Mala suerte, sin duda, Bernardo, has tenido, pues soñar pudiste, cuando tus Ninfas contigo se hallaban, con que algún galardón merecían y no la entrega de años al servicio de esta, mi causa, que sobre ti y tu legado muy poco bien ha debido producir a tenor de la demostrable pobreza de mi discurso y evidente cortedad de entendimiento que he mostrado en cuantas industrias sobre tu Arcadia del Henares he fundado. Debes reconocer, eso sí, el denuedo con el que me he dedicado en todo este tiempo a ti; mas, como muy bien se dice en la salmantina institución que se supone conociste: lo que natura no da, etc. El telón a lo que pudo ser épico de trágica forma ahora pongo, Bernardo. He hecho cuanto he podido. Si en alguna de mis empresas he logrado rescatarte del olvido, bien; si alguna atención sobre tus Ninfas he logrado despertar, mejor; pero mucho me temo que mala fortuna te ha sombreado esperando que a ti, ciega o tuerta, viniese la justicia, pues mal juez he sido: tus versos endebles no he sabido enderezar; tus sugerencias he despistado; tus intenciones, desconocido; y claro tengo que, tras este naufragio, donde quieras que estés obrará en tu voluntad que sigan ocultos tus folios durante más tiempo y que de ellos me olvide para no seguir estropeándolos más. Solo queda ahora la esperanza de que sean otros quienes consigan ese premio que tus sueños reclaman y que yo, exhausto, no he sabido alcanzar. Silénciese, pues, ahora, para siempre, mi tosca zampoña; que se enmudezca «hasta que tan bellas ninfas y tan gallardos pastores en estilo más grave y más sonoro acento se eternicen». Amén.