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«La risa de lo macabro» de J. Isaac

[1] Comencemos por lo que importa: las gracias a Ramón Torres, a Jorge Liria, a J. Isaac y a ti, quienquiera que seas, dondequiera que estés y en el momento que sea oportuno que leas esto.

Ramón, compañero, gracias por ese feliz correo electrónico del miércoles 21 de noviembre de 2018, la piedra fundacional de este proyecto. A través de él conocí a nuestro autor. Muchas gracias, también, por el del martes 15 de enero, que fue esencial para terminar de dar forma a su figura de creador después de la lectura del material que me había remitido, pues vi, como tú, esas influencias cinematográficas que me apuntabas (me quedo con Rob Zombie y reemplazo a Carpenter por Wes Craven, a quien percibo con más nitidez); y constato la inspiración que ejerce sobre él, sobre todo, ese Stephen King que, sin duda, nos gozamos en nuestra juventud y que correspondía a la primera etapa del novelista: El misterio de Salem’s Lot (1975), La danza de la muerte (1978), Cujo (1981), La niebla (1983), etc., repleto de personajes que tendrían un lugar perfecto en las páginas de este libro que nos convoca.

También tienen hueco, como afirmas, los clásicos del género, entre los que conviene hacer espacio (sobre todo por el tiempo que ha transcurrido) a esos fanzines de terror de los ochenta, que empezaron siendo historias repletas de seres sobrenaturales y que, en su madurez, evolucionaron hacia un género que se adentraba más en lo psicológico. Pertenece a este cupo las conocidas como Historias de la cripta que me citas en tu correo (1989-1996) y que, como tú, no puedo evitar tener presente cuando leo a nuestro autor. ¿Has pensado alguna vez, compañero, que estas historias representaban una continuidad de la célebre Alfred Hitchcok presenta (1955-1965)?

Otros clásicos, los de siempre… En la creación de atmósferas lúgubres siento a Poe y, sobre todo, a Lovecraft, a quien todos los autores de terror (incluido el nuestro) deben, por activa y por pasiva, la gestación de sus monstruos particulares gracias a esa imaginería demoníaca que elaboró H.P. El punto de violencia inclemente, desmedida, atroz… que describe en muchas ocasiones, ¿no te recuerda al de ese American Psycho de Bret Easton Ellis (1991)? Y en lo de la desinhibición lingüística, también estoy contigo a la hora de fijar una referencia como la que abanderaron los conocidos como autores del “realismo sucio” norteamericano, como Bukowski, que, en España, salvando las distancias, llega a percibirse en el Mañas de Historias del Kronen (1994), por ejemplo.

Y, por último, muchísimas gracias por ese magnífica a descripción de nuestro autor, precisa, veraz, acertadísima, que no tengo interés alguno en parafrasear porque es tuya y es justo que quede constancia de su expresión literal, para que los críticos del futuro, cuando estudien al que está llamado a ser célebre escritor de terror del sur de Gran Canaria, digan: «El profesor Ramón Torres Rodríguez nos dice de J. Isaac que: “[…] Piensa y reflexiona sobre aspectos que otros de su edad no se plantean: la vida, la muerte, el sufrimiento, la existencia humana…, todo desde un estilo descarnado y sorprendente, incluso desagradable y soez, a veces, desgarrador e intenso en todo momento […]”». ¿A que suena bien, compañero?

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Jorge, amigo, gracias por tu generoso apoyo para dar cabida en la editorial a un nuevo autor, un nuevo texto, un nuevo proyecto como el que ocupa estas páginas. Sabemos cuán importante es para un escritor su ópera prima y cómo esta determina la configuración de algunas decisiones personales, estilísticas y creativas que serán trascendentes para el camino literario que se inicia con ella. Por eso, porque sabemos de esta importancia, te agradezco el que hayas participado conmigo en la puesta en marcha de este libro. No sé si he sabido darle buenos consejos a nuestro literato; sé que, bajo tu sombra, malos no han de ser estos, pues sé que para los que publicamos contigo siempre tienes lo mejor que ofrecernos.

