Las metamorfosis aka El asno de oro – Capítulo 26

Capítulo 26. La última metamorfosis

«¡Cuánto tarda en llegar el nuevo día!». Esto pensaba incluso cuando los primeros rayos ya se mostraban en el horizonte. «¡Qué emocionante promete ser la jornada!», me dije en el instante en que empecé a ver cómo las calles y la playa se llenaban cada vez más de personas y animales que rebosaban felicidad, paz, armonía, dicha… «Qué mala suerte será no dar con el sacerdote», rebuzné cuando mi impaciencia no me permitía dar con él, sobre todo por la marabunta que se había congregado allí para rendir sus alabanzas a Isis.

La comitiva aumentaba cada vez más, los disfraces se multiplicaban, las danzas por aquí y por allí parecían interminables, unos iban de donde otros venían, aquellos giraban, los otros saltaban… y entre tanto vaivén yo comenzaba a inquietarme. «El sacerdote, el sacerdote, ¿dónde está el sacerdote?».

En esto que veo a lo lejos que una procesión se acerca. Miro a mi alrededor y veo… Veo el puerto y veo el barco que va a ser consagrado a la diosa; veo aquello que he de seguir con absoluta devoción al terminar el día. Anoche, por culpa del cansancio, el mal sueño, las pesadillas, el mal cuerpo, la perturbadora imagen, el inaudito acuerdo con la diosa no los vi y ahí estaban, muy cerca, cerquísima, de donde yo estaba. Ahí se dirigía la procesión.

Todos llevaban vestiduras de lino blancas. Ellas llevaban un velo sobre los cabellos; ellos iban con la cabeza rapada. Todos me parecían iguales. Miré a un lado y a otro, miré y remiré… hasta que lo vi, ahí, con nitidez, con claridad, sin atisbo alguno de duda, con sus símbolos religiosos que mostraban su condición y la pulsera de rosas que me confirmaba la verdad de mi pacto con la diosa y que me anunciaba lo que me estaba por llegar.

Veo al sacerdote y aunque mi corazón latía con fuerza, estruendo, ruido, estrépito, y mis patas estaban más para correr, trotar, galopar, volar, que para ir como fui, con todo el comedimiento del que era posible atesorar, me acerqué lentamente, de refilón, como si, despistado, me hubiese salido de alguna manada y hubiese ido a parar adonde ya me encontraba: frente al siervo de Isis. A él me acerqué. En sus ojos vi que me esperaba, que yo era quien había sido anunciado por el oráculo nocturno. 

Me acarició suavemente la cabeza, cerré los ojos, acercó a mi hocico las rosas, olí la libertad que representaban, mi lengua las atrapó, mis dientes desgajaron la pulsera, en mi boca deposité la medicina tan deseada, presta la ingerí… y la más absoluta oscuridad me envolvió.Patricia Franz Santana - Asinus

Asinus de Patricia Franz Santana