En el oropel de nunca jamás

Aquellas mundanas, lejanas y perdidas alegrías se fueron al muladar de mis perdiciones para que nadie las rescatase del olvido ni fuesen reclamadas por la tristeza de esos pobres amores que diluimos entre sortilegios y flatulencias del alma, entre sábados y días de prez en los que la guagua, dinosaurio moribundo, atraca en el muelle de la memoria donde no hay barcos ni horizontes en los que otear los amaneceres.

El primer sábado en la tierra perdida se vistió de polvo y calor; aunque sin flores, repleto de pétalos que se masticaban en las urticarias de cualquier recoveco cardinal. Si los amores no creciesen y se hiciesen adustos, valdría la pena matarlos en la continuación del viaje, de cualquier viaje, pero aquella tarde, aquella bajada, fue el principio de un extinguible amor que se secó por falta de razones para ser perfecto.

Las marcas indoloras en la úlcera del entendimiento aún recuerdan los mapas del camino incorrecto, la puerta equivocada; la mano en alto, la llamada, la llegada; y las sonrisas de abril en cualquier primavera olvidable. Un sábado cualquiera de la historia humana. Subimos. Dos personas. Sentadas. Nos miran. Sonríen. Saludan. Saludo. Nos vamos. Sonríen. Nos sentamos. Sonreímos. Nos vemos. Hablamos. Nos miramos y dejamos que la tarde se diluya entre los dedos de las palabras que ya no volveremos a oír, las frases entrecortadas, los latidos renqueantes y las chispas de la única primera vez que abril pudo comenzar a importarnos. De noche, las cosas ya no volvieron a ser como antes.

El comienzo del camino es incierto para el caminante porque no sabe hasta dónde llegará, aunque sí lo que deja atrás y lo que no ha de volver a andar. Los comienzos son los principios indeterminados de los «hasta siempre» y la señal de que habrá un «hasta nunca».

Más tarde ya no hubo puertos, ni barcos, ni horizontes dorados. Pero hubo amaneceres porque vinieron siempre que la luna mostraba su cara oculta y escribía en el ánimo las macilentas páginas de las arpas sin cuerdas.

Pro Marcelas