Confiemos en que esta experiencia le permita a nuestro autor plantearse nuevos retos creativos, que explore nuevas vías argumentales y que tenga a bien compartirlas con nosotros, aunque eso, tú lo sabes mucho mejor que yo, está sujeto a contingencias que no podemos controlar. Unos van y otros vienen, ¿verdad, amigo? Lo relevante es estar atentos a la existencia de piezas como esta risa de lo macabro para cumplir con esa suerte de código deontológico que nos une y que nos conduce a hacer lo posible por que los “neoautores” tengan acceso a su primera publicación; ayudarles, en suma, a que empiecen a caminar y a que decidan qué senda quieren seguir.

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Isaac, apreciado y admirado, gracias por dejarme participar en esta iniciativa que, te confieso, me ha resultado muy reconfortante. Leyéndote he viajado a una etapa de lector y escritor muy lejana y muy parecida en cierta medida a la tuya. Yo fui alumno del centro que ahora se conoce como IES José Arencibia Gil de Telde. Entré en el curso 1987/88 y, después de cursar los tres años del Bachillerato Unificado Polivalente (BUP) y el denominado Curso de Orientación Universitaria (COU), terminé mi estancia allí en el curso 1990/1991. En aquellos años, algún que otro premio literario interno me dieron (por textos que, sin duda alguna, no estaban a la altura de los tuyos) y mis intereses por la poesía y lo poético me condujeron, como no podía ser de otro modo, a proyectar mi futuro académico estudiando Filología Hispánica en la universidad palmense.

En aquella época, mi universo perceptivo se iba adoquinando con lecturas de Stephen King, a quien seguía con verdadera lealtad, y de otros autores de los que había leído algo de tanto en tanto: Clive Barker y su Hellraiser (1986); algo de Poe (el caso del señor Valdemar, por ejemplo, todavía me sigue pareciendo brutal); clásicos como Bram Stoker y Mary Shelley; Anne Rice…

A estas lecturas había que sumar más adoquines: las películas de terror, sobre todo las conocidas como Serie B (comerciales de bajo presupuesto), que, recuerdo, se regodeaban en las escenas más escabrosas: no era suficiente con mostrar un hacha en un fotograma, una cabeza enfundada en otro y una cabeza suelta dentro de una cesta en una tercera imagen; no, había que ver cómo el hacha iba degollando al detenido, cómo sajaba las cervicales, cómo la sangre salpicaba por todas partes y cómo el rictus del ajusticiado expresaba horror.

Y a estas lecturas había que añadir otros adoquines, metalúrgicos, en este caso: mi gran devoción por el heavy metal. Me gustaban muchísimo Metallica (hasta 1991), Iron Maiden (con su mascota Eddie the Head, creada por Derek Riggs, elevada a la categoría de símbolo) y, sobre todo, Slayer, la que para mí ha sido siempre la mejor banda de todos los tiempos y por quienes todavía siento una indescriptible veneración (de hecho, debo reconocer que me han acompañado sus discos durante todo el proceso de edición de tu libro, J. Isaac).

La estética y, por extensión, la forma de concebir el mundo que envolvía a los grupos de este género musical; la fascinación por la muerte como referente para concebir la vida, la idea de que hay una suerte de vida más allá de la muerte o de que los muertos, en realidad, viven eternamente porque no pueden morir (conclusión de un silogismo que me gustaba compartir); el satanismo como posición contestataria ante la conclusión de que existe un orden social, cultural e histórico impuesto por el cristianismo; la ambigüedad para delimitar los márgenes donde cabía situar los posibles beneficios de toda revolución y de la violencia como purgante… hallaron lugar en mis lecturas y escrituras del momento, y siento que, de alguna manera, mientras te leo y trato de dar forma a tu universo poético, también están presentes como temas de referencia de tu expresión literaria. Por eso, me ha sucedido contigo que, leyéndote, tenía la impresión en ocasiones de leerme a mí mismo, a pesar de los 10.391 días que nos separan. Gracias, pues, por esta singular experiencia que has logrado que anidase en mi conciencia lectora.

