Articulación I

«Aunque muchas veces no lo siento, sé que está cerca, merodeando en algún lugar de la casa. A veces me tropiezo inesperadamente con él en el pasillo, en la sala o en la cocina, pero él se da media vuelta y desaparece de mi trayectoria. Otras veces lo veo en el baño, frente al espejo y, lo que es más extraño, dentro del espejo. Hay momentos, sobre todo cuando la soledad es más nítida, que lo percibo sentado, frente al televisor encendido y con todas las luces de la casa apagada. Mira fijamente a la pantalla y no atiende a cómo le observo con detenimiento. Es entonces cuando lo encaro, cuando me dirijo a él y le digo que su presencia me estorba. Él se vuelve a mí y me invita a su lado. Sentados en el mismo lado del sillón, comenzamos a explorar el espacio oscuro bombardeado por almas catódicas. Está más viejo. Está más mohíno. Lo noto. Está cansado. Ya no se preocupa por el ruido que hacen las cadenas enganchadas a su tobillo. A veces, cuando la soledad deja de ser un estado para ser un ente más de la casa, nos reunimos los tres para hablar de aquello que no me atrevo a decirle a nadie. Hablamos del miedo y de los relojes de la casa: de cuántos se han parado hoy y de cuántos no saben marcar las horas. El cuarto es quien nos invita a café; el quinto nos consuela…».

Moiras Chacaritas