25 años de un instante: C.P. León y Castillo, 1987-2012

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«Que por mayo era, por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor. […]»

Por mayo, quizás, fue; hacia el final, cuando la despedida era inminente. Pudo ser por mayo, repito; es probable… Fue antes de que hubiese un «hasta luego»; más tarde, un «hasta pronto» que en breve, para muchos, fue un «hasta siempre». En aquel remoto 1987 fijamos en el tiempo esta instantánea. Ocurrió en el colegio León y Castillo de Telde, el que daba a la trasera del hogar familiar. Digamos que fue hacia el mes mayo, para que la magia del reencuentro fortuito con la imagen nos abrume.

«Esta mañana muy tempranico
salí del pueblo con el “hatico”
y como entonces la aurora venía
yo la recibía cantando como un pajarico.
»Esta mañana muy tempranico. […]

Un día nos avisaron; otro, que bajásemos al patio. Lo hicimos entonces ajenos a la importancia del acontecimiento. Un alumno, hijo de un célebre fotógrafo teldense, sacó la foto. No sé cuándo nos la dieron ni cómo. Es posible que la mirase entonces por encima, sin prestarle mucha atención, y que terminase guardándola en cualquier sitio. Aquellos rostros me resultaban demasiado familiares como para que sintiese en ese momento alguna curiosidad por ellos. Muchos iniciaron conmigo la travesía en aquel distante 1º de EGB que empezamos a cursar en septiembre de 1979, en el turno de tarde, en lo que era el Anexo del Colegio Público León y Castillo, que en la actualidad alberga las dependencias de la Concejalía de Educación municipal; en aquel espacio junto al patio que ahora es una amplia oficina y que tenía en aquellos tiempos una tarima, una pizarra de tiza, las mesas situadas en grupos de seis y un crucifijo; junto a los gigantes de octavo, cuyas clases estaban en la planta alta y que obligaban a los pequeños a situarnos a un lado de la cancha en los recreos para no recibir sus balonazos. Treinta y tres años hará en breve de este inicio…

»[…] Por los carriles y los rastrojos
soy la hormiguita de los despojos. […]

Otros fueron llegando a lo largo del viaje mientras no pocos se iban quedando en el camino. Algunos se unieron a nosotros cuando pasamos del Anexo al edificio principal, el actual C.E.P.A. Telde-Casco, en el año escolar del fatídico Golpe de Estado de Tejero [recuerdo que estábamos todos en el patio, por la tarde —teníamos el turno partido—, y que tras la suspensión de las clases nos dieron una consigna: «Váyanse rápido a casa»]; otros, cuando cambiamos de tutora (de doña Fela Torres, 1º y 2º; a doña Maricarmen Hernández, de 3º a 8º), en el curso que finalizó con el Mundial de Fútbol de 1982 y con nuestra pri-mera comunión (la última para muchos, todo sea dicho). Presenciamos adhesiones en el año escolar que comenzó con el triunfo de Felipe González en las elecciones generales de octubre de 1982 y que concluiría semanas después de la creación del Parlamento de Canarias, en mayo de 1983; y lo mismo ocurrió en el curso académico en el que fuimos testigos del sospechoso 12 a 1 de España a Malta…

»Y como tiene muy buenos ojos
espiga a veces de los manojos. […]

En la recta final (6º, 7º y 8º) fue cuando más altas y bajas al grupo de los “fundadores” hubo: unos se sumaron al tiempo que descubríamos el horror de la hambruna en Etiopía y asumíamos como himno solidario el célebre USA for Africa, de Michael Jackson, Lionel Richie y compañía; otros nos acompañaron durante las inquietantes y dolorosas últimas horas de Omayra Sánchez, en noviembre de 1985, y compartieron con nosotros el miedo por la sombra de destrucción que arrastraba consigo la catástrofe nuclear de Chernóbil; por último, tras el mítico verano en el que Queen selló su firma con la eternidad [Wembley, 12 de julio de 1986], dos o tres alumnos, no más, llegaron a tiempo para salir en la foto y oír con nosotros a Samaranch diciendo «¡Barcelona!» y a los expertos alertarnos sobre ese agujero que se había abierto en la capa de ozono…

»[…] ¡Ay, ay, ay!, qué trabajo nos manda el Señor:
levantarse y volverse a agachar
todo el día a los aires y al sol. […]

Veinticinco años después del instante, la imagen se ha mostrado nuevamente en mis manos y no he podido dejar de mirarla. Esta vez con detenimiento, con demasiada voluntad por retener cada expresión facial, como si tras verla ya no tuviese la oportunidad de viajar nuevamente a ese lejano cuarto de siglo que hoy reverdece en mi memoria y que pasará al olvido, a esa inevitable nube negra que tarde o temprano terminará por cubrirme.

»[…] ¡Ay, ay, ay!, ten memoria de mi segador;
no arrebañes los copos de mies
que detrás de las hoces voy yo. […]

Vuelvo la imagen y veo los nombres de quienes posan en el reverso. Fue mi madre quien me dijo entonces que los escribiese. Supongo que me resultó fastidiosa su orden, «¡cómo me voy a olvidar de quiénes son! Llevo toda la vida con ellos»; mas tenía razón. Ahora me doy cuenta de que gracias a que ella sabía lo que era el paso del tiempo la molestosa orden ahora se ha convertido en un agradable descubrimiento.

»[…] La espigadora con su esportilla
hace la sombra de la cuadrilla;
sufre espigando tras los segadores los mismos sudores
del hombre que siega y que trilla
»La espigadora con su esportilla. […]

Con letra infantil anoté: «8ºD. Curso 86/87. De cuclillas, de izquierda a derecha: José Luis, René, Domingo, Antonio, Pepito y Miguel Alejandro; 1ª fila de pie, de izquierda a derecha: doña Dolores, doña Maricarmen M., Maika, Sabina, Pino, Rosario, doña Maricarmen H. (la tutora), M.ª Isabel, Olivia y Luci; 2ª fila de pie, de izquierda a derecha: Manolo, Félix, Norberto, Rafael, Ana Isabel y Marinieves; última fila: Victorino, yo, Carlos, Zacarías, Juan José, Enrique, Juan Fernando y don Nicolás».

»[…] En cuanto suenan las caracolas
por esos trigos van ellas solas. […]

¿Qué huellas ha dejado en aquellos rostros adolescentes el paso de un cuarto de siglo? ¿Se han casado muchos? ¿Cuántos tienen hijos? ¿Dónde viven? ¿En qué trabajan? ¿Qué ha sido de ellos? ¿Han sido felices durante todos estos años? ¿Son ahora felices?… Tras las formuladas, otra pregunta envuelve con incertidumbre mi ánimo: dentro de otro cuarto de siglo, ¿volveré a componer un texto como este? Probablemente, no…

»Y se engalanan con amapolas,
con abalorios y “agueripolas”».

Aquí ha de quedar el instante de un instante, en la evocación dulce de aquella aparente inocencia que mostrábamos cuando nos convencíamos de que siempre íbamos a tener mañanas que remediasen los ayeres, y que el futuro —el de nuestros sueños— estaba todavía pendiente de ser escrito. Ha pasado el tiempo a zancadas, demasiado rápido, y con él ha se ha ido la aparente candidez, la firmeza de los convencimientos de antaño y los no sé cuántos capítulos de aquel futuro que ahora, veinticinco años después, ya leemos como pasado. Tempus fugit, sicut nubes, quasi naves, velut umbra… como la vida misma.

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