Disfruta, J. Isaac, de este libro. Es tuyo. Tú lo has creado, tuyos son los textos y tuyas, las ilustraciones; tuyo es, también, el tiempo dedicado a imaginarte cómo será cuando salga de imprenta y las impresiones que ha de causar en tu particular círculo de lectores; tuyas son las ilusiones depositadas en él y, como no puede ser de otro modo, tuyas han de ser todas las felicitaciones que empezarás a recibir desde este momento. Mas no te olvides, apreciado autor, que también es tuya la responsabilidad de que el siguiente título permita concluir que representa un peldaño más en tu calidad como escritor. Del mismo modo que la ortografía se mejora leyendo y copiando; para mejorar en el mundo de la escritura literaria, cuando el talento ya se tiene, como es tu caso, solo hay un modo: leer mucho, muchísimo; procurar que detrás de cada hoja que escribas haya cien hojas leídas… ¿Te suena esto? Sí, efectivamente, fue la letanía que te anoté en el extenso correo electrónico que te envié el jueves 29 de noviembre de 2018. A un escritor con conciencia de lo que representa el arte literario y con la necesaria dosis de humildad, la lectura de otros textos le ha de permitir valorar sus posibilidades comunicativas y reconocer que siempre habrá quienes sepan decir aquello que nosotros querríamos expresar mejor que nosotros mismos; también será bueno para ti este ejercicio para que te cuides de los aduladores y evites caer en la tentación de los egos. Ten siempre los pies en la tierra, recuerda de dónde vienes y no olvides nunca que, lo que con facilidad se obtiene, con facilidad también se pierde.

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Y a ti, quienquiera que seas, dondequiera que estés y en el momento que sea oportuno que leas esto, muchas gracias por tener entre tus manos La risa de lo macabro de J. Isaac y aventurarte en la lectura de unas páginas que no te causarán indiferencia alguna; al contrario, han sido hechas para provocarte, para perturbar tu tranquilidad, para que te preguntes hasta qué punto lo que lees es ficción, para que te cuestiones si tras cada escena hay o no un ejercicio de metaforización de la realidad.

No importa aquí tanto lo que se cuenta, sino cómo se cuenta: los finales están abiertos, los relatos, en cierta medida, entrelazados; los personajes comparten características y las tramas, similitudes; el narrador, esa entidad en primera persona, también hace acto de presencia en todo momento, como si fuésemos nosotros quienes estuviésemos en medio de esa casa, esa aula, ese bosque… donde todo se torna una pesadilla y donde, de un modo u otro, asistimos siempre a nuestra propia decapitación. No en vano, el autor ya nos deja caer en la introducción lo que nos puede pasar cuando se pone juguetón y no sabe cómo parar.

Dentro del cómo se cuenta, cuenta el lenguaje, la expresión lingüística descarnada, agresiva, repleta de campos léxicos asociados con el dolor, la tortura, la oscuridad, la malignidad, etc. Son las suyas voces que impactan, que buscan alejarte de la lectura plácida y lineal. Cada palabra que te incomode, cada imagen expresiva que te horrorice, mírala como una suerte de hachazo o desgarro que el autor te inflige y que dice bien de su capacidad para usar la función poética y no permitir que salgas indemne de ella.

Cuando termines de leer el libro (se lee rápido y fácil), coincidirás conmigo, por un lado, en que las cinco piezas que componen este tomo son, en el fondo, magníficos esbozos de relatos llamados a formar parte de uno mayor, quizás una novela que, quizás, también, deba ser abordada cuando La risa de lo macabro haya tenido continuidad en dos o tres volúmenes de relatos cortos como este; por el otro, estarás de acuerdo en la extraordinaria capacidad de su autor para narrar en clave de guion cinematográfico. Todos los cuentos de esta obra pueden llevarse a la pantalla sin que sea necesario hacer cambio alguno. Es posible que esto se deba al sino de los tiempos actuales: la visualización. Todo dato que se comunique, real o no, se vuelve imagen para que sea digerido con celeridad. Interesa hacer la digestión cuanto antes porque hay que ingerir más y más datos, ficcionales o no. Son estos los tiempos de los microrrelatos, como señala el prologuista del libro; y de las redes sociales basadas en la instantaneidad. No es esto malo en sí; lo malo es no darse cuenta de que nuestra gula impide que nuestro organismo haga la digestión; y las malas digestiones ya sabemos qué traen consigo por la noche… pesadillas.

Terminemos por lo que importa: leer a J. Isaac y sumergirnos en esas risas de lo macabro que me envuelven desde el lugar más remoto de mi particular abismo…


[1] Preliminar compuesto para la edición que realicé de La risa de lo macabro de J. Isaac (Jeremy Isaac Araña Moreno). Beginbook Ed. Págs. 5-13. ISBN: 978-84-17890-20-9.