El archivo

El Archivero Mayor de la Existencia acaba de poner el sello de “Archívese” a las carnestolendas de este año. No se ha preocupado mucho en revisar la documentación, bastante menos voluminosa que otros años. Ha mirado por encima su contenido y ha cerrado la carpeta con gesto desabrido. Ha estampado la referida marca en la portada del expediente y, sin solemnidades ni boato, se lo ha entregado al Encargado de los Olvidos, quien deberá seleccionar qué parte del conjunto documental debe ser llevada al Pudridero de la Memoria y qué parte se remitirá a la Oficina de los Contratiempos.

No debe el lector llevarse a engaño: el Pudridero de la Memoria no es un sitio tan desagradable como pueda parecer por la repugnancia que nos connota su nombre. Ahí se depositan los recuerdos de los eventos vitales en unos grandes toneles para que se maceren y, licuados, se conviertan en la remembranza. Luego, esta se filtra a través de unos enormes coladeros que reciben el nombre de experiencias, así, en plural. El proceso de filtrado permitirá separar los asuntos que seguirán perennes en el recuerdo de aquellos otros que terminarán desapareciendo para siempre. Es un espacio a largo plazo, como se dice en el argot archivístico-existencialista, porque uno nunca termina de percibir lo que se halla alojado en las habitaciones de la evocación hasta que no se da cuenta de qué es lo que ya no tiene. En fin, todo un galimatías que no vamos a poder resolver aquí y ahora. Sigamos.

La Oficina de los Contratiempos, con un nombre menos repulsivo que el anterior, es, por el contrario, más dura de asimilar por parte de los afectados, pues en ella se depositan todas aquellas muestras que por su naturaleza no van a poder ser olvidadas nunca, ya sean felices o desgraciadas: un embarazo no programado, esperado o no; un accidente trágico, con salvamento o no de la vida, con o sin secuelas; la adquisición de una enfermedad, dolencia… superable o, por el contrario, que vendrá a ser compañera nuestra de por vida; el conocimiento de una persona, ya sea letal o saludable; etc. El proceso de asunción de los contratiempos no requiere de un período largo de tiempo para que se culmine: basta con un impacto súbito en la línea de flotación de la tranquilidad, cierto caos o revoltijo mental y dejar que las esquirlas se depositen en el fondo para que se sedimenten en la conciencia y, sobre todo, en el instinto de supervivencia.

Hecha la oportuna clasificación, el Encargado de los Olvidos entrega la carnaza del Pudridero al Notario de los Hechos Vitales, para que inicie el referido proceso de maceración, y al Ingeniero de las Alternativas, quien coordina las labores de la Oficina de los Contratiempos, para que vaya buscando los equilibrios necesarios que permitan la horizontalidad aconsejada en la línea de flotación de la tranquilidad.

Mientras el Encargado de los Olvidos cumple con sus funciones, otro encargado, el de los Hechos Venideros, prepara el expediente para el siguiente evento. Trabajan con él dos colaboradores: uno es el Registrador de los Ojalás, dicharachero y desenfadado personaje, quien toma buena nota de todas las pretensiones que los futuros afectados manifiestan de cara a los acontecimientos próximos; el otro recibe el nombre de El Planificador, lógica nomenclatura si tenemos en cuenta que su misión es diseñar todos las vías posibles para llevar a cabo las señaladas aspiraciones.

Por lo general, en la oficina donde trabaja el Encargado de los Hechos Venideros y sus colaboradores suele reinar siempre el buen humor, a pesar de que esté junto al despacho del Archivero Mayor de la Existencia y oigan cómo todas las noches este pasea por sus archivos recitando la misma letanía: «[…] “Navidad, 2008. Archívese” […], “Semana Santa, 2007. Archívese” […], “Carnavales, 2005. Archívese” […], “Verano, 2004. Archívese” […]».

Moiras Chacaritas