que signifique pluralidad y enriquecimiento de perspectivas. Van, como los lobos, en grupo y sólo así logran envalentonarse con los pobres de medios aunque ricos de entendimiento y sensibilidad, a quienes acorralan contra la pared de su verdad y no dudan en acribillarlos si no declaran por obra, acción y omisión la entrega de su tiempo y conocimientos a la causa, a la que les mueve, que no suele ser, por lo general, el dinero, sino la vanidad, la gloria, el ensalzamiento…

Lo peor de todo es que no hablamos de los cabezas rapadas ni de cualquier otra tribu urbana; sino de los paladines locales y regionales de la cultura: los culturitas. Seres que darían parte de sus vidas por tener una placa en una calle, por recibir un premio por la encomiable tarea llevada a cabo en defensa de la tradición más ancestral, por ser merecedores de un busto… Seres que no saben trabajar, que adolecen de rigor científico, que no tienen formación ni educación. Los verás en las exposiciones, en los conciertos, publicando libros, disertando a diestro y siniestro, siempre con la chapuza por sombra, con la inexactitud y el error por dioses supremos.

Una facción viste atildada y se relame en el empalagoseo de un verbo de retórica caótica, declaran a los cuatro vientos su adhesión inquebrantable al Movimiento y a los óbitos imperiales en las camas palaciegas, aunque estos hayan costado un millón de muertos en tres años. Otra facción, izquierdosa, que no de izquierdas; comunistoide, que no comunista; afiliada a las huestes del Salvar-Veneguera, con banderas y pintaderas por emblemas, está convencida de estar a la altura de un Baudelaire en los versos y de un Ionesco en el teatro cuando en realidad no dejan de ser, para lo uno y lo otro, unos simples papanatas para los que un poema o una obra de teatro no son más que improvisaciones y no sé qué puñetas más del espíritu y otras mierditas inútiles por el estilo. Se creen que porque tienen cierta labia, cierta gracia y algún que otro acierto ya son merecedores de beber el néctar de los dioses, cuando realmente deberían beber arsénico y desaparecer del panorama.

Mi querido sadalone, si te los encuentras por ahí, destrúyelos con la diligencia de tu trabajo, con el rigor y la seriedad en tu labor cotidiana, con la bondad de tu corazón en el trato ajeno, con la alegría de saber que no tienes que pisar las flores de ningún jardín para que las tuyas estén hermosas. Elimínalos con la verdad y con la sinceridad de tus propuestas. Hazlo convencido de que por encima de todo siempre quedará como valor supremo de tu razón de ser el esfuerzo que brindas diariamente al mundo porque éste sea un poco mejor.

IV

Este es un programa independiente hasta donde puede serlo. Nos debemos a una tradición que adoramos y a unas ideas que defendemos. No pretendemos imponerlas, sólo ofrecerlas, mostrarlas tal cual son, sentirnos orgullosos de ellas y luchar por su pervivencia sin tener que destruir las de nadie. Porque creemos en la libertad y en la subjetividad; en la pluralidad y en el presente. Porque hacemos lo que queremos y les ofrecemos todos los atajos que conocemos para que ustedes hagan lo mismo. Porque estamos convencidos de que no hace falta estropear las flores del vecino para que las tuyas estén más hermosas.

Ínsula Barataria es un programa de los servicios culturales de Canal Telde. No somos objetivos. No pretendemos serlo. Cuanto aquí se dice, se hace, se enseña y se ejerce no es más que el resultado consciente de nuestro impulso interno. Lo que dice, hace, enseña y ejerce mis hermanos Juan Miguel Ramírez y Victoriano Santana Sanjurjo es lo que dice, hace, enseña y ejerce un servidor de ustedes. Somos tres pero nos sentimos legión; tres pero como si fuésemos mil… Tenemos fuerza y ganas de sembrar la discordia donde existan acuerdos hipócritas y falsos; queremos generar violencia discursiva ante la pasividad meliflua de consentidores que hacen del ensañamiento silencioso su arma más letal; nos hemos propuesto declarar la guerra a los que desconocen y zahieren los ideales supremos de la estética, regidos bajo el principio aquél que, sintetizado, nos viene a decir que los frutos hermosos del arte y la cultura se han de transmitir con la misma amabilidad y cortesía como se reciben y como fueron concebidos.

Es posible que éste sea el programa más visceral, directo y comprometido de la radiodifusión mundial; sobre todo porque no estamos dispuestos a dar margaritas a los cerdos. Creemos firmemente que la muerte está en cada esquina y que cada minuto puede ser el último minuto; creemos que el pensamiento humano tiende a degenerarse conforme se cuestiona y replantea el falso orden cósmico que le envuelve y que le han impuesto; creemos que los espíritus más nobles se pueden pervertir hasta los extremos más encantadoramente irreverentes y que el hombre, con todas sus miserias y bajezas a cuesta, siempre podrá hacer de Dios lo que quiera.

Tenemos fuerzas suficientes para remar nuestro barco rumbo al Punto de Inflexión, el horizonte donde ha de comenzar el Nuevo Orden que te proponemos: un sistema ideal de convivencia donde todo el mundo asuma que con su quehacer diario puede ser la palanca que mueva al más insignificante de los átomo, la penumbra en la oscuridad, la gota en el océano, el gramo en la tonelada, el punto en las rayas, el paso en el kilómetro, el segundo en los siglos y, en suma, la esencia en las presencias.

V

Yo conozco un viejo palacio con nombre de perlas.
Allí, en los atardeceres del estío,
bailan fundidos en un abrazo
las nubes de los oropeles,
los recuerdos de una tierra
cuyos amantes yacen
en el nombre de los cipreses,
en las marcas de los robles,
en las hojas secas donde se revolcaron,
en la borrosa primavera occidental
que cualquier otoño atisba
tan sepia,
tan lejana,
tan imposible,
con la voz de los miércoles y la arena de las diez…

Ínsula Barataria…
Sin duda, los mejores años de nuestra vida.

VI

Los sueños son los versos de una canción sin fin,
los ecos de nuestras palabras,
las sombras de nuestras acciones,
posiblemente,
la realidad que vivimos y compartimos.

Los sueños son las letras de un mensaje,
las ondas de tu alegría,
la paz de nuestros besos,
el testimonio de la historia,
la justicia,
la vida…
La voz de los miércoles, la arena de las diez…

Los sueños…
Los sueños son esa hermosa cosa
que todos llaman eternidad
y que tú sólo reconoces llamándola por su nombre:

Ínsula Barataria…
Sin duda, lo mejor de nuestras vidas.

VII

Hay premios sin nombre, pero que están ahí,
En la sonrisa del reconocimiento,
En la mano de la gratitud
En la fidelidad frente al sueño
En la vigilia frente al cansancio
En los besos al aire

Ese es el premio de quienes
Como nosotros
Vivimos porque ustedes están ahí,
Al otro lado de nuestras vidas
El premio por el esfuerzo diario:
Tenerles y luchar porque tengan una razón
Para que estén siempre con nosotros.

Ínsula Barataria…
sin duda, los mejores años de nuestra vida.