Cuantifico gastos públicos como quien cuenta ovejas: sin la certeza de si lo estoy o no haciendo bien, pero con el convencimiento de que se tratan de ovejas y no de bueyes. Mi conclusión siempre es la misma: se gasta mucho en muchas cosas prescindibles. Mas no reparo nunca, me pierden los excesos verbales a veces, que hago una afirmación como esta sin contrastar si lo que considero prescindible lo es realmente: es posible que sean más importantes los gastos de representación de un gobierno autonómico que tratar de salvar, por ejemplo, una institución como el Museo Canario. También cabe suponer que por culpa de mi ignorancia yo sea incapaz de ver cualquier atisbo lógica en los sueldos con los que se agasajan a los representantes públicos mensualmente (el empleo de “agasajar” es intencionado, pues la mayoría no cobra por su trabajo –porque no trabaja, claro-, sino que se les premia sólo por levantar la mano para aprobar o condenar una proposición). Quizás soy un mal pensado y debería decir que el dinero se gasta correctamente; y si no fuera así, debería decir que los políticos gastan el dinero sin saber en realidad que no lo hacen de manera adecuada. Sea como fuere, lo malo de todo esto que expongo es que yo soy un don nadie que contribuye, como millones de homólogos míos, a que unos pocos decidan empíricamente si lo que gastan es o no acorde al sentido común. Mientras tanto, ellos gastan y nosotros pagamos. Conclusión: Algo no cuadra…