20 de abril de 2011. Periódico As. Patricia Cazón entrevista a Víctor Hugo Morales, un célebre periodista deportivo uruguayo que vive en Argentina desde 1981…
[Enrique engancha, la va a tocar para Diego, ahí la tiene Maradona…].
«¿Recuerda cuándo volvió a escucharlo?», le pregunta la periodista. Responde su interlocutor: «Me pasé años sin hacerlo, aunque parezca mentira. Después sentí que era un poco ingrato. Hubo una época que, ante el gol, tenía la sensación de que alguien me había filmado corriendo, desnudo y borracho por la calle. Me daba temor descubrirme de esa manera. El gol es como un striptease espiritual».
[lo marcan dos, pisa la pelota Maradona, arranca por la derecha el genio del fútbol mundial, deja el tendal y va a tocar para Burruchaga…]
La muerte del mito argentino me ha permitido reajustar algunas piezas de mi memoria que se habían desenfocado y, en consecuencia, que me llevaban por un falso camino de convicciones.
[¡Siempre Maradona! ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio! Ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta… Gooooool… Gooooool…]
No me gusta el fútbol. En realidad, no me gusta el deporte. Nunca me ha gustado. Me aburre soberanamente verlo y me hastía hasta lo indecible imaginarme practicando alguna modalidad. De todos, quizás por la saturación periodística, es el fútbol el que se lleva mis más negativas valoraciones. Nunca me ha gustado. Lo practiqué en mi niñez como excusa para socializarme con mis coetáneos. Cuando me percaté de que estaba perdiendo el tiempo porque, además de no entretenerme cuando lo practicaba, tenía bastante poco interés por tener amigos, lo dejé para siempre-eternamente, más nunca y nunca más, jamás de los jamases, etc.
[¡Quiero llorar! ¡Dios Santo, viva el fútbol! ¡Golaaazooo! ¡Diegoooool! ¡Maradona!]
En 1986, por tanto, no me gustaba el fútbol, pero me fascinaba un tipo como Maradona. Con 13 años, vi en él a un malabarista antes que a un futbolista, a un encantador de masas antes que a un excelente deportista. Con el tiempo, esa fascinación se volvió equivalente a la que siento por los grandes domadores de palabras. Alguien estos días lo ha llamado el “poeta del balón”. Puedo entender el sentido último que busca esta calificación del astro argentino.
[Es para llorar, perdónenme… Maradona, en recorrida memorable, en la jugada de todos los tiempos…]
El famoso gol que marcó en el Estadio Azteca a Inglaterra en el Mundial de México 86 un 22 de junio, con la sombra alargada de la Guerra de las Malvinas en el ambiente (abril-junio de 1982), trascendió los límites de lo deportivo para adentrarse en los del resarcimiento nacional por la derrota ante la pérfida Albión. El hermoso ejercicio driblador de Maradona y posterior gol enalteció el sentimiento de sus compatriotas con la que se consideró una humillación a sus rivales, aunque sigo pensando que tal no hubo pues por mucho que Héctor fuera singular en su destreza guerrera, Aquiles es Aquiles y caer bajo su cólera era lo que cabía esperar.
[Barrilete cósmico, ¿de qué planeta viniste para dejar en el camino a tanto inglés…]
Durante años, pensé en cuánto me gustaba ese gol y cuánto valía, pero no me he percatado hasta hace unos días de mi engaño, de cómo he creído en todo este tiempo que miraba la Luna cuando me estaba fijando en el dedo. Lo que me gustaba nunca había dejado de estar ahí, pero no era lo que yo creía.
[…para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina?]
Si hoy sigo admirando el gol de Maradona no es por su impecable manufactura deportiva, que no la cuestiono, aunque veo tan poco fútbol que no conozco otros goles igual de meritorios; ni por el valor sociopolítico que pudo tener en la conciencia colectiva, pues no pasó de ser una anécdota en comparación con otras convocatorias deportivas más trascendentes al respecto, creo que Jesse Owens en las Olimpiadas del 36 fue más relevante.
[Argentina 2, Inglaterra 0. Diegol, Diegol, Diego Armando Maradona…]
Si hoy sigo admirando el gol de Maradona, repito, es porque siempre lo he visto escuchando al mismo tiempo a Víctor Hugo Morales retransmitiendo la jugada. Ahí está la clave: es la narración de cómo se estaba produciendo la jugada lo que siempre me ha fascinado, la pasión con la que impregna el locutor la hazaña.
[Gracias, Dios, por el fútbol, por Maradona…]
La habilidosa maniobra del dios pagano creo que jamás llegaría a ser lo que es a día de hoy si se mostrase en silencio, aunque sea con subtítulos. La hombrada alcanzó su dimensión mítica gracias al mensajero, a ese gran Hermes vestido de Homero que narró la proeza y que seguirá ligado a ella durante muchos años, tantos como la figura del dios permanezca entre nosotros.
[por estas lágrimas, por este Argentina 2, Inglaterra 0]