Soy un hipócrita, lo reconozco. Me invisto de un ateísmo que me convence y defiendo, pero celebro que la “aconfesionalidad” constitucional de este país permita, en una suerte de burda paradoja, que haya días no laborales porque han sido consagrados a santidades o acontecimientos sacros de la mitología cristiana.
Reconozco que me sentiría más a gusto si trocasen esos días por otros de carácter más laico; de hecho, debo apuntar al respecto que el país de mis sueños no contempla en su calendario ningún “Día de Todos los Santos”, ni un día dedicado a ninguna Concepción sin mácula, ni una Natividad con su correspondiente Epifanía; ni tan siquiera, puestos en el tajo, una Semana Santa. No. Ese país onírico del que les hablo sustituiría el día de los Santos por el de los Derechos Humanos; el de la Inmaculada, por el día de los Derechos de la Mujer y la Paz Internacional; la Navidad, por el Día Internacional de las Familias; el día de Reyes, por el Día Internacional de la Solidaridad; y la Semana Santa, cómo no, quedaría despedazada en varios días significativos: Tercera Edad, Discapacitados, Infancia, etc.
¿Y las fechas religiosas? Pues que se ubiquen en días no laborales o al final de la jornada de trabajo. Al fin y al cabo, la fe, si es sincera, no ha de verse cercenada por estos hechos. ¿Qué creyente honesto dejaría de ir a una liturgia un sábado o un domingo? ¿Qué devoto prescindiría de cumplir con sus obligaciones después de sus horas laborales?
En ese país ideal para mí, nadie se va a quedar sin sus días de reposo para las agitadas salidas vacacionales, puentes y demás construcciones propias de la arquitectura de los asuetos. ¿Ese es el miedo? Pues, nada, ya está resuelto. No se pierden los descansos esporádicos, sino que se sustituyen por la celebración de otros días señalados.
Ventajas del tema: que cristianos, musulmanes, judíos, ateos… podrán sentirse identificados por igual en la defensa de los Derechos Humanos, por ejemplo, y que a esta bien merece la pena que se le consagre un día laboral para su recuerdo. ¿Ocurre esto cuando unos celebran el Ramadán, otros la Epifanía y aquellos el Pésaj, por citar algunas festividades religiosas?
En mi país virtual, donde se ha hecho efectiva la división de poderes del estado, no se mezclaría jamás el credo con los asuntos públicos; se defendería sin ambages el que ninguna confesión tenga carácter estatal; y, cómo no, no se financiaría a ninguna institución religiosa ni se facilitarían los medios para su financiación porque las organizaciones privadas, por muchos afiliados que tengan, lo son en tanto que su funcionamiento, estructura y normas no son públicos, o sea, no pertenecen a todo el pueblo, sino a un sector que, en los casos de las confesiones religiosas, por muy amplio que sea, no dejará de quedar supeditado a un colectivo mayor, el de la totalidad.
Sé que todo esto puede sonar muy político; pero, ¿acaso no empecé el texto afirmando que soy un hipócrita?
Coda: Mientras me recreo en el país de mis deseos, aprovecho la festividad cristiana de “Todos los Santos” para recrearme en mi ocio particular y echar cuentas del mes que me resta para aferrarme desesperado a los brazos de la Inmaculada Concepción y sus secuelas paganas, magníficos prólogos estos de los anhelados fastos de la Natividad.